La última bocanada de aire se le escapó a Elena en una exhalación tan vacía como los últimos dos años de su matrimonio. No fue una muerte dramática; fue un apagón silencioso en medio de una carretera nevada, una pausa abrupta en su huida sin rumbo. A sus veinte años, acababa de descubrir la traición de su esposo, el hombre que juró amarla en una iglesia llena de lirios, y la única escapatoria que encontró fue meterse en su viejo auto con una maleta y el corazón roto. Había conducido hasta que el mundo se convirtió en una neblina gris, buscando un lugar donde el eco de la mentira no pudiera alcanzarla. Encontrándose con la nada absoluta viendo su cuerpo inerte en medio de la oscuridad.
¿Qué pasará con Elena? ¿Cuál será su destino? Es momento de empezar a leer y descubrir los designios que le tiene preparado la vida.
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Capitulo XXII El regreso del fantasma
El golpe en la puerta fue un sonido brutal, un recordatorio de que su vida ya no era un simple romance, sino una estrategia de estado. Elena y Alistair se separaron inmediatamente, la calidez de la noche reemplazada por la gélida realidad.
Mary y la Señora Hudson esperaban al otro lado, la preocupación grabada en sus rostros.
—¿El Capitán Leo Thorne? —preguntó Alistair, su voz volviendo a ser la de un hombre de mármol. El nombre, que él creía haber reducido a cenizas, era una herida reabierta.
—Sí, mi Señor. Acaba de llegar. Dice que necesita hablar con usted sobre asuntos militares, pero la Señora Hudson dice que su insistencia es sospechosa.
Alistair se vistió con una velocidad metódica, volviendo a ponerse la armadura del Conde. Elena hizo lo mismo, su mente de estratega tomando el control.
—Esto no es una coincidencia, Alistair —dijo Elena, abrochando un botón con manos firmes—. Valeska no se detuvo. Si ella sabe que las cartas fueron quemadas, su último recurso es enviar al amante en persona para desestabilizarnos.
Alistair la miró, la desconfianza luchando con la fe que ella había logrado construir.
—Y su coartada, Elena. ¿Cómo manejaremos al hombre que usted, supuestamente, amaba más que a su propia vida?
—Con la misma honestidad que le ofrecí a usted —respondió Elena, acercándose. Su mirada era una promesa—. El Leo Thorne que él conoció no existe. Yo no lo recuerdo, y no lo amo. Mi lealtad, y mi deseo, están aquí.
Elena caminó hacia el tocador, tomando un broche de amatista. Su determinación era palpable.
—La audiencia no será solo entre usted y él, Conde. Yo estaré presente. Debemos mostrar un frente unido. Si yo me escondo, él pensara que guardo algún sentimiento por por ese pasado que no recuerdo, ya que no lo viví. Si yo lo enfrento, él verá que no queda nada de su antigua amante.
Alistair asintió. Era un riesgo inmenso; la confrontación con un antiguo amor podía romper cualquier fachada. Pero el plan de Elena era lógicamente impecable.
—De acuerdo. Pero no hablará de brujería digital o de avances tecnológicos —advirtió Alistair, con un atisbo de una sonrisa que aligeró la tensión—. Por la mañana, esa es mi única regla.
Minutos después, Elena y Alistair bajaron al Gran Salón, donde un oficial delgado y apuesto, con cicatrices en el rostro que atestiguaban su valentía en la guerra, esperaba. Este era Capitán Leo Thorne. Su mirada era intensa y ansiosa.
Al ver a Elena junto a Alistair, su rostro se descompuso en una mezcla de shock y dolor. Él había esperado encontrar a una mujer atrapada, esperando a ser rescatada; en cambio, encontró a una Condesa segura de sí misma y unida a su esposo.
—Capitán Thorne —saludó Alistair con una formalidad fría—. Gracias por su visita. Mi esposa y yo estamos juntos para recibirlo.
Leo se inclinó, pero sus ojos no abandonaron a Elena.
—Condesa Elena... me alegra verla tan recuperada después del accidente. Creí que el golpe en la cabeza...
—El golpe en la cabeza fue una bendición, Capitán —intervino Elena, con una sonrisa serena y un tono distante, como el que usaría con un conocido molesto. Pues gracias a ese golpe descubrí el gran amor que siento por mi esposo. Y me ha permitido deshacerme de todo el resentimiento que tenía hacia mi esposo y mi posición. No recuerdo la fuente de mi desdicha, y ahora solo veo la oportunidad de servir a esta Casa con honor.
Leo Thorne estaba visiblemente desorientado. La mujer que había arriesgado su vida por él ahora lo miraba como un extraño.
—Pero, Elena, nuestros planes... ¿no los recuerdas? Todo lo que planeamos para después de la guerra...
Alistair se tensó, pero Elena le puso una mano firme en el brazo, una muestra pública de propiedad.
—Capitán Thorne, mi esposo y yo estamos totalmente dedicados a asegurar la estabilidad del reino —dijo Elena, con una autoridad que era puramente suya—. Si teníamos planes, me temo que fueron reestructurados por el destino, aunque déjeme asegurarle que no recuerdo haberlo conocido antes y mucho menos haber mantenido ni hun tipo de relación con usted. Ahora mi única prioridad es la Tercera Regla que comparto con mi esposo, el Conde Alistair: asegurar el futuro de nuestro linaje.
Elena había usado el lenguaje del deber y la estrategia para asesinar a su fantasma.
Leo se quedó sin palabras. La Condesa que había conocido, la apasionada y desesperada amante, había sido reemplazada por una mujer fría, eficiente y completamente enamorada de su papel.
—Si no hay asuntos militares urgentes, Capitán, mi esposo y yo tenemos compromisos que atender —concluyó Elena, terminando la audiencia con la eficiencia de una ejecutiva.
Mientras Leo Thorne era escoltado fuera, Alistair se inclinó hacia Elena.
—Ha hecho un trabajo... extraordinario, Condesa. Acaba de matar a un fantasma.
—Y he salvado mi matrimonio, Conde —respondió Elena, devolviéndole la sonrisa, sabiendo que la confianza entre ellos era más sólida que nunca.
El plan de Elena funcionó. El regreso de Leo Thorne fue un fracaso gracias a su determinación.
Aunque aún había un tema que los esposos debían resolver y este era la supuesta reencarnación de Elena del futuro.