Llámame Muñeca

Grei Villalobos

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Él colocó su mano sobre mi blusa e intentó quitármela, pero yo presioné mi blusa para que no pudiera hacerlo.

—Sé que tenemos un trato, pero ahora no lo quiero. Solo quiero irme a mi habitación a descansar.

Él se quedó observándome unos segundos, luego se alejó, caminando hacia la puerta, la abrió y dijo:

—Está bien, descansa.

Mientras caminaba hacia la puerta, me tomó del brazo. Lo miré e intentó decir algo, pero se quedó en silencio; él me soltó. Me retiré hacia mi habitación y aseguré la puerta con llave. Entré al baño, me di una ducha rápida, me cambié, recogí mi cabello y tomé un bolso.

—Dios, soy yo de nuevo. Por favor, que todo salga bien y que pueda escapar. Ayúdame a volver a Colombia.

Antes de salir, tomé la llave que había escondido. Salí de la habitación con cuidado, sin hacer ruido, y caminé hasta las escaleras, tratando de ser lo más silenciosa posible. Al llegar a la cocina, agarré un cuchillo, unas manzanas y botellas de agua. No sabía cuánto tiempo tenía para caminar. Al guardar todo en el bolso, llegué a la puerta, quité el seguro y la abrí; miré a mi alrededor, no veía a nadie, aún estaba oscuro. Cerré la puerta con seguro y, con el cuchillo en mano, me dirigí corriendo hacia el bosque.

No sabía hacia dónde corría, pero sí sabía que me estaba alejando. Solo esperaba no perderme. No sé cuánto tiempo había pasado, pero ya era de día. Durante ese tiempo, estuve lejos de la hacienda, así que decidí esperar a que amaneciera, sentada detrás de un árbol hasta que salió el sol. Me levanté y comencé a caminar; todo lo que veía eran árboles. Continué caminando varios minutos, pero no vi ninguna carretera. Me detuve, tomé un sorbo de agua.

—Creo que ahora sí estoy en problemas, pero si lo comparo con Matteo, prefiero estar así.

Guardé la botella en el bolso y seguí caminando hasta que escuché voces y el ruido de motos a lo lejos. Corrí hasta encontrar un gran árbol y decidí subirme, quedando muy arriba. Desde allí podría ver la carretera, lo que me hizo sonreír y llenó de esperanza. Escuché que las motos se acercaban más y traté de no hacer ruido. Una moto pasó justo al lado del árbol, pero mi botella de agua cayó al suelo. Maldita suerte, espero que nadie se haya dado cuenta.

Fue entonces cuando vi que una moto se detenía; mordí mi labio al darme cuenta de que era Matteo quien se bajó. Recogió la botella y levantó la mirada, conectando su mirada con la mía.

—¿Qué haré contigo, muñeca? ¿Por qué todo debe ser tan complicado contigo? Baja de allí.

—No quiero, no pienso volver —le grité, irritada.

—Baja o yo subo por ti, niña caprichosa.

—Entonces sube, pedazo de idiota arrogante.

—¿Arrogante yo? —suspiró con pesadez, llevándose la mano al cuello con frustración. Me di cuenta de que tenía esa manía.

—Voy a esperar que bajes de allí. El tiempo que tardes en bajar será el tiempo que te llevaré a la habitación roja. Te castigaré de tal manera que no podrás caminar. —Lo vi caminar hacia su moto, se sentó y me observó.

Rodé los ojos; sabía que lo cumpliría si me atrapaba. Miré hacia la carretera; estaba tan cerca. Desde donde estaba hasta la carretera había un mínimo de dos minutos caminando. Si corría podría llegar en un minuto. Solo necesitaba bajar cuando él se distrajera, esperando que pasara un carro al que pudiera subirme.

—Entonces te quedarás allí toda la vida porque no pienso bajar de aquí.

—Como digas, muñeca.

Sonrió de manera burlona, y yo le mostré el dedo medio. Observé cómo llegaban más motos. Había pasado una hora, luego otra. Él estaba concentrado en su teléfono, a veces miraba hacia mí, pero yo le daba la espalda.

—Muñeca, ¿cuándo piensas bajar? Ya ha pasado dos horas, y cuando te lleve a esa habitación no aguantarás.

Sonreí ante su comentario.

—¿Crees que volveré? No pasará. Si debo quedarme aquí toda la vida, lo haré. No permitiré que vuelvas a poner tus dedos sucios sobre mí.

—Estos dedos sucios te han dado el mejor sexo de tu vida, muñeca. Conmigo estás conociendo el verdadero placer. Entonces, ¿por qué te resistes tanto? Recuerdo cómo lo disfrutabas y querías más —dijo con orgullo.

Sonreí y lo señalé. A pesar de que tenía razón, y de que me había dado el mejor sexo de mi vida y unos orgasmos deliciosos que me hacían erizar la piel, no le daría el gusto de aceptarlo.

—¿De verdad crees que me has dado el mejor sexo de mi vida? —sonreí—. Qué afirmación tan arrogante.

Vi cómo se ponía serio, apretó la mano, y por un instante pude notar cómo se enrojecía la vena en su frente se marcaba.

—Te bajaré de allí y te haré tragar tus palabras.

Vi cómo comenzaba a subir al árbol. Abrí los ojos de sorpresa y miré hacia otro lado, caminando con cuidado entre las ramas, viéndolo seguirme. Sonreí al darme cuenta de que él no tenía experiencia en escalar árboles, y yo sí. Aprovechando la oportunidad, bajé rápidamente y corrí hacia la carretera. Al mirar atrás, vi cómo él se tiraba al suelo. Miré hacia adelante hasta llegar a la carretera, donde pasó un carro. Levanté la mano y se detuvo, así que subí rápidamente.

—Por favor, ayúdame. Me están siguiendo. Te suplico que me lleves a la policía, —le dije con nerviosismo mientras observaba cómo Matteo se acercaba.

El coche prendio el motor, y respiré aliviada al mirar hacia atrás y ver a Matteo pasar su mano por su cuello. Finalmente, era libre; podría regresar a Colombia.