Cleoh era solo un nombre perdido en una línea secundaria de una novela que creyó haber olvidado. Un personaje sin voz, adoptado por una familia noble como sustituto de una hija muerta.
Pero cuando despierta en el cuerpo de ese mismo Cleoh, dentro del mundo ficticio que alguna vez leyó, comprende que ya no es un lector… sino una pieza más en una historia que no le pertenece.
Sin embargo, todo cambia el día que conoce a Yoneil Vester: el distante y elegante tercer candidato al trono imperial, que renunció a la sucesión por razones que nadie comprende.
Yoneil no busca poder.
Cleoh no busca protagonismo.
Pero en medio de intrigas cortesanas, memorias borrosas y secretos escritos en tinta invisible, ambos se encontrarán el uno en el otro.
¿Y si el destino no estaba escrito en las páginas del libro… sino en los espacios en blanco?
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CAPÍTULO. 6
Una semana después del incidente, la mansión de Caisent había vuelto a su ritmo habitual. Al menos en apariencia. Los corredores vibraban con el ir y venir de doncellas, el susurro de los sirvientes organizando la jornada, el entrechocar de vajilla y la cadencia suave del laúd desde alguna habitación lejana. Todo igual que siempre… excepto para Cleoh.
Él seguía sintiendo que caminaba sobre un suelo frágil, como si en cualquier momento el mundo entero pudiera romperse bajo sus pies.
Los primeros días, la duquesa apenas se apartaba de él. No hablaba demasiado, ni lo llenaba de preguntas, pero tampoco lo dejaba en soledad absoluta. Se sentaba cerca, con esa calma que no sofocaba y, sin embargo, llenaba la estancia con un silencio denso. A veces lo miraba en silencio y cada vez que sus miradas se cruzaban, Cleoh sentía un vacío extraño en el pecho.
Ahora ella había retomado sus deberes, y Cleoh, aunque agradecido por la tregua, no podía sacudirse la sensación de que seguía siendo vigilado. Apesar de quese había recuperado sin ningún problema, aún notaba cómo las doncellas lo miraban con demasiada atención, cómo el mayordomo parecía siempre aparecer cuando él deambulaba demasiado cerca de la entrada principal, y cómo incluso Anne —la única cuya preocupación parecía genuina— evitaba dejarlo solo por mucho tiempo.
“¿Es porque me encontraron afuera?” pensó. O peor: “¿Sospechan que algo no está bien conmigo?”
Porque lo cierto era que no estaba bien. Por fuera, se había esforzado en jugar el papel del joven Cleoh, con gestos medidos, palabras escogidas, sonrisas contenidas. Pero por dentro, la fractura persistía. Era como habitar un cuerpo prestado, con recuerdos que no eran suyos rozando los bordes de su mente. A veces llegaban en destellos fugaces: la risa de una doncella en un pasillo, el aroma a cera de abejas en los muebles antiguos, la presión reconfortante de una mano en su cabello. Momentos que no había vivido… y que, sin embargo, sentía como una punzada en el pecho.
Esa mañana despertó con la luz tamizada por las cortinas y el sonido suave de la lluvia golpeando los ventanales. Había soñado con una voz. Una voz cálida, que susurraba su nombre —Cleoh— con una ternura casi imposible. Se sentó en la cama, respirando hondo, tratando de disipar la sensación pegajosa de aquel sueño.
—Buenos días, joven maestro —saludó Anne al entrar, llevando una bandeja con el desayuno. Sonreía, pero sus ojos revelaban un cansancio que no lograba disimular. Quizás por haberse turnado para vigilarlo durante las noches, quizás por la preocupación que aún no la abandonaba.
—Buenos días… —respondió Cleoh, con la voz aún áspera.
Anne dejó la bandeja sobre la mesa y corrió un poco las cortinas, dejando entrar la claridad grisácea de la lluvia.
—El clima no es propicio —comentó—. Quizá lo mejor sea permanecer en la habitación.
Cleoh asintió, aunque por dentro anhelaba lo contrario. Llevaba demasiados días recluido entre muros, rodeado de atenciones constantes, y cada hora que pasaba solo acentuaba la sensación de encierro… y un tedio que comenzaba a enraizarse en su ánimo.
Anne lo observó unos segundos, como si percibiera su inquietud, y se volvió hacia él con una leve vacilación en la mirada.
—Su Excelencia… ¿le agradaría que le trajera un libro de la biblioteca? Tal vez le ayude a distraerse un poco.
Por un instante, Cleoh estuvo a punto de declinar la oferta con cortesía. Pero luego lo meditó mejor. Un libro era justo lo que necesitaba: no solo para mitigar el tedio, sino una vía para informarse del mundo en el que había despertado. La novela original apenas le ofrecía fragmentos dispersos: nombres, linajes, rumores de batallas. Demasiado poco.
Quizá fuera una buena oportunidad para observar, para aprender. Para ubicarse.
—Me gustaría —respondió al fin, esbozando una sonrisa tenue pero sincera.
—¿Tiene algo en mente, joven? ¿Un tema en particular?
—Si es posible… uno de historia. Y otro de geografía.
—¡Enseguida se los traeré!
Anne sonrió con alivio, inclinándose en una pequeña reverencia antes de salir con pasos ágiles y silenciosos por el pasillo alfombrado.
Cleoh la siguió con la mirada hasta que la puerta se cerró y entonces, dejó que su expresión se relajara un poco.
Anne descendió por las escaleras laterales del ala este. El aire se volvió más fresco a medida que se acercaba a la biblioteca, impregnado de pergamino, polvo antiguo y madera encerada. La estancia la recibió como un templo silencioso: las estanterías altas se extendían en corredores que parecían no tener fin, la penumbra apenas vencida por la luz grisácea que se filtraba a través de los vitrales emplomados.
No solía entrar con frecuencia, pero conocía la distribución. Caminó con cuidado, la mirada recorriendo los lomos gastados, hasta dar con la sección de historia.
Sus dedos se detuvieron en un tomo encuadernado en cuero oscuro: Crónicas de Darcon, tomo I. Lo extrajo con delicadeza, asegurándose de que las páginas no estuvieran dañadas. Luego, en la sección contigua, halló lo que buscaba: un atlas de geografía, de cubierta rígida, con letras doradas aún visibles. Atlas de las Cinco Provincias.
Con ambos volúmenes en brazos, Anne se permitió un instante junto al ventanal. El jardín trasero se extendía envuelto en neblina, como un velo que borraba contornos y colores. Las ramas de los árboles, cubiertas de rocío, crujían bajo el peso del invierno, y un pájaro cruzó el cielo con un batir de alas tan silencioso como una sombra.
Apretando los libros contra el pecho, retomó el camino de regreso.
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La habitación volvió a quedar en silencio, interrumpido solo por el tamborileo constante de la lluvia contra los ventanales. Cleoh, recostado entre cojines, dejaba que sus pensamientos giraran en espiral.
Aquel lugar, con su mobiliario antiguo, sus aromas a madera pulida y hierbas secas, le era tan ajeno como el idioma que apenas empezaba a dominar. Y, sin embargo, todo parecía dispuesto para su comodidad.
—Demasiado dispuesto...— susurró
Dirigió la mirada al ventanal. Tras el vidrio, los árboles se mecían bajo el peso del agua. El cielo, denso y gris, parecía a punto de derramarse por completo.
¿Quién había decidido que debía despertar allí? ¿Y por que como Cleoh?
Un golpe leve en la puerta lo arrancó de sus pensamientos. Anne había regresado antes de lo esperado.
—He conseguido estos dos —anunció al entrar, cargando los volúmenes con visible esfuerzo—. Crónicas de Darcon y un compendio de mapas actualizado hasta el año 421 del Calendario del Pacto.
Cleoh se irguió, aceptando los libros con una gratitud genuina.
—Gracias, Anne. Esto es… más de lo que esperaba.
Ella asintió con suavidad.
—Si necesita algo más, estaré justo afuera.