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Brujas

Brujas

Status: En proceso
Genre:Viaje a un mundo de fantasía / Mundo mágico
Popularitas:126
Nilai: 5
nombre de autor: Ninja Tigre Lobo

Tora Seijaku es una persona bastante peculiar en un mundo donde las brujas son incineradas, para identificar una solo basta que posea mechones de color negro

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Registro de Ofensiva

Tora entrecerró los ojos, la cicatriz de su herida brillando como lava endurecida. Y entonces contraatacó: con un gesto brusco, el suelo se quebró en líneas rectas que avanzaron como serpientes hacia Alison. Grietas profundas surgieron bajo sus pies, buscando tragárselo vivo.

El público oculto estalló en vítores digitales:

—¡Movimiento ofensivo activado! ¡Terra convierte el campo de batalla en un laberinto sísmico!

Alison apenas alcanzó a reaccionar, elevándose con un salto eléctrico mientras la plaza entera comenzaba a hundirse bajo el dominio de la bruja de tierra.

Las grietas aún rugían bajo los pies de Alison cuando él se impulsó al aire, sus botas eléctricas zumbando como un enjambre de relámpagos comprimidos. Desde lo alto alzó su lanza, y el cielo mismo pareció partirse en dos: un rugido eléctrico descendió con furia, formando un arco azul que iluminó todo el campo.

—¡Contraataque detectado! Alison libera descarga máxima: técnica “Torre fulminante” —cantó el sistema, transmitiendo cada chispa como si fueran fuegos artificiales en un festival macabro.

El rayo atravesó el aire y cayó sobre la muralla de piedra que Tora había erigido, pulverizándola al instante. La onda expansiva levantó polvo y escombros, lanzando a Syra y al loro varios metros atrás. El suelo humeaba, y el eco de la electricidad retumbaba en los oídos de todos.

Tora intentó reaccionar, pero el ataque había sido demasiado veloz: un segundo relámpago, más fino y preciso, descendió directamente contra ella, atravesando su defensa improvisada y golpeando su pecho con violencia brutal. El impacto la lanzó contra el suelo, dejando su cuerpo marcado por líneas incandescentes que chisporroteaban en su piel como si su sangre se mezclara con el rayo.

El sistema vibró, excitado, casi eufórico:

—¡Impacto crítico registrado! La sincronización de Terra desciende al 38%. ¿Podrá levantarse? ¡El espectáculo continúa!

Alison aterrizó frente a ella, la lanza aún chisporroteante. La apuntó directamente a la garganta, seguro de su victoria.

—El rayo no conoce obstáculos… ni brujas, ni tierra. Estás acabada.

El loro chilló desesperado, sacudiendo sus alas.

—¡Amo, no caigas aquí! ¡El Zifini aún no ha mostrado todo!

En medio de la nube de humo y chispas, Tora abrió apenas un ojo, jadeante, pero con una chispa oscura brillando en sus pupilas.

El aire se tornó sofocante cuando Syra, con un grito de furia, desató una ráfaga abrasadora de fuego que envolvió por completo a Alison. Las llamas se arremolinaron como un torbellino, rugiendo con un calor capaz de derretir hierro. Sin embargo, Alison permaneció imperturbable en medio del infierno, protegido por un escudo invisible que centelleaba sobre su armadura. Las llamas se dispersaban como si chocaran contra un cristal imposible de quebrar.

—Es hora —murmuró Alison con fría determinación.

En un movimiento certero, su lanza eléctrica destelló. La hoja cortó con precisión el cuello de Tora, y un chorro de sangre brotó mientras su cuerpo se desplomaba contra el suelo. Syra lanzó un grito ahogado, paralizada por el horror.

Alison giró la vista hacia ella, dispuesto a fulminarla, pero antes de que pudiera soltar su relámpago, un muro de piedra se levantó abruptamente entre ambos, bloqueando el ataque.

Del otro lado de la roca, una risa ronca rompió el silencio.

—Aún sigues ahí…

Tora, tambaleante, se cubría la herida abierta en su cuello, la cual chisporroteaba con un extraño resplandor terroso. La sangre, en lugar de fluir, se retraía, recomponiendo los tejidos con una fuerza innatural. Su piel cicatrizaba como si el tiempo mismo obedeciera a la tierra que la sostenía.

El loro revoloteaba en círculos sobre su cabeza, gritando con desesperación:

—¡No puedes morir, no puedes morir!

De pronto, Tora se lanzó contra Alison, veloz y determinada. El suelo bajo sus pies se quebró con violencia, y un gran hueco se abrió de golpe, arrastrando al guerrero eléctrico hacia las profundidades. Pero Tora no dudó: se arrojó tras él a no dejarlo escapar.

En medio de la caída, las propias paredes del abismo comenzaron a deformarse bajo su poder. Rectángulos de piedra emergían de las paredes como martillos colosales, golpeando a Alison una y otra vez, haciéndolo girar y perder el control de su lanza.

Con un movimiento brusco, Tora lo alcanzó y le sujetó la mano con fuerza.

—Veamos cuánto aguantas esto.

Aprovechando el caos, arrebató la lanza chisporroteante de sus dedos. En un salto sobrehumano, Tora se impulsó hacia la pared, donde bloques de piedra se acomodaban entre sí formando una escalera móvil que ascendía como un monstruo viviente.

Aferrándose a ella, comenzó a trepar mientras la grieta se estremecía con furia, dejando a Alison atrapado en el torbellino de rocas y sombras.

Tan pronto como salió del abismo, Tora cerró el hueco con un gesto de su mano. La tierra se selló como si jamás hubiese existido. Se sacudió el polvo de la ropa, respirando con dificultad, y al girarse encontró la mirada inquieta de Syra.

De pronto, el aire se onduló y el espíritu peludo emergió entre destellos púrpuras.

—Así que ganaste —dijo Kafflyn con un tono burlón, sus ojos brillando tras el cráneo que coronaba su cabeza—. Ahora me imagino que irás por la otra bruja.

Tora apretó el mango de la lanza recién conquistada y adoptó postura de combate, lista para continuar la lucha. Pero el espíritu levantó una mano, negando con calma.

—Sabes, no es mi problema. Cuando alcances la cantidad de quinientos anfitriones, entonces te retaré a un duelo. Hasta entonces, diviértete.

El monstruo se rió con un gruñido gutural y retrocedió hacia un portal carmesí, desapareciendo entre sombras mientras su eco resonaba en las paredes de piedra.

Al fondo de la celda, Meli aguardaba. Las cadenas que antes la mantenían apresada yacían rotas en el suelo, y las rejas de hierro estaban hundidas, deformadas por la sacudida de la batalla. Sus ojos brillaban con un resplandor rojizo inquietante, una señal del maná contaminado que la habitaba.

Tora sacó su reloj de bolsillo y lo abrió. En la esfera, unas runas se iluminaron débilmente mostrando un número: 15 anfitriones. Apenas un destello en comparación con la monstruosa cifra que Kafflyn había puesto como condición.

El tic-tac del reloj resonaba como un recordatorio cruel: el tiempo de Tora estaba apenas empezando.

La torre más alta del reloj dominaba el horizonte, erguida como un coloso de piedra y engranajes. La hora estaba marcada: la una de la tarde.

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Ninja Tigre Lobo
hola
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