BRONCE

...FREYA:...

Me encontré en otra habitación similar a la del rey, estaban en el mismo pasillo a solo una pared de diferencia. Las sirvientas organizaron mis pocas pertenencias y declararon que el rey se encargaría de llenar más el armario, no discutí, al fin y al cabo era lo apropiado, necesitaba ropa y no podía ser orgullosa.

Empecé a leer mis libros.

— ¿Ya no te preocupas en saber cómo estoy? — Gruñó Florence, no me percaté de que entró en la habitación.

— Oh, lo lamento, con todo lo que sucedió no me dió tiempo de buscarte — Dije, como disculpa y arrugó los labios.

— Pensé que te estabas divirtiendo.

— ¿Divirtiendo? — No comprendí, me levanté mientras ella exploraba la habitación.

— Sí, con tu esposo. Vaya, ésta habitación es bastante apropiada para tu nueva posición, es preciosa y lujosa, lo admito no extraño para nada Polemia.

— No me divertí — Resoplé — Y estos lujos no ayudaran en nada a Polemia.

— ¿Lo hace mal? — Preguntó con curiosidad.

— ¿Que cosa?

— El amor — Dijo, con sonrisa insinuante.

— No hice nada.

— ¿También es eunuco?

— El rey no me quiere para eso. No tengo idea de si es eunuco o no, tenía todas sus partes.

— ¿Cómo sabes eso sí no hicieron nada? — Estrechó sus ojos.

— No hicimos nada.

— ¿Entonces para qué te quiere? — Bramó enojada — No te deja usar el poder que tienes como reina y tampoco quiere que le des herederos. El rey es egoísta.

— El rey solo me quiere para averiguar más sobre mi padre y proteger a su reino, no confía en mí y entiendo — Admití y frunció el ceño.

— Tantas molestias y revuelos, solo por un poco de información — Negó con la cabeza — Sé que busca más que eso, estoy segura.

— No lo sé, el rey es extraño, no le intereso, solo se casó conmigo para ver que es lo que mi padre desea.

— Eso podía averiguarlo de otra forma, casarse contigo fue algo innecesario, no puedes ejercer poder así que eso es inútil, se burla en nuestra cara... Freya, tienes que cambiar las cosas — Dijo, tomando mis manos — Tienes que hacer lo que sea para darle su merecido a ese rey, para demostrar que eres capaz y no te vas a dejar, no eres manipulable. Con o sin su aprobación, debes hacer lo que por derecho te corresponde, fuiste coronada y eso te da potestad.

— No voy a conspirar en su contra.

— ¿Por qué? — Gruñó y negué con la cabeza.

— A pesar de sus condiciones y prohibiciones, el rey no es malo.

— ¿En serio te gustó tan rápido? — Me soltó las manos.

Me sonrojé y negué con la cabeza.

— No es eso, mi padre y el rey Archibald hicieron mal en hacer ese trato sin su consentimiento.

— Eso no lo sabes, tal vez solo miente para no cumplir con su parte y...

— No, Florence, mi padre y ese otro rey no le consultaron, nunca, es verdad.

Suspiró pesadamente.

— ¿Entonces mi padre cometió un error?

— Tal vez — Tensé mis hombros — Mira este reino, es próspero y la gente no sufre como en casa.

— Eso es porque tienen riquezas, no cae nieve todo el año y están desarrollados — Gruñó, en desacuerdo — Polemia sufre por sus condiciones desfavorables.

— Pero ¿Castrar, encarcelar y torturar? ¿En serio eso es necesario?

— Las condiciones son críticas, la desesperación y todo lo que sufrimos hace que todo sea así, no somos malos, mi padre y mi hermano no lo son, solo quieren lo mejor para Polemia — Insistió, dolida — Freya no te ciegues por favor, no te dejes llevar por la estabilidad que este reino ofrece, de estar en las mismas condiciones que Polemia, harían lo mismo.

— No lo sé...

— ¡Freya, por favor, intenta convencer a ese rey de hacerte suya!

— No creo que pueda — Dije, bajando la mirada.

— Tienes todo a tu favor. Deberías conseguir ablandarlo, así podrás llevar en su vientre al primogénito y heredero al trono, si tú no puedes ejercer poder entonces tu hijo podrá.

Me quedé callada, discutir con Florence era difícil.

Me molestaba que el rey no quisiera ayudar, pero no podía forzarlo, no sería lo correcto y usar mi cuerpo me parecía algo demasiado sucio, yo era una tonta que tartamudeaba al hablar, más cuando estaba nerviosa, era muy joven, era obvio que el rey no me veía como mujer.

— ¿Hubieses hecho algo estando en mis zapatos?

— Por supuesto, lastimosamente solo soy la princesa de Polemia que te acompañó como doncella — Dijo, con firmeza, ella era más capaz.

— Bien, lo haré — Dije, no porque quisiera si no porque era mi deber.

Polemia estaba condenada por el tiempo, mientras más años pasaran, más cerca estaría de desaparecer.

Florence acarició mi mejilla y me sonrió débilmente.

...****************...

Me enteré de que el rey estaba en una reunión con el consejo.

Tenía prohibido ir, pero no sabía si esas reglas habían cambiado desde que me casé. Me asomé en el pasillo, encontrando una fila de caballeros con armaduras.

No quise molestar, tal vez no me dejarían entrar.

Caminé por los pasillos, sin saber a donde ir, Florence me seguía en ocasiones.

Los días transcurrieron y apenas pude ver al rey, de lejos, en el comedor cuando le apetecía, mantenía las cosas formales y yo encontraba la forma de acercarme.

¿Debería meterme en su habitación en la noche?

No, eso sería muy descarado, solo reaccionaría con enojo.

El rey parecía estar evitando a toda costa mi presencia y el fondo eso me hacía sentir menos importante.

Era frustrante que todos en el castillo me desplazaran, incluso los guardias y demás miembros del consejo me miraban poco.

Las sirvientas si eran dedicadas, pero fingían que todo estaba bien cuando no era así. Me decían que el rey estaba muy ocupado.

En una oportunidad, me encontré al hombre encadenado, remodelando una de las paredes del castillo, fue en una ocasión en la que me alejé demasiado de las áreas que conocía.

El hombre seguía con su trabajo, tallando en la pared con un cincel.

— ¿Por qué tiene cadenas? — Pregunté y dejó de trabajar, se quedó arrodillado.

Era un hombre castaño, con una barba descuidada, ropas harapientas y el cabello enmarañado.

— ¿Es familiar de la otra mujer que habla extraño?

— Es mi hermana — Me mantuve a una distancia prudente.

— No se parecen, solo en ese acento, sé que es la reina.

— Entonces debería estar obligado a responder mi pregunta.

— Cometí un delito y recibí un castigo eterno, las cadenas me acompañan hasta mi muerte — Dijo, con mirada vacía.

— ¿Qué hizo para merecer tal castigo?

— Nada importante.

— No parece que sea algo sin importancia.

— No deseo hablar de eso, ni siquiera con su majestad — Dijo, haciendo una reverencia — Me conformo con saber que el rey si tiene su castigo — Me evaluó detenidamente — Y es usted.

— ¿Cómo dijo? — Me estremecí.

— No debe ser un secreto para usted que se parece a la esposa anterior, todo el mundo lo susurra.

— ¿Por qué es un castigo para el rey?

— Debería preguntarle o bueno si quiere yo se lo digo...

— ¡Ya le he dicho que no debe hablar con nadie de jerarquía mayor! — Gruñó el rey, apareciendo por la esquina del pasillo y me tensé — ¡Eso incluye a la reina, termine su trabajo o volverá a destapar las tuberías de la letrina!

El hombre desvió la mirada a la pared.

El rey me observó con expresión dura.

— Usted, venga — Se alejó y lo seguí nerviosa.

Cuando estuvo lo suficientemente lejos, se detuvo.

— No hable con ese hombre — Ordenó, observandome desde su altura elegante.

— ¿Por qué?

— Porque es un prisionero, cometió un intento de traición y abusó de su poder.

— ¿Era poderoso?

— No tanto como creyó, no vuelva a acercarse a ese hombre — Gruñó y me irrité sin saber la razón.

— No se preocupe, no tenía intenciones de hacer amigos.

— Solo le digo, cuidese.

— ¿Si es tan peligroso por qué lo tiene en el castillo? — Exigí, cruzando los brazos.

Pasó una mano por su cabello.

— Porque es su castigo, servir al castillo en todo lo que se le ordene.

— Entonces no creo que pueda hacer mucho en su estado — Desafié.

— No se confíe.

— No, no lo hago — Dije, acercándome un poco.

El rey se alejó.

— Vuelva a su habitación.

— No.

— ¿Cómo? — Frunció el ceño.

— No estoy haciendo nada malo, solo intento lidiar con mi aburrimiento.

— ¿Los libros no son suficientes?

— Dió su palabra de que podía salir con Florence a conocer la cuidad.

— Temo que estoy muy ocupado, será en otro momento.

— Dijo que podíamos ir acompañadas de un guardia.

— Los guardias tienen sus propios asuntos...

— Pensé que un rey tendría más palabra.

— La tengo, pero en estos momentos no puedo ordenar un carruaje y un guardia, tendrá que esperar.

— ¿Y si está tan ocupado? ¿Qué hace por aquí? — Exigí.

— Eso no le concierne.

Le lancé una mirada desdeñosa y me marché.

...****************...

Tomé valor para acercarme al pasillo del consejo.

— ¿Todavía está la reunión?

Ninguno de los caballeros parecía querer contestar.

— Si... Majestad — Dijo el sir de piel oscura y seguí observando hacia las puertas dobles.

— Hablan de mí, deciden mi destino — Susurré por lo bajo.

— ¿Disculpe?

— Oh, no es secreto — Dije, ese hombre me observaba con expresión dura y el resto le imitaba.

— No lo sé, no tengo información sobre lo que se está tratando — Dijo y recibió una mirada de otro caballero.

— Desde que llegué, el tema he sido yo y solo cumplí con la palabra de mi padre, no veo mucho sentido a estar aquí sin hacer nada.

Me sentía frustrada, expresarme con un extraño era lo único que quería.

— Es la reina, no debe hacer nada — Dijo el otro caballero, con cuidado.

— Polemia es un lugar en caos, no hay reyes, fueron asesinados por el mismo pueblo, no hay orden, las personas viven siendo nómadas, pelean con otros por territorios, cazan por su cuenta para sobrevivir debido a la nieve que nunca acaba, somos un reino salvaje.

Mi padre era un rey solo porque fue nombrado por los que quedaron con vida, pero los reyes antepasados fueron masacrados por salvajes, ellos no vivían en una muralla, según, tenían un pueblo cerca de la costa.

— ¿Si no hay reyes, cómo es qué usted era princesa? — Pregunó el caballero de piel oscura.

Lo observé.

— Los nobles que quedaron se unieron en una fortaleza, pelean día y noche por erradicar a los rebeldes salvajes, soy de un linaje, mi padre es pariente cercano de los últimos reyes de Polemia y él ha estado intentando volver a tomar lo que le corresponde, para poder salvar a Polemia de la destrucción máxima... Tarde o temprano, en mi reino no habrá más que desolación — Conté con pena — Pero, al parecer no soy de la confianza de nadie en este lugar.

— ¿Le contó esto a su majestad el rey Adrian?

— Por supuesto — Fruncí el ceño — Pero, llegué aquí sin invitación... Sin aprobación del rey y eso le hace desconfiar.

— Debe comprender, no conocemos en lo absoluto su reino y tampoco habíamos escuchado anteriormente de él.

— Es normal que sea olvidado — Me indigné sin poder evitarlo— Es un reino que no tiene mucho que ofrecer a los demás reinos, por años se le ha ignorado e incluso su historia en los libros de aquí está alterada, al mundo le da terror que algo así salga a la luz, darse cuenta que mi gente sea tan salvaje que hasta se comen unos a otros.

Me espanté, no los llamaba salvajes en vano.

— Lamento eso, su majestad — Dijo el otro caballero, reparando mucho mi presencia.

— Caballeros como ustedes hay pocos — Observé a todos, con expresión melancólica — Los que habían murieron enfrentando a los salvajes y los que quedan, son usados para proteger a la fortaleza... A los miembros de los ejércitos y caballeros se les castra.

Las puertas se abrieron y los miembros salieron.

El sir, la princesa, otros tres hombres miembros del consejo salieron.

Hicieron una reverencia y continuaron su camino.

El rey fue el último en salir.

Me tensé al verlo.

Los caballeros se movieron, marchando en fila.

— Majestad...

— ¿Qué hace aquí?

— No siga, no dijo nada de quedarme afuera del consejo.

Estrechó sus ojos.

— ¿Está espiando?

— No.

No hice caso, volví al día siguiente, cuando el sir salió primero que el resto y después de esa vez no volví a verlo.

— ¿Qué sucedió con el sir? — Pregunté a una de las sirvientas esa noche. Se quedó callada — No lo he visto.

— Marchó a un viaje — Contestó y sabía que sería lo único que diría.

Sería demasiado evidente si me acercaba al rey.

Él sospecharía.

Pero, no podía seguir así.

Tal vez si accedía a contarle todo lo que sabía sobre Polemia, podría ganar su confianza.

Salí de la habitación y toqué la puerta de la suya.