Alana se siente atrapada en una relación sin pasión con Javier. Todo cambia cuando conoce a Darían , el carismático hermano de su novio, cuya mirada intensa despierta en ella un amor inesperado. A medida que Alana se adentra en el torbellino de sus sentimientos, deberá enfrentarse a la lealtad, la traición y el dilema de seguir su corazón o proteger a aquellos que ama.
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Darklight
Habían pasado dos semanas desde la noche en la que Darian me ayudó a llegar a casa, y aunque desde entonces todo había estado relativamente tranquilo. No había vuelto a hablar con Darian, y Javier… bueno, Javier y yo tampoco habíamos cruzado muchas palabras. El inicio del último año de clases se acercaba, y con ello venía la sensación de que muchas cosas estaban por resolverse, o por romperse definitivamente.
El primer día de clases llegó rápido. A pesar de todo, intenté mantenerme enfocada en lo que venía, aunque no podía negar que, en el fondo, la incertidumbre de no haber hablado con Javier me seguía pesando. Lo vi varias veces durante el día, caminando por los pasillos, sentado con sus amigos en el patio, pero cada vez que nuestras miradas se cruzaban, ninguno de los dos hacía el intento de acercarse.
¿Será que ya no hay nada más que decir?, me preguntaba una y otra vez, mientras intentaba concentrarme en las clases.
El día transcurrió lento, cada minuto parecía durar el doble, como si el universo quisiera darme tiempo para pensar en todo lo que no quería enfrentar. Al final de la jornada, mientras recogía mis cosas, Javier se me acercó finalmente. Sentí una mezcla de alivio y nerviosismo cuando lo vi acercarse.
—Alana, ¿podemos hablar? —su voz era baja, casi vacilante.
Lo miré por unos segundos, sopesando sus palabras, y asentí.
—Claro, ¿a dónde?
—¿Podrías venir a mi casa? Necesito que hablemos con calma —respondió, rascándose la nuca, un gesto que siempre hacía cuando estaba nervioso.
Acepté, porque sabía que lo que más necesitábamos era hablar. No podíamos seguir evitando lo que estaba mal entre nosotros.
El camino hacia su casa fue silencioso. Ambos estábamos sumidos en nuestros propios pensamientos. Al llegar, subimos directamente a su habitación. El ambiente era tenso, pero al menos ahora estábamos cara a cara, sin más excusas para evitar lo que teníamos que decir.
—Nunca estuve enojado contigo —dijo de repente, rompiendo el silencio. Sus ojos se veían sinceros, pero también cargados de cansancio—. Solo… solo tenía miedo de perderte.
Sentí cómo mi corazón se encogía al escuchar sus palabras. Todo este tiempo había creído que estaba molesto conmigo, que la distancia entre nosotros era insalvable, pero ahora entendía que su temor había sido el motor de su alejamiento.
—Javier, yo… nunca fue mi intención que las cosas llegaran a esto —le respondí, dando un paso hacia él—. Las últimas semanas han sido confusas para mí también, pero no quiero perderte.
Nos miramos en silencio por un largo rato, y aunque había mucho más que decir, ambos sabíamos que las palabras ya no eran necesarias. En ese momento, decidimos dejar atrás el peso de las últimas semanas. Nos abrazamos, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que todo estaría bien entre nosotros.
Decidimos quedarnos un rato más en su casa, viendo una película en su cuarto, algo que siempre habíamos hecho cuando queríamos relajarnos juntos. La tensión de los últimos días parecía desvanecerse mientras las horas pasaban, y poco a poco, el ambiente se fue llenando de esa comodidad que siempre había existido entre nosotros.
Javier, como de costumbre, no tardó mucho en quedarse dormido a mi lado. Lo observé por unos minutos, escuchando su respiración tranquila, y sonreí para mí misma. Todo había vuelto a ser como antes… o casi. Todavía sentía esa pequeña espina en el fondo, una duda persistente que no podía ignorar, pero decidí dejarla de lado por el momento.
Me levanté con cuidado, intentando no despertarlo. Tomé mi mochila y me dirigí hacia la puerta, lista para irme a casa. No quería despertarlo, así que le dejaría un mensaje cuando llegara a casa.
Bajé las escaleras lentamente, tratando de no hacer ruido, pero al llegar al final, me encontré con Dariano, sentado en la sala. Estaba reclinado en el sofá, con una expresión despreocupada que me hizo recordar lo arrogante que podía ser. Cuando me vio, una sonrisa burlona se dibujó en su rostro.
—Vaya, ¿ya te vas? —dijo, su tono sarcástico era inconfundible.
Me detuve un momento, sorprendida por su actitud. Desde aquella noche en que su padre me invitó cenar, pensé que habíamos llegado a algún tipo de tregua silenciosa, pero al parecer estaba equivocada.
—Sí, ya es tarde —respondí, intentando mantener un tono neutral.
Darian se levantó del sofá y se acercó un poco, todavía con esa sonrisa prepotente en los labios. No sabía si era el cansancio o simplemente mi incomodidad con la situación, pero sentí que el aire en la sala se hacía más denso a medida que se acercaba.
—¿Y qué tal? ¿Volvieron a ser la parejita feliz? —dijo con una mezcla de burla y desdén—. Me imagino que Javier está encantado de que todo sea como antes.
Le lancé una mirada, tratando de entender por qué volvía a ser el mismo idiota de siempre. Había pasado un tiempo desde la última vez que nos habíamos hablado, y honestamente, había creído que quizás había algo más detrás de su fachada arrogante. Pero ahora, frente a mí, era como si todo hubiera sido una fachada.
—No es asunto tuyo —le respondí, cruzando los brazos—. ¿Por qué siempre tienes que ser tan... desagradable?
Darian soltó una risa seca y dio un paso más cerca, hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para que pudiera sentir el calor de su cuerpo.
—Porque es divertido —dijo, con esa sonrisa molesta—. Ver cómo te esfuerzas tanto por mantener todo bajo control, por ser la chica perfecta para mi hermano… es divertido ver cómo te engañas a ti misma.
Lo miré, sintiendo una mezcla de rabia e incomodidad, pero también algo más que no podía identificar. Algo en su cercanía me perturbaba de una forma que no quería admitir, y eso sólo me enfurecía más.
—No sabes nada de lo que pasa entre Javier y yo —le respondí, intentando sonar firme, pero sabiendo que mis palabras no tenían tanto peso como quería.
Darian se encogió de hombros, aún con esa actitud despreocupada que tanto me irritaba.
—Si tú lo dices, cuñada —murmuró antes de dar media vuelta y volver a su lugar en el sofá, como si nada hubiera pasado.
Salí de la casa antes de que pudiera decir algo más, con el corazón latiendo más rápido de lo normal. Lo odiaba, odiaba cómo me hacía sentir tan vulnerable, cómo lograba siempre ponerme de los nervios sin hacer prácticamente nada.
Caminé hacia mi casa sintiéndome confundida y frustrada. Todo parecía haberse resuelto con Javier, pero entonces, ¿por qué seguía sintiendo este nudo en el estómago cada vez que Darian aparecía? ¿Por qué su actitud arrogante lograba afectar tanto lo que yo creía que tenía claro?.
Sabía que estaba jugando con fuego, y aunque intentaba convencerme de que no era más que la incomodidad que siempre me había causado, una parte de mí no podía dejar de preguntarse si había algo más.
Llegué a casa con el corazón aún latiendo rápido, tratando de sacarme de la cabeza la escena con Darian. ¿Por qué siempre logra afectarme tanto?, me repetía. Apenas abrí la puerta, el familiar aroma de la comida de mamá me recibió, lo cual me hizo sentir un poco más tranquila. Después de la tarde tan agitada, estaba deseando un poco de normalidad.
—¡Alana, llegaste justo a tiempo! —dijo mi madre desde la cocina, con una sonrisa cálida—. Acabo de preparar algo, ven a comer conmigo.
—¿Cómo te fue hoy? —preguntó, sirviendo una generosa porción de la cena en mi plato.
—Bien... —respondí, intentando sonar relajada—. Fui a la casa de Javier, hablamos un poco y... bueno, las cosas están mejor entre nosotros.
Mi madre me miró con esos ojos que siempre parecían saber más de lo que yo le contaba, pero no hizo ninguna pregunta incómoda, lo cual agradecí. Sabía que si le contaba más detalles, me preguntaría por qué había estado distante con él o incluso podría empezar a notar que algo andaba mal entre nosotros. Así que preferí dejarlo así.
Seguimos hablando un rato sobre cosas triviales: su trabajo, las clases, mi último año en la escuela. Era reconfortante poder conversar con ella sin sentirme juzgada, y su compañía me hacía olvidar, aunque fuera por un momento, la confusión que sentía.
Después de cenar, subí a mi cuarto. Me dejé caer sobre la cama, esperando que la tranquilidad de mi casa lograra calmar los pensamientos que rondaban en mi cabeza. Revisé mi teléfono sin pensar mucho, y ahí fue cuando lo vi: una solicitud de amistad en una de mis redes sociales.
"Darklight."
El nombre me sonaba algo familiar, pero en ese momento no le di mucha importancia. Lo acepté automáticamente, como si fuera una más de las decenas de solicitudes que recibía. Dejé el teléfono a un lado y saqué mis libros, dispuesta a adelantar algunas tareas antes de que la noche se me viniera encima.
No habían pasado ni cinco minutos cuando sentí mi teléfono vibrar sobre el escritorio. Lo miré de reojo, y ahí estaba: un mensaje del tal Darklight.
—"¿Hola preciosa?"
Fruncí el ceño, un poco extrañada por el mensaje. Lo abrí por curiosidad y respondí con un simple:
—"¿Perdón?"
—"Pense que eras más educada por mensaje."
Suspiré, ya algo molesta por lo arrogante que sonaba desde el principio. No tenía ganas de lidiar con gente que parecía solo querer fastidiar, pero algo en mí decidió seguir la conversación, quizás solo estaba aburrida.
—"No sé de qué hablas."
—"¿No sabes quien soy?. Soy el chico al que te resistes."
—"¿De qué estás hablando?" —contesté, ya cansada del misterio.
La respuesta tardó solo unos segundos en llegar, pero cuando la leí, el corazón me dio un vuelco.
—"Soy Darian, tonta.."
Dejé caer el teléfono sobre la cama, como si se hubiera convertido en algo peligroso. ¿Era Darain enserio? El nombre era falso, la actitud arrogante… todo tenía sentido ahora. Me sentí tonta por no haberlo reconocido antes, pero más que eso, una mezcla de rabia y confusión comenzó a invadirme. ¿Por qué demonios me había mandado una solicitud con un nombre falso?
Volví a agarrar el teléfono, mi mente corriendo a mil por hora. ¿Qué quería? ¿Por qué estaba haciendo esto? Intenté calmarme y pensar en la mejor forma de responderle. Si algo había aprendido de Darian, era que jugar a su juego solo lo animaba más.
—"¿Por qué me agregaste con un nombre falso?" —escribí, tratando de sonar lo más neutral posible.
Hubo una pausa, y luego apareció su respuesta.
—"Porque sabía que si ponía 'Darian', me ignorarías."
No pude evitar soltar una pequeña risa sarcástica. Claro que lo habría ignorado. Lo último que quería era que él tuviera acceso a más aspectos de mi vida, especialmente en redes sociales.
—"Y aún así, me aceptaste." —agregó en otro mensaje.
Rodé los ojos, ya cansada de su actitud. ¿Qué ganaba con todo esto?
—"¿Qué quieres?" —escribí finalmente, queriendo terminar la conversación lo más rápido posible.
El silencio duró unos minutos esta vez. Vi cómo las burbujas de escritura iban y venían, como si estuviera deliberando qué decir. Finalmente, llegó su respuesta.
—"Nada en particular. Solo me pareció interesante agregarte. Ver qué haces, qué dices. No hay que ser tan serios."
Ya estaba harta de su jueguito. Me sentía molesta, como si estuviera tratando de invadir mi espacio, y no entendía por qué. ¿Acaso no había tenido suficiente con arruinar mi relacion?
—"Bueno, pues no me interesa que me espíes. Si no tienes nada importante que decir, prefiero que dejes de molestarme."
Otra pausa. Sabía que no iba a dejar las cosas así, pero deseaba que lo hiciera.
—"Relájate, Alana. No estoy haciendo nada malo. Solo... te estoy conociendo un poco más. Después de todo, soy tu cuñado, ¿no?"
Ese último mensaje me hizo hervir la sangre. ¿"Conociéndome"?. No necesitaba conocerme más de lo que ya lo hacía. No necesitaba que estuviera rondando mi vida, mucho menos cuando las cosas con Javier estaban muy criticas.
—"No me interesa que me conozcas más. Solo déjame en paz, ¿sí?"
Antes de que pudiera pensar en lo que había dicho, apagué el teléfono. No quería seguir en esa conversación que no llevaba a ningún lado más que a una frustración creciente. Me dejé caer de espaldas en la cama, mirando al techo, intentando entender por qué siempre lograba desestabilizarme de esa forma.
Lo peor de todo era que, por más que intentara negarlo, esa sensación extraña en el pecho no desaparecía. Era arrogante, prepotente, y siempre sabía cómo hacerme sentir incomoda, pero algo en su manera de comportarse me seguía provocando… algo que no quería admitir.
Suspiré, intentando no darle más vueltas al asunto. Apagué la luz y me sumergí en mis tareas.