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Por Ella...

Por Ella...

Status: Terminada
Genre:Romance / Mujer poderosa / Madre soltera / Completas
Popularitas:1.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Tânia Vacario

Ella creyó en el amor, pero fue descartada como si no fuera más que un montón de basura. Laura Moura, a sus 23 años, lleva una vida cercana a la miseria, pero no deja que falte lo básico para su pequeña hija, Maria Eduarda, de 3 años.

Fue mientras regresaba de la discoteca donde trabajaba que encontró a un hombre herido: Rodrigo Medeiros López, un español conocido en Madrid por su crueldad.

Así fue como la vida de Laura cambió por completo…

NovelToon tiene autorización de Tânia Vacario para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 3

Rodrigo López apretaba los ojos ante el sol inclemente que bañaba la Zona Portuaria de Río. El calor parecía escurrirse por las paredes de concreto, mezclándose con el olor a óxido, brisa marina y humo. La ciudad era un espectáculo aparte, llena de contrastes, sonidos, olores y peligros.

Con poco más de dos semanas en Brasil, ya había aprendido a moverse entre las sombras.

No era un turista cualquiera. Su presencia allí tenía un propósito. Un ajuste de cuentas. Algo pendiente que había atravesado las fronteras y el continente.

Nacido en Madrid, Rodrigo traía en la sangre la firmeza castellana y en los ojos, la frialdad de quien aprendió a confiar solo en sí mismo.

Entrenado desde joven en disciplinas que no aparecían en currículos comunes, lidiaba con armas como quien maneja cubiertos y con el silencio como quien sabe que hablar de más puede ser una sentencia de muerte.

Pero incluso los experimentados pueden ser sorprendidos.

Todo comenzó con un mensaje encriptado enviado a un antiguo contacto en Brasil.

Un nombre: Ortega.

Un lugar: Zona Norte de Río.

Y una promesa: el hombre que Rodrigo buscaba estaba allí.

Rodrigo sospechaba de una trampa, claro. Pero a veces los riesgos son parte del juego, el tipo de juego que él conocía muy bien.

Vestía jeans oscuros, pantalón negro y un blusón que ayudaba a camuflarse. El acento cargado hacía que prefiriera el silencio, en un intento de parecer un local.

Llegó al galpón indicado poco antes de la medianoche. El lugar era viejo, oliendo a aceite quemado y abandono. Ninguna señal de Ortega o del hombre que él cazaba.

Y fue ahí que todo se derrumbó...

El primer tiro vino de lo alto. Un silbido, después un estallido. Rodrigo rodó instintivamente hacia un lado, sacando la pistola que mantenía presa a la cintura. El segundo tiro alcanzó su pierna, parte superior del muslo. Un choque caliente, inmediato, como un mazazo.

Cayó, pero no perdió el foco.

Tres hombres descendieron por una escalera lateral. Máscaras, guantes... pistolas con silenciadores. Eran profesionales o al menos se vestían como tal.

Rodrigo, aun herido, disparó. Dos disparos precisos, estaba entrenado para eso. Un grito y uno de ellos cayó. Los otros retrocedieron.

Usando lo que le restaba de fuerza, se arrastró hasta los cajones metálicos en el fondo del galpón, derribándolos en el camino. El dolor pulsaba, cada movimiento parecía rasgar los músculos. Pero Rodrigo fue preparado para soportar mucho más que eso, no era la primera vez que sangraba, ni sería la última.

Sabía que no vencería aquel enfrentamiento solo. Necesitaba desaparecer, desaparecer... crear tiempo. Y había aprendido que el caos urbano en Río podía ser su mejor camuflaje.

Salió por una puerta lateral, atravesando una calle desierta hasta alcanzar un corredor estrecho entre los edificios. Las luces parpadeaban y la oscuridad se tornaba su aliada. Los tiros no habían llamado la atención de los moradores de aquella parte de la ciudad.

Rodrigo se mantuvo a la sombra de los muros, la sangre empapando el pantalón. Comenzaba a sentirse mareado. Cada paso era una prueba de resistencia. Y, aun así, la mente seguía afilada. Había perdido la emboscada, pero no perdería la vida tan fácil.

Pasó por un pequeño botiquín cerrado, siguió por un callejón hasta alcanzar la parte trasera de un edificio. Las luces de un "club nocturno" brillaban en lo alto, pulsando el sonido ahogado de la música. Rodrigo se apoyó en la pared para recuperar el aliento. Necesitaba abrigo, algo temporal. Un lugar para tratarse, pensar...

Pero en aquel estado, nadie lo recibiría. ¿Entrar en el hospital? Imposible. Su nombre levantaría alertas. Y él no podía caer en las manos de los enemigos, hubo traición. Nadie en aquel país era confiable.

Fue cuando tropezó con las bolsas de basura. No había elección. La sangre escurría con más fuerza y la visión comenzaba a quedar borrosa. Si no estancaba la sangre luego, se desmayaría. Y entonces sí estaría muerto.

Tambaleó hasta el rincón entre los cajones y se dejó caer entre bolsas rasgadas, olor a podredumbre y cajas mojadas. Rodrigo López, el español que había cruzado un océano para "cerrar una cuenta", estaba reducido a un hombre herido, exhausto y con respiración fallida.

Pero los instintos aun estaban vivos.

Oyó pasos... leves... firmes. Eran pasos femeninos. El sonido resonaba en el callejón. Alguien se aproximaba.

Rodrigo luchó para mantener los ojos abiertos, la mano derecha aun sobre la herida, la izquierda sobre la cintura, donde su pistola descansaba, casi como una extensión del propio cuerpo.

Una silueta femenina surgió. Él reconoció en los ojos castaños y en los cabellos oscuros balanceándose sobre la brisa, los trazos de una mujer común. Joven, pero con postura de quien ya cargaba más dolores de los que debía. Ella paró, vacilante.

— Mier... — ella murmuró.

Rodrigo suelta un gemido. No era teatro, era el cuerpo cediendo.

— Eh... Ayuda — sintió la garganta raspar.

Ella miró alrededor. Después para él. Había duda, recelo... pero también algo más: humanidad, él podía sentir.

Cuando ella se arrodilló a su lado y pasó el brazo bajo sus hombros, Rodrigo supo que, por ahora, estaba a salvo.

Se sintió grato por la locura de su salvadora. Ahora estaba en un taxi, sin saber a dónde ella lo llevaba. Intentaba mantener la respiración estable, pero el dolor latía como un tambor constante en su muslo. La mujer a su lado, de cabellos negros y ojos firmes, mantenía la mirada fija en la calle, como si aun estuviera decidiendo si realmente debía llevarlo para casa.

Él la observó de reojo. Ella tenía los trazos fuertes, la postura de alguien que cargaba el mundo en las espaldas, pero que no desistía. Una mujer común pero con brillo intenso en los ojos.

Ella no era el tipo de persona que esperaría encontrar en una madrugada de esas, mucho menos siendo su única chance de sobrevivir.

"¿Cómo fui a parar en esto?", pensó él. "Madrid parecía tan lejos ahora..."

El taxi paró en una calle estrecha. La mujer pagó al conductor y lo ayudó a descender. Rodrigo apretó los dientes para contener un gemido. Las escaleras del edificio viejo parecían interminables. Cada escalón hacía que la bala dentro de la carne vibrara.

En el apartamento, un olor cítrico lo alcanzó. Allí era todo simple, pequeño, más limpio. Paredes descoloridas, muebles gastados en un sofá raído, él se desplomó.

Intentó no asustarla, sabía que estaría a salvo por ahora...

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