Alma Rota

Había tramado un plan para salir de la pesadilla en la que mi padre me había metido. Ahora que sabía quién realmente me amaba, no pensaba perderlo. Ganarme la confianza de Lorenzo no sería fácil, pero la palabra rendirse no existía en mi vocabulario.

Esa noche, me fui a dormir para refrescar la mente. Morir y volver a la vida no era algo sencillo de asimilar.

Los rayos del sol se colaron por la ventana, tiñendo la habitación de un tenue color anaranjado. El canto de los pájaros en el exterior me recordó que tenía una nueva oportunidad de vivir, y lo afortunada que era por tan maravilloso regalo.

Me senté en la gran cama, observando la habitación. Nunca antes había apreciado la belleza del lugar. Las paredes blancas, adornadas con una sutileza reconfortante, me llenaban de paz. La enorme cama con pilares en sus cuatro esquinas sostenía cortinas de seda, dignas de la realeza. El aroma a rosas frescas impregnaba el aire.

 Ahora me daba cuenta de que cada detalle estaba diseñado para que una persona se sintiera cómoda.

La puerta se abrió de golpe, sacándome de mi ensimismamiento. Dirigí la mirada hacia el umbral, y una mirada fría y distante me atravesó.

—¿Qué miras? —preguntó Lorenzo, su voz cargada de ira.

—No viniste a dormir anoche —respondí con suavidad.

—Me imagino que eso te alegra.

Respiré hondo, buscando las palabras adecuadas para calmar su furia.

—Estaba preocupada por ti. A pesar de lo ocurrido, en estos años nunca habías dejado de venir a casa.

Lorenzo sonrió con sarcasmo.

—Ahora resulta que te preocupas por mí.

Me levanté despacio, saliendo de la cama y calzando mis pies con las pantuflas que se encontraban a un lado. Caminé hasta él y, con una sonrisa, respondí:

—Aunque no lo creas, sí, me preocupo por ti.

Extendí mi mano y acaricié su mejilla, tratando de despertar al hombre que me había amado en mi otra vida.

Lorenzo detuvo mi mano. Sus ojos, entrecerrados y llenos de culpa, se posaron en mi muñeca.

—¿Esto te lo hice yo?

—Sé que no querías lastimarme. Fue un accidente —respondí con una inocencia que en mi vida anterior no habría tenido.

Él soltó mi mano y, con delicadeza, besó la marca de mi muñeca.

—Nada justifica que te haya lastimado...—

Se quedó en silencio, como si estuviera librando una batalla interna. Era la señal que esperaba.

—Perdóname por intentar escapar. Por favor, no sigas enojado conmigo.

Tenía que ganarme su confianza. Lorenzo sería el aliado perfecto para mi venganza.

—No me recuerdes eso. Imaginar que estuviste entre los brazos de ese hombre hace que me hierva la sangre —su mirada se oscureció con solo la mención de la noche anterior.

—Eso no pasó. Yo nunca me entregué a Camilo. Si tan solo me dejaras contarte mi versión de las cosas.

—Eres una manipuladora. Nunca confiaré en ti, así que no insistas.

—Tengo la manera perfecta de comprobar que nunca estuve con Camilo. Solo déjame demostrarte que digo la verdad.

—Si estuviste con él antes de conocerme, es lo que menos me importa. Si te acostaste con medio mundo, tampoco me importa. Lo que hace que mi sangre hierva es que sigas pensando en otro hombre mientras estás conmigo.

—No pienso en nadie más. Lo único que ha estado en mi mente es saber por qué mi familia hizo todo lo que hizo en mi contra.

El silencio que se instaló entre nosotros fue tenso. La ira de Lorenzo seguía ahí, pero mi confesión había cambiado algo. Había una nueva apertura, una grieta en su armadura por la que podría colarme.

—Te tendré vigilada, eres muy astuta y algo estás tramando.

Deseaba tanto que Lorenzo volviera a besarme como lo hacía en el pasado, volver a sentir su cuerpo cerca del mío. No sabía que su toque despertara en mí tantas cosas. Un suspiro se escapó de mi boca mientras lo veía ir al closet por lo que usaría el día de hoy. Sabía que se iría a trabajar y que no lo vería durante varias horas, así que me arme de valor yendo tras él.

Aprovechando que estaba de espaldas lo abrace apoyando mi rostro sobre su fuerte y musculosa espalda. —Quédate conmigo— susurré con voz apagada.

Lorenzo tomó mis manos soltando mi agarre. —¿A qué juegas ahora?— pregunto sus ojos fijos en los míos.

—Iré al baño, tengo cosas que hacer y no puedo perder tiempo.

Me dejó ahí parada anhelando sus besos, creo que debería ser más radical si quiero acelerar las cosas. Busque algo de ropa y me fui a la habitación de invitados para tomar una ducha y cambiarme de ropa. Cuando estuve lista salí de la habitación de invitados volviendo a la que compartía con Lorenzo.

Abrí la puerta viéndolo sentado en la cama tratando de ajustar uno de los gemelos de su camisa, camine hasta él sentándome en sus piernas, la sorpresa se dibujó en su rostro.

Antes de que pudiera reaccionar tome su mano ayudándolo a colocarse el adorno. —Espero que haya quedado bien— dije con dulzura.

—Estás jugando con fuego— advirtió, su voz ronca.

—No tengo miedo a quemarme— respondí clavando la mirada en sus ojos negros.

Pude sentir como su respiración empezó a hacerse más pesada, sus ojos danzaban entre mis ojos y mis labios. Por instinto pasé mi lengua por la comisura de mis labios haciendo un recorrido sensual por estos. Vi como Lorenzo trago con pesadez tratando de resistir a su instinto.

Saliendo que él era demasiado orgulloso para tomar la iniciativa me arme de valor y bese sus provocativos labios, pensé que él no me seguiría la corriente, pero para mi sorpresa tomo el control de la situación adueñándose de mi boca mientras sus manos recorrían mi cuerpo, el beso fue tomando profundidad y sin saber en qué momento paso me encontraba acostada en la cama y él encima de mí.

—Eres una hechicera— comento respirando con dificultad.

—Quiero que mis hechizos sobre ti sean eternos.

Lorenzo cerro los ojos como si tratara de controlarse, se levantó de la cama y sin decir una sola palabra más salió de la habitación. —¿Qué dije?— pregunté en un susurro.

Las cosas habían salido mejor de lo que esperaba, estaba segura que pronto Lorenzo caerá en mis redes.