una chica cualquiera viaja en busca de sus sueños a otro país encontrando el amor y desamor al mismo tiempo...
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El Despertar de un Nuevo Sueño y un Destello Rubio Dorado
El primer rayo de sol que se filtraba tímidamente entre las cortinas color arena actuó como un suave llamado, despertándome de un sueño aún impregnado de la emoción de la noche anterior. Hoy no era un día cualquiera; hoy era el día. El día en que cruzaría las puertas de la Universidad de Abogacía de la Ciudad de Sevilla, el inicio formal de ese anhelo que me había impulsado a cruzar el Atlántico, dejando atrás mi país y a mis abuelos.
Una energía vibrante recorrió mi cuerpo mientras me incorporaba en la cama. Una mezcla de nerviosismo y una profunda ilusión danzaban en mi interior. Me vestí con cuidado, eligiendo un atuendo que reflejara tanto mi personalidad como el respeto por este nuevo entorno académico. Unos pantalones de corte clásico, una blusa de seda color cielo y mis zapatos más cómodos serían mis aliados para esta primera jornada.
Mientras desayunaba un rápido café con tostadas, repasaba mentalmente la carta de bienvenida, las indicaciones para llegar a la facultad y la hora de presentación. Cada detalle parecía crucial, cada paso, un avance hacia ese futuro que tanto anhelaba construir. Al salir del pequeño apartamento que se había convertido en mi hogar sevillano, el aire fresco de la mañana me envolvió, cargado del aroma inconfundible de azahar que ya empezaba a asociar con esta hermosa ciudad.
El camino hacia la universidad fue un descubrimiento en sí mismo. Las calles adoquinadas, los edificios con fachadas históricas y los balcones adornados con flores me contaban historias silenciosas de siglos pasados. El bullicio matutino sevillano era diferente al de Buenos Aires, un ritmo más pausado, pero igualmente lleno de vida. Con la ayuda de mi teléfono y algunas indicaciones amables de los transeúntes, finalmente divisé el imponente edificio de la facultad. Su arquitectura clásica, con grandes portones de madera y escudos tallados en piedra, infundía respeto y solemnidad.
Al ingresar al recinto, me encontré con un torrente de estudiantes, rostros expectantes y conversaciones animadas llenaban el aire. Me dirigí al Salón de Actos, siguiendo las indicaciones de unos carteles informativos. Al entrar, la magnitud del espacio me sorprendió, filas de asientos vacíos esperando ser ocupados por aquellos que, como yo, comenzaban un nuevo camino.
La recepción fue cálida y organizada. Miembros de la facultad y estudiantes veteranos nos dieron la bienvenida con una sonrisa, entregándonos folletos informativos y resolviendo nuestras primeras dudas. Sentí una oleada de alivio al percibir un ambiente acogedor y dispuesto a facilitar nuestra integración.
Mientras buscaba un asiento libre, mi mirada se cruzó con la de un chico que destacaba entre la multitud. Su cabello, de un rubio tan dorado que parecía irradiar luz propia, contrastaba de manera sorprendente con la profundidad de sus ojos negros, intensos y penetrantes como la noche estrellada. Una chispa, una conexión instantánea, se encendió en el momento en que nuestras miradas se encontraron. Sentí un vuelco en el corazón, una sensación desconocida y poderosa que me dejó momentáneamente sin aliento.
Él estaba sentado unas filas más adelante, hojeando un folleto. Con una mezcla de timidez y una curiosidad irresistible, me acerqué y, con una sonrisa nerviosa, me presenté.
Azul: "Hola, disculpa. Soy Azul, soy nueva por aquí."
Él levantó la vista, y la intensidad de sus ojos negros se suavizó con una sonrisa amable que iluminó su rostro.
Julián: "Hola, Azul. Bienvenida. Yo soy Julián. También soy de primer año, así que estamos en la misma situación." Su voz era cálida y melodiosa, con un ligero acento que me resultó encantador.
Azul: "Qué bueno encontrar a alguien más que se siente un poco perdido", dije, aliviada de no ser la única novata. "Vengo de Argentina, así que todo esto es bastante nuevo para mí."
Los ojos de Julián brillaron con interés.
Julián: "¡Argentina! Qué maravilla. Siempre he querido ir. ¿Qué tal tu llegada a Sevilla?"
Y así, en medio del bullicio de estudiantes expectantes, en ese primer día cargado de promesas, Julián y yo comenzamos una conversación que fluyó con una naturalidad sorprendente. Hablamos de nuestras expectativas sobre la carrera, de nuestras primeras impresiones de la universidad y, aunque brevemente, de nuestros lugares de origen. Su calidez y su genuino interés hicieron que la timidez inicial se desvaneciera rápidamente, dejando paso a una conexión incipiente, un presentimiento de que aquel encuentro casual en el salón de actos podría ser el inicio de algo significativo. El sol de Sevilla iluminaba el aula, pero en mi interior, un destello rubio dorado y unos ojos negros como la noche ya habían comenzado a iluminar mi propio camino.
Al despedirme de Julián, la vibrante energía que había marcado mi primer día en la Universidad de Abogacía en Sevilla comenzó a disiparse, dejando a su paso una sensación inesperada de vacío. Caminaba de regreso a mi pequeña habitación que yo llamaba departamento, y el bullicio de las calles, que horas antes me había parecido tan fascinante, ahora sonaba distante, casi amortiguado. No entendía bien qué era lo que sentía; una melancolía dulce, una especie de ausencia que no recordaba haber experimentado antes con tanta intensidad. Cada paso me alejaba más de la calidez de su sonrisa y la profundidad de sus ojos negros, y esa distancia física parecía amplificar la nueva sensación que se instalaba en mi pecho.
Fue entonces, en esa quietud que solo se encuentra en el regreso a casa después de un día lleno de nuevas experiencias, que la revelación me golpeó con una suavidad abrumadora: esos, esos eran los primeros ecos del amor. Un sentimiento incipiente, apenas un susurro, pero inconfundible. La imagen de su cabello rubio dorado como el sol, el brillo particular de su mirada cuando hablamos de Argentina, la naturalidad de nuestra conversación… todo ello se agolpaba en mi mente, dibujando una sonrisa casi inconsciente en mis labios.
En ese instante, mi mente voló, inevitablemente, hacia mi abuela. Cerré los ojos e imaginé vívidamente su rostro arrugado por la risa, sus ojos chispeantes, y su mano cálida y reconfortante. Si ella estuviera aquí, en este preciso momento, sentada al lado de mi cama, escuchando mi relato de este primer día, de la universidad, y sobre todo, de Julián, sé exactamente lo que me diría.
Con su sabiduría popular, siempre sazonada con un toque de picardía y una inagotable capacidad para ver más allá de lo evidente, me habría mirado con complicidad, esa mirada que solo las abuelas dominan. Seguramente, me habría soltado una de sus frases tan suyas, tan características, que siempre me hacían sonreír: "¡Te flechó, mi niña! Ya te atrapó Cupido con su flecha, ¿eh? ¡Y ni te diste cuenta!"
Y luego, con ese tono juguetón que tan bien conocía, añadiría algo como: "Ay, mi Azul, tan despistada para estas cosas, ¡con lo lista que sos para los libros! Pero no te preocupes, el corazón tiene sus propias lecciones, y el amor... ah, el amor siempre encuentra la forma de florecer, hasta en tierras lejanas. ¡Y mirá vos qué lindo 'flechazo' te vino a buscar hasta Sevilla!" Sus ocurrencias, sus maneras de simplificar lo complejo y de nombrar lo innombrable, siempre lograban aterrizar mis pensamientos y hacerme ver la belleza en lo cotidiano.
La ausencia de mi abuela se hizo, de repente, más palpable que nunca. Extrañaba sus consejos, sus risas, su forma única de dar perspectiva a mis emociones. Pero al mismo tiempo, la imagen de Julián se superponía a esa nostalgia, y un pequeño destello de esperanza, de una nueva aventura que quizás apenas comenzaba, iluminó el vacío. Sevilla, sin duda, prometía más que solo estudios.