Minji, una joven de la era moderna, luchó sola para alcanzar sus sueños, a menudo en un camino lleno de sacrificios y soledad. A los 33 años, un giro inesperado la lleva a perder su vida, solo para reencarnar en un mundo de novela romántica como Azusa, una niña que es el centro de amor y cuidado, de sus padres, algo que Minji nunca conoció. Ahora, rodeada de lo que siempre soñó, ¿será capaz de adaptarse a esta nueva vida o se dejará consumir por la trama que la rodea? Un futuro incierto se abre ante ella, y, con su peculiar forma de ser, Azusa podría reescribir la historia de una manera inesperada.
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Capítulo 9
Capítulo 9
¿Pasó algo interesante? No, nada. Absolutamente nada. Mi vida seguía en el mismo estado de aburrimiento infinito. Mis escapadas a la ciudad eran un fracaso tras otro, y los protagonistas seguían siendo unos fantasmas, como si se los hubiera tragado la tierra. Por lo tanto, después de tanto dar vueltas en círculos y pensar, decidí hacer lo que cualquier reencarnada con un mínimo de ambición haría en un mundo como este: ¡incursionar en cosas nuevas y emocionantes! ¿Estoy en una novela? ¡Pues que comience la acción!
La idea era simple: aprender a manejar una espada. ¡Eso sería! ¡Claro! En las novelas siempre hay una chica que de repente se convierte en una guerrera poderosa. Y yo iba a ser esa chica, ¡por supuesto! Como si el entrenamiento de espada fuera tan sencillo como cambiarme de ropa. Pero, déjenme decirles, la espada no es tan bonita ni ligera como la pintan. ¡Es una carga! Y no, no me sentía heroica, ni mucho menos. Me dolía cada músculo de mi cuerpo después de apenas 20 minutos de estar practicando.
Mi primer intento fue con una espada de entrenamiento, que en realidad parecía más un trozo de metal gigante que algo que se pueda manejar sin acabar agotada. El maestro me mostró algunos movimientos, y yo traté de seguir el ritmo. Después de unos pocos intentos, la espada comenzó a parecerme un peso muerto, y mis brazos ya no podían soportarla. La punta de la espada se caía, y yo me caía con ella, junto con mi dignidad. Estuve ahí, sudando, aguantando mis quejas mientras mi maestro me animaba
—¡Vamos, Azusa, con fuerza! ¡Recuerda que eres nuestra lady, puedes lograrlo! —
¡Mentira! Mi energía se desvanecía más rápido que el sol al final de un día caluroso. Y la espada se me hacía más y más pesada. La frustración me consumía, pero seguí, aunque mi rostro ya estaba del todo rojo y mis piernas no sabían cómo seguir de pie. La siguiente semana, me trajeron una espada aún más pesada, y fue el final para mí. Como si no hubiera tenido suficiente dolor, ahora tenía que luchar con un arma más grande que mi torso. Intenté con todo lo que tenía, pero lo único que conseguí fue perder el equilibrio y caer de bruces al suelo, lo que me causó más vergüenza que daño físico. ¡Hasta los caballos deben reírse de mí!
Después de varios días con espadas, saqué mi otra carta: ¿Qué tal si pruebo con algo más ligero? Así que, pasé a probar con una lanza, un hacha, una maza... y todo lo que pueda imaginarse. Pero, ¡no soy buena en nada! No era cuestión de mis habilidades, era que el cuerpo de Azusa no estaba preparado para tanta violencia física. Cada vez que intentaba usar otra arma, acababa en el suelo, con moretones que no desaparecían y con la moral por los suelos. Cada arma que probaba me hacía sentir como si estuviera atrapada en un campo de batalla eterno sin ninguna esperanza.
Fue entonces que, después de innumerables fracasos, el capitán de la guardia, que se había convertido en mi maestro de combate, me miró con una mezcla de compasión y cansancio. “me dijo,
—Azusa, tú no eres una guerrera. Tal vez no sea tu destino ser una espadachín. —
Y, con una sonrisa forzada, me entregó algo mucho más pequeño que las espadas: una daga.
—Esto, es todo lo que necesitas. Llámalo un plan de emergencia. Llévala en tu bolso y si alguna vez estás en una situación peligrosa, clávala y corre tan rápido como puedas—
Y así, de forma mucho más sencilla, terminó mi corta y dolorosa carrera como aspirante a guerrera. El maestro se dio por vencido, y yo acepté la realidad: no soy una luchadora, y tal vez nunca lo sea.
Lo que sí aprendí con ese entrenamiento fue lo siguiente: si alguna vez me enfrento a un peligro mortal, ya tengo una estrategia… aunque no involucre ni magia ni espadas, y aunque probablemente termine corriendo y dejando atrás a todos los valientes caballeros que se creen héroes.
Después de este último intento fallido, abandoné las armas y volví a mi rutina de lectura. ¿Por qué perder tiempo en algo que claramente no es lo mío? Ya me había dado cuenta de que no soy la heroína de este cuento, así que mejor me concentré en lo que sí sé hacer: leer.
En mi tiempo libre de lecturas y reflexiones existenciales, decidí probar algo nuevo que fuera, digamos, más… útil para mi vida futura. ¿Por qué no empezar a escribir un libro de recetas? ¡Y no cualquier libro! Uno con recetas de mi vida pasada, recetas que podría hacer de nuevo con los ingredientes de este mundo. ¡De esta forma, además de no olvidar lo que sé, podría tener algo que me conectara con mi vida pasada! Así que comencé a escribir un pequeño libro de cocina. Tal vez no sea la guerrera de la espada, pero por lo menos puedo ser la heroína de la cocina. Y con ese pensamiento, comencé a reunir ingredientes, buscar hierbas y especias, que me permitieran mantener vivo el sabor de mi anterior vida.
¡Al menos había algo bueno por hacer! Y si no era la espada, ni la magia… tal vez la comida podría ser mi verdadera arma secreta. Al menos, eso espero.