una chica cualquiera viaja en busca de sus sueños a otro país encontrando el amor y desamor al mismo tiempo...
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El Despertar con Sabor Amargo: Un Día Dividido y los Ecos de la Xenofobia
El incesante zumbido del despertador se ha convertido en la banda sonora de mis mañanas, un sonido que marca el inicio de una rutina que ahora se divide rigurosamente entre dos mundos exigentes: el trabajo en "El Rincón del Café" y mis estudios de Abogacía en la Universidad de Sevilla. Mis días son un torbellino de clases, lecturas, turnos en la cafetería y, últimamente, una creciente tensión en el ambiente laboral.
Los susurros a mis espaldas se han vuelto cada vez más frecuentes, una especie de murmullo constante que me persigue por el local. Y una palabra, en particular, se ha anclado en mi mente, resonando con una insistencia incómoda: "inmigrante". La he escuchado varias veces al pasar, a veces unida a otras frases que no alcanzo a descifrar, otras veces pronunciada con un tono que no me gusta nada. Intento no pensar mal, no desgastarme en suposiciones, porque sé que la paranoia es un enemigo silencioso. Pero la situación es demasiado evidente, demasiado recurrente para ignorarla. Siento cómo un malestar creciente se instala en mi pecho, una incomodidad fría que amenaza con empañar todo el progreso y la alegría que había encontrado en Sevilla.
Era media mañana en "El Rincón del Café". El bullicio habitual del servicio comenzaba a calmarse, dejando espacio para algunas conversaciones entre los compañeros. Yo me dirigía hacia la zona de la caja, con una pila de facturas en la mano para que Lucas, el cajero de la mañana, las revisara. Mientras pasaba cerca de la barra, donde Victoria y Julio estaban puliendo tazas y reponiendo el stock, escuché fragmentos de una conversación. No era mi intención escuchar a escondidas, pero sus voces no eran lo suficientemente bajas como para ignorarlas por completo.
Victoria (con un tono que parecía de preocupación, pero con un matiz de cotilleo): "No sé, Julio. A mí me parece que Berta se está pasando con lo de Azul. Desde lo del día libre..."
Julio (secando una cafetera, su voz un poco más baja): "Ya te digo. Pero no es solo por eso. Sabes cómo es Berta. Siempre buscando a quién criticar. Y con Azul, parece que le ha dado por el tema de que 'viene de fuera'."
Me detuve un instante, el corazón dando un pequeño brinco. "Viene de fuera". Esa frase. No era la primera vez que la oía. Intenté mantener la calma, mi expresión neutra, como si no estuviera escuchando.
Victoria: "Sí, pero es que lo dice en plan... despectivo. Ayer, en el turno de la tarde, escuché cómo le decía a Beto que 'hay que ver lo rápido que suben los de fuera aquí, como si tuvieran privilegios'."
Julio (dejando la cafetera y mirándose las uñas, con aire despreocupado pero pensativo): "Es la envidia, Vic. Don Pascual la valora, y ella es buena organizando. Y eso a Berta le fastidia. Siempre quiere ser la que manda."
En ese momento, Lucas, que estaba por entrar a la cocina por unos insumos, pasó justo al lado de Victoria y Julio, y se unió a la conversación, sin percatarse de que yo estaba a solo unos metros, oculta parcialmente por una columna.
Lucas (con un tono más alto y algo de frustración): "¡Hombre, y que lo digas! Ayer me preguntó Berta si sabía 'cuándo la inmigrante se dignaría a trabajar el doble turno que prometió'. ¡Como si yo fuera su espía! Me dio un coraje... ¡Si la misma Doña Pepa la cubre!"
La palabra. "Inmigrante". La escuché clara, rotunda. Mi cuerpo se tensó. El aire en mis pulmones se sintió denso. Era como si un escalofrío helado recorriera mi espalda, a pesar del calor del café recién hecho. Sentí un nudo en el estómago. No era mi imaginación, no era paranoia. Estaba pasando.
Victoria (bajando la voz, quizás por instinto): "Pero ¿por qué con ese tono? Si Azul no se mete con nadie. Solo hace su trabajo. Y además, es una chica supereducada."
Julio (suspirando): "Es que Berta no la acepta. Punto. No le gusta que alguien más, y encima 'de fuera', tenga un puesto de responsabilidad o la confianza de Don Pascual. Es su forma de marcar territorio. Y lo de 'inmigrante' lo usa como si fuera un insulto, una forma de decir que no pertenece."
En ese preciso instante, di un paso hacia adelante para ir a la caja. Mi aparición fue repentina para ellos. Las voces se cortaron de golpe. El silencio cayó sobre la barra como un telón pesado, solo roto por el suave zumbido de la máquina de café. Los tres me miraron, sus rostros reflejando una mezcla de sorpresa y una incomodidad evidente. Victoria y Julio bajaron la mirada rápidamente, fingiendo un interés repentino en las tazas. Lucas, un poco más pálido, se quedó inmóvil, con la mirada clavada en el suelo.
Yo, con las facturas aún en la mano, sentía el calor subir a mis mejillas. La garganta se me secó. Quería decir algo, confrontarlos, gritar que había escuchado todo. Pero las palabras se me quedaron atascadas. La sorpresa y el dolor del momento me paralizaron. Simplemente, los miré a cada uno por un segundo que pareció eterno, mis ojos tratando de leer en los suyos una disculpa, una explicación, algo. No encontré nada más que vergüenza.
Finalmente, rompí el silencio con una voz que, para mi propia sorpresa, salió más firme de lo que esperaba, aunque con un temblor apenas perceptible.
Azul: "Lucas, ¿podrías revisar estas facturas cuando tengas un momento, por favor?"
Lucas levantó la vista, asintió rápidamente, aún sin mirarme directamente a los ojos. "Sí, Azul, claro. Enseguida."
Pasé junto a ellos, sintiendo sus miradas clavadas en mi espalda. Mi corazón latía con fuerza. El malestar no era solo una sensación; ahora tenía nombre y apellidos. Las palabras de Berta, repetidas por Lucas, habían abierto una herida. El "Rincón del Café", que había empezado a sentir como un refugio, de repente se me antojaba un lugar hostil, un campo de batalla donde mi origen era un blanco de ataques. La situación, sin duda, era demasiado. Y el peso de esas palabras se sumó al ya exigente equilibrio entre el trabajo y la universidad.