Grayce pensaba que conocía el amor, pero su matrimonio con Seth se ha convertido en una prisión de desprecio y agresión. Cuando la misteriosa Dahlia, supuesta amiga de la infancia de Seth, entra en escena, las traiciones comienzan a salir a la luz, desmoronando la fachada de su vida perfecta.
En su desesperada búsqueda de libertad, Grayce se cruza con Cassius, un hombre cuya arrogancia y misterio la obligan a cuestionar todo lo que creía sobre el amor y la lealtad. ¿Puede un contrato con alguien tan egocéntrico y desafiante realmente salvarla de su pasado oscuro? ¿O solo la llevará a un nuevo abismo?
Lo que comienza como un acuerdo frío y calculado, se transforma en una pasión ardiente e inesperada, desafiando las sombras que han dominado su vida.
¿Hasta dónde llegará Grayce para reclamar su propia felicidad?
¿Podrá Cassius ser la chispa que ilumine su camino o será solo otra sombra en su vida?
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Capítulo 24
Killian se quedó en silencio por un momento después de lanzarme aquella bomba sobre Seth. Yo seguía mirando su rostro, buscando cualquier indicio de que pudiera estar bromeando, pero no encontré ni una pizca de humor en su mirada. Todo en él exudaba seriedad. Mi mente estaba hecha un caos, tratando de procesar lo que acababa de decirme, pero antes de que pudiera formular una respuesta, cambió de tema con una calma que me sacó de balance.
—¿Y quién es tu amiga? —preguntó, girando su mirada hacia Amara. Sus labios se curvaron en una sonrisa ligera que parecía contrastar con el peso de nuestra conversación anterior—. ¿No me la piensas presentar?
Amara, que había estado observando todo el intercambio con una mezcla de interés y desconcierto, se animó al instante. Sus ojos brillaron con curiosidad mientras sonreía.
—Amara, este es Killian... Killian, ella es mi mejor amiga, Amara —dije, haciendo un gesto hacia ambos, aunque todavía sentía una pequeña nube de incomodidad colgando sobre la mesa.
—Un placer, Amara —dijo Killian, extendiendo una mano hacia ella. Amara la tomó con una sonrisa cálida, claramente intrigada por su presencia.
—El placer es mío —respondió ella, inclinándose ligeramente hacia adelante. Amara siempre había tenido una manera natural de conectar con la gente, incluso en situaciones donde yo apenas podía mantener una conversación coherente.
Después de unos minutos de conversación ligera, decidí que era hora de irme. No podía quedarme ahí todo el día, ahogándome en la confusión que Seth, Dahlia y ahora Killian parecían empeñados en traer a mi vida. Pero justo cuando estaba a punto de levantarme, el teléfono de Amara sonó. Ella lo sacó rápidamente del bolso y miró la pantalla con una expresión preocupada antes de contestar.
—¿Mamá? —dijo, llevándose el teléfono al oído. Su rostro se tensó mientras escuchaba en silencio. Después de unos segundos, asintió y habló de nuevo—. Lo siento, mamá, iré enseguida. No, está bien. Solo espera, ya voy.
Cuando colgó, me miró con una disculpa en los ojos.
—Gray, lo siento mucho, pero mi mamá no se siente bien y tengo que ir a verla.
—No te preocupes, Amara —dije, tratando de sonar lo más tranquila posible, aunque supe al instante que esto significaba que tendría que enfrentar el resto del día sola. O casi sola.
Amara se despidió rápidamente de Killian y de mí antes de salir del café, dejándonos a los dos en un silencio incómodo. Killian fue el primero en romperlo.
—¿Te molesta si te acompaño a tu casa? —preguntó, inclinando la cabeza hacia un lado, su tono educado pero firme. No parecía como si estuviera realmente preguntando. Más bien era una declaración disfrazada de cortesía.
No tenía fuerzas para discutir. Asentí ligeramente y nos pusimos de pie. Caminamos hacia la puerta y salimos del café, el aire fresco de la tarde chocando contra mi piel. Apenas habíamos comenzado a caminar cuando un sonido de motor llamó mi atención. Un auto deportivo, brillante y llamativo, se detuvo a pocos metros de nosotros, y el conductor bajó la ventanilla.
—¡Grayce! —gritó una voz masculina desde el interior. Reconocí al instante a Kadeon, el mejor amigo de Seth, con su sonrisa descarada y su cabello perfectamente peinado. Siempre había algo irritante en su presencia, algo que me ponía al límite.
—Kadeon... —murmuré, sintiendo cómo una punzada de exasperación se clavaba en mi pecho. El chico tenía un don para aparecer en los momentos más inoportunos.
—¿Quieres un aventón? —preguntó, inclinándose hacia el volante mientras sus ojos me estudiaban. Luego miró a Killian y levantó una ceja, claramente preguntándose quién era.
—No hace falta —respondí con frialdad. La última persona con la que quería estar atrapada en un espacio cerrado era Kadeon, pero él continuó hablando antes de que pudiera rechazarlo del todo.
—Vamos, no seas así. Voy de camino a tu casa, de todos modos. No me cuesta nada llevarlos —dijo, su tono casual pero con ese deje de arrogancia que nunca desaparecía.
Killian me miró, como si estuviera esperando que yo tomara la decisión. Finalmente, suspiré y acepté con un gesto de la mano. No quería prolongar el momento más de lo necesario.
Dentro del auto, el ambiente era insoportablemente silencioso. Kadeon conducía con una mano en el volante y la otra descansando en la puerta, luciendo tan despreocupado como siempre. Pero después de unos minutos, rompió el silencio con una pregunta que me hizo apretar los dientes.
—Grayce, ¿cómo está Seth? —preguntó, girando la cabeza ligeramente hacia mí. Su tono parecía inocente, pero había algo detrás de sus palabras que me irritaba profundamente—. ¿Todo bien entre ustedes?
Le lancé una mirada rápida antes de responder, mi voz fría y cortante como un cuchillo.
—¿Seth no te lo contó? —pregunté, inclinando ligeramente la cabeza mientras cruzaba los brazos. Sabía perfectamente que estaba jugando con él, pero en ese momento no me importaba.
Kadeon frunció el ceño, claramente confundido.
—¿Contarme qué? —respondió, mirando el camino frente a él.
Sonreí con amargura antes de dejar caer la verdad.
—Sobre nuestro divorcio.
El silencio que siguió fue casi ensordecedor. Incluso Killian, que hasta ese momento había permanecido en silencio, levantó una ceja, interesado en la conversación. Kadeon, por otro lado, parecía completamente descolocado.
—¿Divorcio? —repitió finalmente, su voz llena de incredulidad.
—Sí, Kadeon. Divorcio. ¿Es tan difícil de entender? —respondí, mi tono más seco de lo que había planeado. No tenía paciencia para su desconcierto fingido.
—Grayce, no sabía... —comenzó, pero lo interrumpí antes de que pudiera terminar.
—Claro que no lo sabías. Porque Seth nunca habla de nada que no sea él mismo —espeté, sintiendo cómo la rabia comenzaba a burbujear en mi interior.
Kadeon se quedó en silencio después de eso, y el resto del viaje fue incómodamente callado. Solo podía escuchar el sonido del motor y mis propios pensamientos, un torbellino de emociones que no me dejaban respirar.