Encanto Mercenario
...Rein Ji Won...
...Eujin Min Song...
...La Jaula de Oro...
El aire de Seúl a finales de agosto era espeso, una cortina húmeda de calor que se aferraba a la piel y a la ropa. Dentro del recinto acristalado y climatizado del Instituto Tae Son, sin embargo, el ambiente era tan gélido y pulcro como la reputación de su alumna más influyente.
Rein Ji Won odiaba la palabra "Reina". Odiaba el adjetivo "Hielo". Juntos, formaban el apodo que la condenaba en el pasillo: “La Reina de Hielo”.
Era el nombre que la élite le había colgado a su autosuficiencia, a su desconfianza tallada en diamante, a esa forma particular que tenía de mirar a través de la gente, como si fueran burbujas de aire insignificantes.
Y en ese momento, mientras el sol de la tarde se reflejaba en las ventanas panorámicas de la biblioteca de Tae Son, ella estaba jugando al ajedrez con su destino.
Rein, a sus diecisiete años, era una anomalía perfecta. Cabello corto de azabache pulido que enmarcaba una cara de aristocracia serena; unos ojos de un café tan profundos que parecían absorber la luz, herencia de su bisabuela materna que se hacía sentir de generación en generación. Su cuerpo, esbelto y grácil, se movía con una precisión que rozaba lo militar. No era solo la más hermosa, sino la más peligrosa: un arma envuelta en seda y disciplina.
Estaba sentada en una mesa de caoba en el ala de lectura privada de la biblioteca, devorando un informe financiero trimestral del Imperio Ji Won mientras, con un bolígrafo, desmantelaba la lógica económica de la propuesta de fusión de una subsidiaria. El sarcasmo era su lengua materna, y en sus notas al margen, la burla hacia los "visionarios" del comité ejecutivo de su padre era ácida y perspicaz.
—Rein, ¿todavía sumergida en los números? Es la hora de socializar.
La voz era meliflua, aterciopelada, y no había necesitado levantar la mirada para saber quién era. Dae Kim. El "Príncipe Heredero" del instituto. El epítome del chico perfecto de Corea: alto, atlético, con la pulcra elegancia de un futuro político.
Ella continuó escribiendo una nota sobre la sobrevaloración de activos, sin mirarlo.
—Dae. Estoy ocupada haciendo el trabajo que tu padre pagará con nuestros impuestos en veinte años. Socializar es la capa de barniz para los mediocres.
Dae sonrió, una sonrisa perfectamente calibrada para desarmar, aunque Rein sabía que era tan sincera como un billete falso. Se deslizó en la silla frente a ella, adoptando una pose relajada que solo amplificaba su aura de autoridad.
—Sabes que me encanta cuando te pones así. Tan… incisiva. Me recuerda que eres la única con la que vale la pena debatir en este acuario de tiburones pequeños.
—No te confundas, Dae. Debatimos porque ambos sabemos que un día estaremos sentados en la misma mesa de negociaciones, y es mejor conocer las debilidades del oponente desde ahora. Tú por tu obsesión con el poder, yo porque nací para esto.
—Y por eso te quiero en mi equipo —dijo él, inclinándose ligeramente. Había una sombra en sus ojos, el destello frío de su verdadera ambición—. Escuché que tu padre ha vuelto. Con un… invitado.
Rein finalmente levantó la vista. Sus ojos oscuros se fijaron en los de él, sin parpadear. El tema la tocó en un punto sensible, el único punto que su coraza no había protegido del todo: su padre, Chae Ji Won.
—Mi padre regresó a salvo, que es lo único que importa. Lo del "invitados" son promesas de gratitud por su liberación. Historias conmovedoras para la prensa. No pierdas tu precioso tiempo en ello.
—¿Gratitud? El secuestro fue más serio de lo que dejaron ver, ¿no? Y este chico… Eujin. ¿De dónde lo sacó tu padre, del set de un drama juvenil? Es tan ridículamente guapo que distrae.
El comentario de Dae resonó con una punzada de celos que Rein no pasó por alto. Su amistad era un pacto de no agresión basado en el mutuo respeto por el poder, pero Dae la veía como una pieza clave para su ascenso, no como una igual. Y la posesividad era un defecto que ella despreciaba.
—Eso es lo que hacen los hombres ricos, Dae. Adoptar jóvenes atractivos como pasatiempo. No te quita tu lugar como el futuro Primer Ministro. Vuelve a tu coro de admiradoras.
Dae apretó la mandíbula, pero la sonrisa no decayó. Había tocado un nervio. Ella siempre lo mantenía a distancia, un centímetro más allá de su alcance.
—Nos vemos en la cena del Club de Inversores. No llegues tarde.
Rein solo asintió con un gesto perezoso, y tan pronto como Dae se marchó, dejó el informe, su rostro de repente agotado. La "jaula de oro" no era un mito. Era una realidad hecha de mármol, seguridad privada y expectativas asfixiantes.
...El Encanto del Mercenario...
Eujin Min Song estaba parado en el gran salón de la mansión Ji Won, sintiéndose como un cuadro cubista en una galería renacentista. Todo era inmenso, dorado y peligrosamente silencioso.
Acababa de pasar una hora en el 'vestidor', probándose uniformes escolares de diseñador y trajes italianos. La etiqueta en el cuello de su nueva camisa le picaba más que un cable de rastreo mal puesto.
El contraste era brutal. Un mes antes, estaba en las montañas de Chechenia, cubierto de barro y pólvora, negociando la vida de un magnate coreano, a quien inicialmente había tenido la misión de secuestrar. Ahora, estaba bebiendo té de jazmín y fingiendo ser un estudiante de élite.
Adaptación, se recordó a sí mismo. Esa era su única ley de supervivencia.
Eujin era una obra maestra de la supervivencia y la manipulación. Alto, con el cuerpo atlético y cincelado que solo años de entrenamiento mercenario pueden forjar, tenía el tipo de belleza que detenía el tráfico: cabello castaño ligeramente despeinado, ojos oscuros y profundos, y la herramienta más letal de su arsenal: una sonrisa. No era una sonrisa de político como la de Dae, sino una auténtica, que arrugaba las esquinas de sus ojos y prometía diversión, lealtad y un tipo de peligro que era irresistible.
Había sido forzado a ser muchas cosas: un espía en la alta sociedad de Mónaco, un falso hijo de banquero en Zurich, un joven indigente en El Cairo. Pero "estudiante de secundaria" era una novedad. La tapadera que Chae Ji Won había cocinado era exquisita: hijo de una pareja de inversores inmobiliarios coreanos que vivían en Londres y que lo habían enviado a Seúl para "reconectar con sus raíces".
Su verdadero contrato era simple: ser la sombra de Rein Ji Won. Acercarse. Ganarse su confianza. Infiltrarse. Y, si era necesario, matar por ella. El padre de Rein le había ofrecido una nueva vida, una oportunidad para encontrar a la familia que le fue arrebatada y, sobre todo, una paz que no había conocido desde los ocho años.
—Eujin, pareces listo para conquistar el mundo. ¿Nervioso por el primer día en Tae Son?
Chae Ji Won, el hombre que le había salvado la vida y ahora era su jefe y benefactor, entró en la sala con la vitalidad que solo un hombre que acaba de escapar de la muerte puede tener. Era un tipo con el instinto agudo de un tiburón blanco, pero con una nobleza subyacente que lo había llevado a arriesgar su vida por un desconocido.
—Un poco, señor Ji Won. Estudiar es más difícil que el combate cuerpo a cuerpo —Eujin sonrió, el encanto en pleno funcionamiento.
Era una mentira. Estaba tan cómodo en ese traje como lo estaba con un cuchillo de combate.
—Tonterías. Eres más brillante que la mayoría de los chicos de allí. Pero la misión es la misión. Recuérdalo: Acércate. Conquístala con tu encanto. Rein confía en la lógica y la disciplina, odia la falsedad. Muéstrale tu lado… humano. El real, el que vi cuando estábamos atrapados.
Chae Ji Won se acercó, su expresión se tornó seria, y el café oscuro de sus ojos, el mismo tono intenso que tenía Rein, se oscureció más.
—Rein no sabe quién eres realmente. Solo que eres mi "protegido", el chico al que le debo la vida. Ella sospecha que estuviste involucrado en el secuestro, pero no tiene ni idea de tu... talento. Es una mujer joven bajo una presión inmensa y es un blanco constante. No confía en nadie, y por una buena razón. Haz que confíe en ti, Eujin.
—Lo haré, señor. Es mi misión.
—No. Es mi hija. Y me gustaría que la vieras como la hija que nunca he podido proteger del todo.
Eujin asintió, la solemnidad del magnate era palpable. Sí, la protegería. Pero la orden "Acércate" le resultaba más intrigante que cualquier operación encubierta anterior. La "Reina de Hielo" era un acertijo que prometía adrenalina.
...El Descubrimiento en la Noche...
La noche era el único dominio de Rein.
A las 11:30 p.m., la heredera perfecta de Corea se transformaba. Se puso unos vaqueros desgarrados, una camiseta negra de una banda de rock indie (The Silent Riot), y una cazadora de cuero vieja. Ató su cabello negro y corto bajo un casco negro mate.
Su padre pensaba que estaba leyendo en su habitación insonorizada. Su seguridad privada pensaba que estaba durmiendo. Todos estaban equivocados.
Rein bajó por la escalera de servicio, deslizó el dedo en el lector de huellas de la puerta del garaje trasero (un código de acceso que había reconfigurado ella misma) y encendió el motor de su preciada posesión: una motocicleta Ducati Diavel negra y roja.
El rugido del motor era la banda sonora de su libertad.
Seúl de noche era un laberinto vibrante. Las luces de neón se derretían en el asfalto mojado y el viento contra su cara era un bálsamo que borraba la falsedad del día. Se deslizó entre el tráfico, una silueta oscura y veloz, sintiéndose por primera vez, sencillamente, Rein.
Su destino era el corazón alternativo de Hongdae, un barrio de artistas y estudiantes que la élite de Tae Son consideraba "demasiado mainstream y pobre" para ser interesante. Dejó la moto en un callejón oscuro y se dirigió a un bar de rock. El alcohol era barato, la música era brutal y nadie sabía que ella era la futura dueña del conglomerado Ji Won. Era una desconocida, un fantasma, y esa anonimidad era la cosa más valiosa que poseía.
Estaba apoyada en la barra, absorta en la música y en la tranquilidad que le ofrecía ese submundo, cuando su teléfono vibró con un mensaje encriptado de su padre.
Padre: "Sé dónde estás. Estoy preocupado. Hablaremos mañana. Por favor, sé cuidadosa."
Rein sonrió con ironía. Chae Ji Won era paranoico, pero también inteligente. Él sabía que ella se escapaba. Las discusiones eran solo la parte formal. Ella sabía que él tenía sus propios métodos para saber dónde estaba, pero le daba espacio para la fachada de la rebeldía.
Al salir del bar una hora después, el ambiente estaba más tranquilo. El aire fresco le sentó bien. Puso sus manos en el manillar de la Ducati. Un movimiento en la oscuridad del callejón la hizo detenerse.
Su instinto, afilado por la desconfianza crónica, se activó. Un hombre estaba parado allí, no la miraba, sino que estaba absorto en dibujar en un cuaderno de bocetos, a la luz débil de una farola.
Era Eujin Min Song.
La misma ropa que había usado en la cena de presentación en su casa: pantalones de vestir grises y un suéter de cachemira azul, completamente fuera de lugar en ese rincón descuidado de la ciudad. Parecía una estatua tallada, su concentración total. Sus ojos oscuros estaban clavados en su libreta, su sonrisa, la que había usado con su padre, estaba ausente. Su perfil, cuando dibujaba, era de una seriedad casi melancólica. Estaba dibujando la vieja pared de ladrillo rojo y la escalera de incendios herrumbrosa del edificio de enfrente, dándole una belleza arquitectónica que Rein nunca había notado.
Rein se quedó paralizada, su corazón golpeando un ritmo furioso. ¿Cómo? ¿Por qué estaba él aquí?
Dejó el casco sobre el asiento de la moto y se acercó, su voz, normalmente sarcástica, ahora teñida de irritación.
—¿Qué haces aquí, Eujin? ¿Me estás siguiendo?
Eujin levantó la vista, y el shock en su rostro fue genuino. Por un instante, solo fue un chico de diecisiete años que había sido descubierto haciendo algo personal. Pero el entrenamiento se impuso, y su rostro se relajó en la sonrisa encantadora y fácil que Rein ya empezaba a detestar.
—Rein. No. Es una casualidad. Estaba… estaba dibujando.
Él le mostró el cuaderno. El dibujo era increíblemente detallado, la textura de cada ladrillo y la curva de la escalera eran capturadas con una precisión obsesiva.
—Dibujar un edificio abandonado a medianoche, en Hongdae. Una casualidad bastante específica para el "protegido" de mi padre.
—Siempre me ha gustado la arquitectura antigua —dijo Eujin, encogiéndose de hombros con una naturalidad que era completamente artificial—. Y esta es la mejor parte de Seúl, ¿no crees? Cuando la élite se duerme, la ciudad cobra vida.
Ella entrecerró los ojos. Era inteligente, lo admitía. Había respondido a su suspicacia con una vulnerabilidad inesperada y una observación perspicaz. Pero su instinto gritaba peligro.
—¿Y esta es la razón por la que te escapaste de la mansión? ¿Por una pasión artística?
Él se levantó, el cuerpo atlético moviéndose, y se inclinó cerca de ella. La sonrisa se hizo más íntima, casi conspirativa.
—¿"Escapar"? Me gusta más la palabra explorar. Pensé que tú, la futura presidenta del Imperio Ji Won, estabas durmiendo o memorizando códigos de bolsa.
—Me gusta el silencio y la velocidad, Min Song.
—Ya veo. Y la música rock, las películas de terror... y supongo que weebtoons románticos, ¿verdad?
Rein se congeló. Su rostro, normalmente una máscara de frialdad, se descompuso por una milésima de segundo.
—¿Cómo…?
Eujin señaló con la barbilla a su chaqueta. Había un pequeño pin, casi invisible, que había olvidado quitar. Era la insignia del protagonista de un weebtoon de romance sobrenatural que ella adoraba en secreto.
—Observación. Es un buen pin. Además —su voz bajó a un susurro juguetón—, no te ofendas, pero la pose que tienes ahora no es la de la heredera. Es la de una chica que está a un paso de meterse en problemas.
Ella sintió una punzada de rabia mezclada con una curiosidad peligrosamente nueva. Este chico, este "protegido", la había desnudado con una sola mirada, había descifrado un código que nadie en su vida, ni siquiera su padre, había roto.
—Escúchame bien, Eujin. No le dirás una sola palabra de esto a mi padre. Ni a nadie. ¿Entendido?
Él levantó las manos en señal de rendición, pero la intensidad de sus ojos oscuros no se rompió.
—Mi silencio tiene un precio, Ji Won.
—¿Ah, sí? ¿Qué quieres? ¿Un aumento de tu mesada, quizás?
La sonrisa de él se ensanchó, genuina, divertida, y por primera vez, Rein no pudo evitar una pequeña punzada de intriga.
—No. Quiero un favor.
—Habla.
—Quiero que me muestres Seúl. Tu Seúl. El de los callejones, el de la música que solo tú escuchas. Enséñame a 'escapar'. Y a cambio, tu secreto más guardado está a salvo conmigo.
El aire entre ellos se cargó. Era una negociación, pero no de negocios. Era un juego de riesgo, de confianza incipiente. Ella estaba acostumbrada a que la gente quisiera algo de su apellido; él estaba pidiendo algo de ella, de la persona que se escondía detrás del apodo.
Rein lo miró, analizando cada milímetro de su expresión. Era peligroso. Totalmente peligroso. Pero, por alguna razón, no podía decir que no.
—Trato hecho, Eujin.
Ella se montó en la Ducati, el motor rugiendo.
—Pero te advierto. Si rompes el pacto, no le tendré piedad al 'protegido' de mi padre. Se cómo defenderme.
Eujin solo sonrió, esa sonrisa de mercenario entrenado para encantar y matar.
—Me encantaría verlo, Ji Won. Me encantaría.
Y con un movimiento rápido, sacó su teléfono, hizo una foto de Rein sobre la motocicleta antes de que ella arrancara a toda velocidad y desapareciera en la noche. Era su primer reporte mental: Misión cumplida. Contacto establecido. La armadura tiene fisuras.
El juego había comenzado, y Eujin acababa de ganar la primera mano.
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