En un mundo dónde el sol es un verdugo que hierve la superficie y desata monstruos.
Para los últimos descendientes de la humanidad, la noche es el único refugio.
Elara, una erudita con genes gatunos de la élite, vive en una torre de privilegios y olvido. Va en busca de Kael, un cínico y letal zorro carroñero de los barrios bajos, el único que puede ayudarla a encontrar el antídoto para salvar a su pequeño y moribundo hermano.
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Capitulo 22: Nace una nueva conexión
Salir del Crisol no fue como salir de una habitación. Fue como nacer de nuevo en un cuerpo ajeno, un reinicio de sistema tan violento que el alma tardaba en reconectarse con la carne.
Elara fue la primera en caer de rodillas, con un grito ahogado. El mundo se había vuelto ensordecedor. Ya no oía un simple zumbido en la instalación; oía cada sistema, cada conducto de energía, como una nota musical distinta y abrumadora en una sinfonía caótica.
El aire no solo olía a ozono; podía casi saborear las partículas de polvo en su lengua. Fue demasiado. Se encorvó, tratando de protegerse de un mundo que de repente se había vuelto demasiado nítido.
Rhea se tambaleó contra la pared, con los ojos blancos muy abiertos. No era una sobrecarga sensorial lo que ella sentía, sino una conciencia física. Sentía la densidad de sus propios huesos, la dureza latente de su piel, como si llevara una armadura bajo la carne. Era una sensación de invulnerabilidad y extrañeza.
Kael fue el último en salir, y un profundo mareo lo hizo trastabillar. El proceso no solo lo había agotado; sentía como si una parte de su alma hubiera sido utilizada como combustible para las otras tres transformaciones. Su regeneración ya estaba trabajando, un fuego lento reparando el daño, pero la debilidad era profunda, hasta los huesos.
Solo Zaira parecía dueña de sí misma. Se puso de pie, estirándose con una gracia calculada, sus agudos ojos verdes evaluando no solo el agotamiento de los demás, sino la naturaleza de su nueva fuerza. Esto no era un simple cansancio; era el precio de la metamorfosis. Y ella estaba midiendo ese precio. Su mirada se posó en Kael, vulnerable y agotado.
—El capitán es una bestia, verdaderamente —dijo, su voz era un ronroneo cargado de doble sentido—. Entrar con tres mujeres al mismo tiempo y dejarlas así de cansadas... impresionante.
Rhea le lanzó una mirada de puro odio, pero estaba demasiado abrumada por sus nuevas sensaciones para articular una respuesta. Kael se apoyó en el marco de la puerta, una sonrisa cansada pero afilada luchando por abrirse paso. Vio el juego de Zaira: era una prueba, una forma de medir su estado mental.
—No confundas un reinicio de sistema con una fiesta, coneja —respondió él, su voz ronca pero firme—. La máquina casi nos funde los plomos a todos. El tuyo incluido.
Su respuesta fue una barricada, una forma de decirle que, incluso debilitado, seguía siendo más listo que ella. La sonrisa de Zaira vaciló, reemplazada por una chispa de admiración a regañadientes.
—Jax, Orion. Su turno —logró decir Kael.
Mientras los dos hombres se preparaban, nerviosos, Zaira ejecutó su verdadera jugada. Se dirigió a la IA, preguntó sobre las anclas múltiples, dando una demostración de inteligencia táctica que dejó a todos fuera de juego.
«CONFIRMADO,» respondió la IA. «LA PRESENCIA DE MÚLTIPLES ANCLAS... REDUCE EL ESTRÉS... EN UN 60%.»
Zaira enmarcó su voluntariado como un acto para proteger a Kael. Rhea, atrapada entre su furia y su devoción, no tuvo más remedio que unirse. Era una obra maestra de manipulación.
—Hagan lo que quieran —murmuró Kael, demasiado exhausto para luchar contra la inevitable marea que era la astucia de Zaira.
Mientras Jax, Orion, Rhea y Zaira entraban en la cámara, Kael se deslizó por la pared hasta sentarse en el frío suelo de metal. La puerta del Crisol se cerró, y el zumbido de la energía comenzó de nuevo, un sonido que ahora provocaba un eco fantasmal en sus propios nervios.
Y entonces, se hizo el silencio.
Elara, que finalmente había logrado controlar la abrumadora avalancha sensorial, se acercó lentamente a él. Estaban solos. Él, debilitado por el poder que había compartido. Ella, vibrando con un poder que apenas comenzaba a comprender. La dinámica entre ellos se había invertido.
Se arrodilló a su lado, sacando una cantimplora de su cinturón. —Bebe.
Él la tomó sin decir nada. Sus dedos rozaron los de ella, y un levísimo chispazo, una descarga de bioelectricidad estática, saltó entre ellos. Ambos se sobresaltaron.
Kael levantó la vista, sus ojos ambarinos encontrando los de ella. —¿Tú también... lo sientes? —susurró.
Elara asintió, incapaz de hablar. No era solo el poder. Era un zumbido de fondo, una frecuencia que ahora compartían. Una sensación de reconocimiento a un nivel celular.
Se quedaron así, en silencio, mientras el Crisol rugía de fondo. El líder invencible, ahora vulnerable. La erudita asustada, ahora portadora de un poder latente. Ya no había barreras de rango o de origen entre ellos. La máquina los había desnudado y los había vuelto a forjar con el mismo fuego. Elara se dio cuenta, con una certeza que le heló la sangre y le aceleró el corazón, de que la conexión que sentía por él ya no era solo admiración o atracción. Ahora era biológica. Eran, en el nivel más fundamental de su existencia, la misma clase de criatura.