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VEINTICUATRO (BL)

VEINTICUATRO (BL)

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Posesivo / Romance oscuro / Mi novio es un famoso
Popularitas:3.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Daemin

Lo secuestró.
Lo odia.
Y, aun así, no puede dejar de pensar en él.
¿Qué tan lejos puede llegar una obsesión disfrazada de deseo?

NovelToon tiene autorización de Daemin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 8: corredor sin salida

Me desperté tarde. Ni siquiera sé cuánto dormí, pero por primera vez desde que estoy aquí no me levanté con el corazón a mil.

Quizás era el cansancio, o el cuerpo rindiéndose.

Me quedé un rato tirado en la cama, mirando el techo. Al final, el olor a café recién hecho me obligó a moverme. Era absurdo, pero me di cuenta de que llevaba días sin sentir algo tan normal como eso.

Bajé las escaleras despacio, con las manos en los bolsillos, sin ganas de cruzarme con nadie. La casa estaba demasiado silenciosa, como siempre, pero en el fondo del pasillo llegaba el ruido de ollas y ese aroma que me hizo apretar el estómago.

Asomé la cabeza por la puerta de la cocina y ahí la vi.

Una señora de cabello gris, recogido en un moño bajo, con un delantal encima de un vestido sencillo. Movía las cazuelas como si estuviera en su propia casa. Ni siquiera notó que estaba ahí hasta que carraspeé.

—Buenos días… —dije, torpe.

Se giró y me sonrió, tranquila.

—Buenos días, joven. Pase, siéntese.

—Ah, no… yo solo sentí olor a café.

—Entonces vino directo al punto. —Sirvió una taza sin preguntarme dos veces—. ¿Le sirvo?

Dudé, pero terminé sentándome. La mayoría de la gente aquí me ignora. Ella no.

—Sí, gracias.

La taza apareció frente a mí, con pan caliente al lado.

—¿Usted trabaja aquí desde hace mucho? —pregunté.

—Desde antes que usted naciera. —Rió bajito—. Yo cuidé a Nathan desde niño.

—¿Era… su nana?

—Sigo siéndolo —respondió, orgullosa—. Aunque ya no me necesite como antes, yo no lo dejo solo.

Probé el café, fuerte, como a mí me gustaba. Ella me miró con calma, de esas miradas que incomodan y tranquilizan al mismo tiempo.

—¿Y usted cómo se siente aquí?

Me encogí de hombros.

—Supongo que… me estoy acostumbrando.

Ella sonrió, como si esa respuesta le bastara.

—Eso está bien. Uno nunca debería desayunar solo.

Me quedé mirando la taza un rato, dándole vueltas al café con la cuchara aunque ya no tenía nada que mezclar. La señora seguía ahí, de pie, revisando el horno como si la cocina entera se manejara sola con ella dentro.

—¿Siempre cocina usted sola? —pregunté, más por llenar el silencio que por otra cosa.

—No, hay otra muchacha que me ayuda con la limpieza, pero la comida… esa sí no la suelto. —Me lanzó una sonrisa cómplice—. A Nathan le gusta que yo esté aquí. Dice que le recuerda a casa.

Asentí despacio, sin decir nada. No conocía mucho de “su casa”, ni de lo que significaba para él, pero la forma en que lo dijo me hizo pensar que debía ser importante.

Ella se sentó frente a mí, limpiándose las manos en el delantal.

—Usted es más callado de lo que imaginaba.

—¿Cómo me imaginaba? —fruncí el ceño.

—No sé… más rebelde. —Se encogió de hombros, divertida—. Pero supongo que la gente no siempre es como uno espera.

Me reí por lo bajo.

—Créame, me he metido en suficientes problemas como para que no me confunda con alguien tranquilo.

Ella soltó una carcajada suave, de esas que hacen eco en el pecho.

—Sí, eso dicen todos los muchachos.

No supe si me estaba tomando en serio o no, pero no me molestó. Había algo en su manera de hablar que te hacía sentir como en la sala de tu abuela, aunque en realidad estuvieras en una casa enorme y desconocida.

—¿Nathan desayuna con usted? —pregunté de golpe, antes de pensarlo.

Ella lo miró como si estuviera recordando.

—Cuando era niño, siempre. No se levantaba sin que yo le dejara el chocolate en la mesa. Ahora… ahora ya no tanto. Vive ocupado. Pero si le digo la verdad, a veces lo extraño.

Me quedé en silencio, jugando otra vez con el pan. Esa señora hablaba de él como si no fuera el mismo tipo que me había encerrado aquí.

Ella me estudió un momento, ladeando la cabeza.

—¿Y usted, joven Dylan, qué desayunaba en su casa?

Me quedé quieto. No me esperaba la pregunta.

—Lo que hubiera —respondí al final, encogiéndome de hombros—. Casi nunca estaba en casa a esa hora.

—Ajá. —Ella no insistió. Solo asintió como si ya supiera lo que quería saber.

El horno sonó y se levantó con agilidad para sacar una bandeja de panecillos que llenaron la cocina de olor a mantequilla. Los puso sobre la mesa, delante de mí.

—Pruebe. Están calientes.

Levanté una ceja.

—¿Me va a cebar como si fuera su nieto?

Ella sonrió tranquila.

—Siéntase afortunado. No todos reciben trato especial aquí.

Me mordí la sonrisa, porque no quería parecer agradecido… pero lo estaba.

El café me dejó más despierto de lo que esperaba. Estaba en la cama otra vez, jugando con el celular, cuando el grupo reventó con notificaciones.

Luca:

> ¡Dylan! Esta noche hay carrera grande.

Van a apostar cifras que nunca viste.

Aidan:

> No le metas ideas.

Valeria:

> ¡Ni se te ocurra!

Luca:

> Cállate, mamá gallina.

Dylan, es tu momento de volver a brillar, hermano.

Me quedé mirando la pantalla, mordiéndome el labio. Una carrera grande… hacía semanas que no tocaba un volante de verdad. La sangre me empezó a hervir solo de pensarlo.

Miré alrededor de la habitación. Silencio absoluto. Nathan no estaba, nadie parecía pendiente de mí. ¿Y si…?

Sonreí solo, ya con la idea prendida en la cabeza.

—Una carrerita y vuelvo… ni se va a enterar.

Bajé con calma, como si nada. El personal andaba en lo suyo, nadie me detuvo. Cuando pasé frente al garaje, la tentación se me clavó directo en el pecho. Las puertas estaban abiertas y el lugar parecía un maldito museo del motor: Ferraris, Lamborghinis, un Bugatti azul que brillaba como si acabara de salir de fábrica.

Me acerqué despacio, casi riéndome.

—Joder, Nathan… y me tienes a mí encerrado.

Metí la mano en los bolsillos y encontré las llaves colgadas en un panel como si fueran caramelos a disposición. Ni siquiera lo pensé. Tomé las del Lamborghini negro mate y me senté al volante. El cuero olía a nuevo, el tablero encendió como si me saludara personalmente.

Giré la llave y el rugido llenó el garaje. Sonreí de oreja a oreja.

—Sí… esto es otra cosa.

Abrí el portón con calma y saqué el auto a la calle. Nadie corrió detrás de mí, nadie gritó, nadie intentó detenerme. Todo estaba demasiado fácil.

Mientras aceleraba por la avenida, con el corazón bombeando como loco, no pude evitar reírme solo.

—Ni cuenta se va a dar. Ni cuenta.

El rugido del Lamborghini se escuchó antes de que Dylan llegara al sitio de la carrera. El parqueadero improvisado estaba a reventar: autos tuneados, luces, gente apostando, música alta. Cuando el negro mate se detuvo frente a ellos, varias cabezas se giraron.

Luca casi se atraganta con la cerveza que tenía en la mano.

—¡No jodas! ¿Ese es Dylan… bajándose de un Lambo?

Eidan soltó un silbido bajo.

—Hermano, desapareces tres días y vuelves como si fueras millonario.

Dylan se bajó del auto con una sonrisa torcida. Los focos del lugar lo hicieron parecer aún más surreal.

Valeria lo interceptó de una.

—¿Dónde mierda estabas, Dylan? —lo miró de arriba abajo, con los brazos cruzados—. Tres días sin decir nada.

—Ya, ya… calma. Les iba a contar.

—Pues suéltalo ya —resopló Valeria.

Luca se metió en medio, muerto de risa.

—Seguro andaba tirando con alguna sugar. Mira la cara que trae.

Dylan rodó los ojos.

—Qué gracioso… No, idiota. Me secuestraron.

Hubo un segundo de silencio, y luego Luca explotó a carcajadas.

—¡JAJAJA! No, en serio, dime la verdad.

—¡Es la verdad! —bufó Dylan, indignado—. Un cabrón rico, loco, obsesivo… solo sé que se llama Nathan. Me tuvo encerrado en su mansión como si fuera su mascota.

Eidan levantó las cejas, incrédulo.

—¿Tú? ¿Secuestrado? Venga ya, suena a excusa barata para desaparecerte.

—¡Que hablo en serio, joder! —insistió Dylan, con rabia.

Luca se doblaba de la risa, apoyándose en el auto.

—Hermano, ¿qué secuestro es ese? ¡Te “encierra” y encima sales en un Lamborghini!

Dylan apretó la mandíbula.

—Me lo traje del garaje. Tenía que salir de ahí de alguna forma.

Eidan negó, entre divertido y serio.

—Pues si es cierto… ese tal Nathan te va a buscar hasta debajo de las piedras.

—Que venga —replicó Dylan, encendiendo un cigarro como si nada—. Yo voy a correr esta noche.

Valeria lo miró fijo, sin sonreír.

—Dylan, te lo digo en serio. Si lo que dices es cierto, no es para estar aquí como si nada. Estás metido en un lío feo.

Dylan se encogió de hombros.

—Pues prefiero este lío a seguir ahí dentro haciendo nada. Aquí al menos me siento vivo.

Luca volvió a carcajearse, dándole un manotazo en la espalda.

—¡Eres un caso perdido, Lara!

Dylan fumó en silencio, tragándose la rabia y la adrenalina al mismo tiempo.

1
Belen Peña
recién la empecé a leer y ya e encanta😭😭
Mel Martinez
por favor no me digas que se complica la cosa no
Mel Martinez
que capitulo
Mel Martinez
me encanta esta novela espectacular bien escrita y entendible te felicito
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