La primera regla de la amistad era clara: no tocar al hermano. Y mucho menos si ese hermano era Ethan, el heredero silencioso, la figura sombría que se movía como una sombra en la mansión de mi mejor amiga, Clara.
Yo estaba allí como refugio, huyendo de mi propia vida, buscando en Clara la certeza que había perdido. Pero cada visita a su casa me acercaba más a él.
Ethan no hablaba, pero su presencia era un lenguaje. Podías sentir la frustración acumulada bajo su piel, el resentimiento hacia el mundo que su familia le obligaba a soportar. Y, de alguna forma, ese silencio me llamó.
Sucedió una noche, con Clara durmiendo en el piso de arriba. Me encontró en el pasillo. Su mirada, siempre distante, se clavó en la mía, y supe que la línea entre la lealtad y el deseo se había borrado. Me tomó la cara con brusquedad. Fue un beso robado, cargado de una rabia helada y una necesidad desesperada.
No fue un acto de amor. Fue un acto de traición.
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Capitulo IX La trampa
Las semanas siguientes se convirtieron en un ejercicio de esquizofrenia emocional. Durante el día, yo era Olivia, la dama de honor dedicada, la amiga práctica que ayudaba a Clara a elegir el papel de las servilletas y a gestionar el estrés prematrimonial. Me convertí en la sombra de Alexander, asegurándome de que estuviera siempre lo suficientemente distraído por la "normalidad" de la boda como para no enfocarse en sus cabos sueltos.
—Olivia, ¿crees que el marfil es demasiado tradicional? —preguntaba Alexander, con una seriedad ridícula, mientras yo lo arrastraba a ver muestras de tela.
—Creo que el marfil es una declaración de estabilidad, Alexander. Algo que una alianza estratégica como la suya necesita —respondía yo con una sonrisa tan dulce que me dolía la cara.
Alexander asentía, complacido con la confirmación de que su matrimonio era, ante todo, un negocio respetable.
Y mientras yo jugaba a la aliada de Alexander, el verdadero drama se desarrollaba en las sombras. Cada noche, me colaba en la terraza. Era nuestro santuario secreto, nuestro confesionario sin paredes. Ethan siempre estaba allí, con la misma camiseta negra y los ojos hundidos por el cansancio.
Nuestra dinámica era una mezcla explosiva de estrategia y necesidad física.
—Alexander ha desviado una suma menor a una cuenta en Luxemburgo —me informaba él, con su voz baja, mientras yo sentía el frío del viento en mi piel.
—Clara dijo que los padres de Alexander están visitando el fin de semana. ¿Es un intento de cubrir sus huellas? —respondía yo, acercándome un poco, buscando su calor.
El diálogo era seco, profesional, hasta que la estrategia se agotaba. Entonces, la necesidad se imponía.
Una noche, en lugar de hablar de fraudes fiscales, Ethan se limitó a mirarme.
—El plan está funcionando. Alexander está nervioso, pero no lo suficiente. Cree que tiene control sobre Clara y sobre la fusión —dijo.
—Entonces, ¿qué necesitas?
—Necesito esto. —Me tomó por la cintura, tirando de mí con una brusquedad que conocía.
No había palabras en esos encuentros. Solo el lenguaje silencioso y brutal de la necesidad. Eran besos cargados de la frustración de nuestros mundos separados, de la rabia por la farsa, y del miedo a lo que sucedería cuando todo terminara. No era amor, no todavía. Era una dependencia tóxica, una válvula de escape que ambos usábamos para seguir fingiendo en el día.
Una mañana, el equilibrio se rompió. Estaba en la habitación de Clara, ayudándola a probarse un velo que parecía pesar una tonelada de seda.
Clara se miró en el espejo, con la expresión más desesperada que le había visto.
—Liv, no puedo. No puedo casarme con él. No me siento bien. Me siento... comprada.
Dejé el velo sobre la cama y la abracé con fuerza. —No tienes que hacerlo, Clara. Tienes una opción.
—No, no la tengo. El nombre Hawthorne tiene un precio. Y si me echo atrás ahora, mi padre desheredará a Ethan, nos arruinará a todos.
Me quedé helada. Esa era la verdadera razón. Clara estaba sacrificándose para proteger a su hermano.
—¿Ethan te dijo eso? —pregunté, sintiendo un escalofrío.
—No. Papá se lo dijo a mi madre, y yo escuché. Papá odia que Ethan sea tan... silencioso. Él prefiere a Alexander, el heredero perfecto. Si la fusión se cae, Papá se asegurará de que Ethan no tenga nada que heredar.
La culpa me golpeó. Mi cómplice estaba arriesgándolo todo, y yo estaba arriesgando mi lealtad a Clara por él.
Esa noche, cuando fui a la terraza, encontré a Ethan furioso. Estaba dando vueltas con las manos metidas en los bolsillos, la tensión emanando de él en ondas.
—¿Qué te pasa? —pregunté, acercándome con cautela.
—El padre de Alexander está aquí. Llegó sin avisar. Lo he visto subir un maletín a la suite de Alexander. No son negocios, Liv. Es la coartada perfecta. Necesitan mover el dinero antes de que yo encuentre el vacío legal.
—Necesitas un gran error de Alexander, ¿verdad? —Mi mente se disparó, combinando la confesión de Clara con la necesidad de Ethan.
—Un error público y documentado. Algo que fuerce a mi padre a retirarse sin afectar legalmente a la empresa.
—Tengo una idea. Pero tienes que confiar en mí.
Ethan se detuvo y me miró. —¿Confiar en ti? Me estás pidiendo que ponga en tus manos la única cosa que me mantiene a flote.
—Tu hermana me dijo hoy por qué no se echa atrás. No lo hace por ti. Lo hace para que tu padre no te desherede. Ella cree que estás en riesgo.
La expresión de Ethan se resquebrajó. Era una mezcla de dolor y rabia contenida.
—Esa estúpida.
—No es estúpida. Es leal. Al igual que yo. Pero si quieres detener la boda y salvar a tu familia, vamos a tener que exponer a Alexander de forma que tu padre no pueda ignorarlo. Y vamos a usar a Clara.
Me acerqué a él, y por primera vez, no lo besé. Puse mis manos a los lados de su rostro.
—Clara organizó una pequeña reunión mañana por la tarde. Un "ensayo informal" con Alexander para calmar los nervios. Es en la bodega de la mansión. No habrá nadie más. Tienes que conseguir que Alexander esté allí, solo, a una hora específica.
—¿Qué vas a hacer? —Su voz era un gruñido.
—Alexander me confía sus secretos de boda. Voy a decirle que Clara tiene dudas, que tiene miedo de su frialdad. Voy a decirle que si la quiere, tiene que hacer una declaración pública de amor. Voy a tentarlo para que haga una cosa estúpida.
—¿Y si te acorrala a ti en la bodega?
—Estoy dispuesta a correr el riesgo. Si Alexander me confiesa algo, será un testimonio. Pero si me pongo a su alcance, y me trata de la misma manera que te besó a ti... ¿sería eso un error lo suficientemente grande?
Ethan me miró, y la intensidad en sus ojos era la de un hombre al borde del abismo. Sabía que le estaba pidiendo que me usara como cebo.
—No. No voy a hacer eso. Es demasiado arriesgado.
—¿Prefieres que Clara se case con un estafador y tú seas desheredado? Tienes que elegir, Ethan. O confías en tu cómplice, o la envías de vuelta a su vida.
Él cerró los ojos y su cuerpo se tensó. Cuando los abrió, el frío del heredero silencioso había regresado, pero había un fuego peligroso debajo.
—Mañana a las cuatro. En la bodega. Yo me encargo de que solo esté Alexander. Pero si él te toca... —Su voz se rompió—. Si él te pone una mano encima, Liv, no responderé por lo que haré después.
—No tienes que hacerlo. Solo asegúrate de tener una coartada perfecta. Y, Ethan... —Lo miré directamente, la seriedad de mi misión superando todo el miedo—... si no funciona, lo repito.
Me fui antes de que pudiera protestar. El plan era peligroso, pero era el único camino para salvar a Clara y, de paso, para resolver de una vez por todas la guerra silenciosa con su hermano.