Dayana, una loba nómada, se ve involucrada con un Alfa peligroso. Sin embargo un pequeño bribón hace temblar a la manadas del mundo. Daya desconcertada quiere huir, pero termina en... situaciones interesantes...
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Cap. 3 No puedo pedirte eso...
Su corazón palpitaba con tanta fuerza que sentía que le rompería las costillas. Ya estaba calculando mentalmente: debía cambiarse de apellido otra vez, conseguir documentos falsos nuevos, empezar de cero... de nuevo.
Caterina se puso pálida al instante. No hubo duda, no hubo preguntas. El miedo de Dayana era demasiado real y demasiado familiar. Sintió el eco de sus propios terrores en los ojos de su amiga.
—Sí. Sí, amiga, yo te apoyo —dijo con una firmeza que calmó un poco el pánico de Dayana—. Yo te apoyo.
Mientras hablaba, comenzó a sacar papeles de su escritorio con movimientos rápidos y decididos. Ella siempre había ayudado a ocultar la documentación de Dayana, por si esto pasaba. Estaban preparadas para lo peor. Pero entonces, Caterina hizo algo que Dayana no esperaba: sacó una hoja en blanco y comenzó a escribir con determinación.
—Amiga, no te preocupes. Yo voy contigo —declaró, sin alzar la voz, pero con una convicción inquebrantable
—Te acompaño. No puedes estar sola con el bebé. Mi querido y precioso Óscar no puede estar así, perdido por la vida, huyendo sin red. —la miró, y en sus ojos no solo había angustia, sino una feroz lealtad de loba.
Dayana sintió cómo un torrente de emociones contradictorias la embargaba: el pánico, la gratitud, el miedo a arrastrar a su amiga a su desgracia... Y entonces, las lágrimas que había estado conteniendo cayeron por fin de su rostro. Eran lágrimas de terror, pero también de un alivio abrumador. No estaría sola. En el mundo entero, tenía a una persona que elegía caminar hacia la tormenta a su lado.
Era lo más valioso que le había pasado desde el nacimiento de su hijo.
—No puedo pedirte eso... —logró sollozar.
—No me lo estás pidiendo. Yo lo estoy decidiendo —afirmó Caterina, doblando su carta de renuncia con un gesto seco.
—Ahora vamos. Recogemos a Óscar y nos largamos de este pueblo antes de que ese Alfa impertinente huela que estamos planeando escapar.
Mientras el viejo sedán de Caterina rugía por el camino de tierra, alejándose del pueblo como si llevara al mismísimo diablo en el portamaletas, una figura alta y silenciosa emergió de entre la espesura del bosque que bordeaba la casa de Dayana.
Lycas.
Se detuvo justo en el borde de la propiedad, donde el césped bien cuidado se encontraba con lo salvaje. Su postura era de una quietud inquietante, poderosa como la calma que precede a un tornado. Sus ojos, del color del acero bajo la lluvia, escudriñaron la pequeña casa con las ventanas cerradas. Ya estaba vacía. Lo sabía en el hueso. Lo sabía en la sangre.
Cerró los ojos e inhaló profundamente, permitiendo que el mundo se redujera a un torbellino de información olfativa.
Allí estaba. Ella.
El dulce y embriagador aroma a castaña y miel silvestre que había atormentado sus sueños durante casi cuatro años. Era más tenue de lo que recordaba, domesticado por la vida humana, pero inconfundible. Dayana.
Pero era lo que se entrelazaba con su esencia, lo que le hizo abrir los ojos de golpe, con una furia fría y repentina que hizo que el lobo que llevaba dentro enseñara los colmillos.
Miedo. Un olor agrio, penetrante, a adrenalina pura. El hedor de la presa acorralada. Era el aroma de su huida.
Y junto a él, otro más sorprendente y, para su orgullo de Alfa, infinitamente más irritante: decisión. Un aroma a hierro frío, a voluntad férrea, a desafío. No solo huía. Huía con un plan. Con determinación.
Un gruñido bajo y peligroso surgió de su pecho. ¿De verdad creía que podía escapar de él? ¿Ocultarse de nuevo?
Y entonces, llegó el olor que le partió el alma en dos y reensambló todas las piezas del rompecabezas de una manera brutal y reveladora.
Cachorro.
El aroma era leve, una nota apenas perceptible mezclada con el de Dayana, pero para el olfato de un Alfa, era como una sirena. Dulce, lechoso, inocente. Y llevaba la marca de ambos. Llevaba su marca. Llevaba el poder de los Colmillo Plateado mezclado con la esencia salvaje de ella.
Un hijo. Ella le había ocultado un hijo.
La rabia que sintió entonces no fue caliente, sino glacial. Una ira tan profunda y absoluta que silenció el bosque a su alrededor. Cada músculo de su cuerpo se tensó, listo para la cacería.
Se giró hacia donde dos de sus betas esperaban en silencio, sometidos por el aura de furia contenida que emanaba de su líder.
—Empacaron y se fueron hace menos de una hora —dijo su voz, áspera como la lija, rompiendo el silencio.
—Hay dos vehículos. El de ella huele a pánico y goma quemada —hizo una pausa, y cuando volvió a hablar, cada palabra era un latigazo
—Y huele a mi heredero.
Los betas se pusieron rígidos, comprendiendo la monumental gravedad de esas palabras.
Lycas señaló hacia las dos tenues huellas de polvo que se perdían en el camino.
—Esa —señaló la más débil.
—Es de un sedán, viejo. Huele a otra hembra, a aceite barato y… a lealtad estúpida —despreció el aroma de Caterina con un gesto
—La otra es más reciente, más fuerte. Es una camioneta pickup alquilada. Esa es la distracción.
—Su instinto de estratega no fallaba—. Sigan la pickup. Agoten esa pista. Yo me ocupo del sedán.
Sin esperar respuesta, Lycas se despojó de su camisa en un movimiento fluido. La transformación no fue un estallido de dolor, sino un torrente de poder implacable. Huesos se recolocaron, piel se cubrió de un pelaje grisáceo y plateado, y en segundos, donde estaba un hombre enfurecido, ahora había un lobo enorme, musculoso y con los mismos ojos grises llenos de una tormenta de furia y determinación.
Con una última y profunda inhalación que grabó el rastro del sedán en su mente, el gran lobo Alfa se lanzó al bosque. No seguiría el camino. Tomaría el atajo más directo, el más brutal. Cruzaría montañas y riachuelos en línea recta.
Dayana podía correr. Podía esconderse. Podía tener a toda una manada amiga ayudándola.
Pero ya no importaba. Él había olido la verdad, y ahora olía su miedo. Y ningún ser en este mundo podía esconderse de Lycas, el Colmillo Plateado, cuando había decidido reclamar lo que era suyo.
La cacería había comenzado.
pienso que de poder rechazarlo lo puede hacer ,pero temo por la vida de su loba Akira y por la misma Dayanna porque tal vez no resista al rechazo pero siento que si ella es una loba de rango superior puede resistir cualquier cosa de parte de Lycas....