Un Rey de Hielo, el más temido , frío y sin corazón busca a una Reina perfecta.
Una joven Audaz, fuerte, libre, envuelta en su mundo desea escapar..
¿ Qué pasará si sus caminos se unen ?
⚠️🔞❗️ Escenas explícitas, vocabulario, maltrato emocional
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Más o menos
Los pasillos de mármol del castillo hervían de murmullos. Los consejeros se reunían en corrillos, las sirvientas cuchicheaban entre sí, y hasta los guardias intercambiaban miradas cómplices.
“El Rey ya eligió a su reina…”
“Dicen que no es ninguna de las candidatas oficiales…”
“¡Es una plebeya! O al menos, no de la corte…”
“Frely… he escuchado ese apellido antes…”
Las noticias se propagaban como fuego en seco. La incertidumbre crecía en los salones de las jóvenes de sangre noble que habían soñado con el trono.
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En la mansión de los Rhosven, Nadyra estaba sentada frente a su tocador, peinándose con parsimonia mientras su doncella terminaba de ajustar las cintas de su vestido. Un golpeteo apresurado en la puerta la hizo fruncir el ceño.
—¿Quién osa interrumpir? —preguntó con frialdad.
Una sirvienta entró, inclinándose temblorosa.
—M-mi lady… ha llegado una carta del Consejo Real.
Nadyra alzó la mano, impaciente.
—Dámela.
La abrió con un solo tirón y leyó con rapidez. Por un instante, su rostro se mantuvo impasible, pero pronto la sangre le subió al rostro. La carta tembló entre sus dedos.
—…No… aceptada… —leyó entre dientes, la voz quebrada por la furia—. ¿Cómo que no aceptada? ¡Imposible!
Se levantó de golpe, tirando la carta al suelo. Las sirvientas retrocedieron, asustadas.
—¡Él no puede rechazarme a mí! —gritó, y con un manotazo volcó el jarrón de porcelana sobre la mesa. El agua y las flores se derramaron por el piso.
La doncella intentó acercarse.
—Mi lady… debe calmarse…
—¡Cállate! —Nadyra arrojó el cepillo contra el espejo, que se resquebrajó con un sonido seco—. Quiero saber quién es esa… esa nadie que se atrevió a quitarme el lugar.
Su respiración se volvió agitada mientras hundía los dedos en el respaldo de la silla, con los ojos ardiendo de odio.
—No quedará así.. Orión yo tengo que ser tu reina – murmuró con agonia
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En las demás mansiones nobles, las jóvenes que habían soñado con ser la Reina recibieron cartas similares. Algunas lloraron en silencio; otras, con resentimiento silencioso, ya planeaban alianzas. Pero todas querían saber lo mismo:
“¿Quién fue la elegida?”
🏰 Ducado Frely
El ambiente era completamente distinto en la residencia de los Frely. Serena estaba en su habitación, arrodillada frente al viejo baúl donde guardaba sus pertenencias. No había emoción en su rostro; solo un cansancio helado.
Sobre la cama, las prendas estaban dobladas de manera impecable. Sus primas revoloteaban por el cuarto, hablando entre risas y preguntas, demasiado excitadas para notar el vacío en los ojos de Serena.
—¡No puedo creer que viviremos cerca del castillo! —exclamó Liora, abrazando una almohada con entusiasmo.
—Es como un sueño… —añadió Adena, con una sonrisa de ilusión—. Todo cambiará, Serena. ¡Todo!
Serena dobló con cuidado una blusa sencilla, guardándola en el baúl. Su voz sonó baja, apagada.
—Sí… cambiará.
El Duque Adrien asomó la cabeza por la puerta, observando el ir y venir de las muchachas.
—Aún me cuesta asimilar esto —dijo, cruzándose de brazos—. La corte es un nido de víboras. Y ahora tú… —Se interrumpió, bajando la voz—. ¿Estás segura de lo que haces, Serena?
Ella alzó los ojos por un instante. Había en ellos algo duro, pero también resignado.
—No es lo que hago, tío… es lo que tengo que hacer.
Adrien suspiró, escucharla decir eso en ella era diferente a cuando el ll decia, se retiró, murmurando algo sobre que los dioses les dieran fuerzas.
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Al caer la tarde, el sonido de cascos y ruedas de carruajes resonó frente al portón. Serena salió al patio con el baúl a un lado, el cabello recogido en una trenza sencilla, sin joyas ni vestidos fastuosos.
Un hombre de armadura negra, con la insignia dorada de la guardia real en el pecho, desmontó de su caballo. Tenía facciones marcadas y ojos oscuros, su presencia imponente pero educada.
—¿Lady Serena Frely? —preguntó con voz firme.
—Sí —respondió ella, directa.
El hombre inclinó la cabeza.
—Soy Capitán Dorian, de la guardia real. El Rey me envió para escoltar a su familia y asegurar que el traslado sea seguro. —Sus ojos se posaron en el baúl junto a ella—. ¿Todo listo?
Serena bajó la mirada hacia el equipaje y asintió, con un suspiro casi imperceptible.
—Más o menos.
Dorian arqueó una ceja, intrigado por la falta de entusiasmo. Ladeó la cabeza con un atisbo de respeto.
—No muchas mujeres reaccionan así al convertirse en futuras reinas.
Serena levantó la mirada, con una media sonrisa helada.
—Es que no soñé con serlo.
Dorian la observó en silencio un momento, pero finalmente asintió.
—Entonces, que los dioses le den la fuerza que necesitará.
Serena alzó con fuerza el asa del baúl y lo arrastró hasta el carruaje. Antes de subir, lanzó una última mirada a la casa donde había pasado los últimos años. Un nudo se formó en su garganta, pero no dejó que nadie lo notara.
Murmuró para sí, con la voz tan baja que el viento casi se la llevó:
—Vamos a ver qué clase de jaula es la corte…
Mientras los carruajes se ponían en marcha, los rayos del atardecer teñían de rojo los muros del ducado, como si el destino ya marcara el inicio de su futuro.