La historia sigue a un militar sin nombre, en medio de una guerra, al que todos se refieren como Ergo.
El mundo del futuro está en crisis debido a una guerra que ha asolado cada región desde hace años y de la cual parece ser que ningún compañero o militar cercano a Ergo sabe algo.
Un día cualquiera, durante una batalla campal, Ergo es herido y se ve orillado a reparar su extremidad tras acabar la batalla. Luego de su reparación, Ergo descubre a sus altos mandos hablando acerca de él, de su ineficiencia y de como lo eliminarán para traer a otro soldado en su lugar. No obstante y sin poder negarse, es enviado de nuevo en una última misión en los límites del mapa sabiendo que las batallas libradas allí son sinónimo de muerte.
Poco a poco, Ergo irá descubriendo la clase de mundo en el que habita y los secretos que se han ocultado ante el y cualquiera de sus compañeros.
En esta historia el lector se sumerge en un delirio y cuestionamiento filosófico y político acerca de la moralidad.
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XVII
—¿Quiere otro trago?—preguntó el barman.
—No, no, así está bien, ha sido suficiente—respondió Simons y regreso la copa vacía.
El barman extendió un dispositivo cuadrado con otro cuadrado más pequeño en medio, y Simons paso su tarjeta por encima del pequeño cuadrado hasta que emitió un pitido. El pago quedó listo y Simons se levantó de la barra. Miro el reloj del lugar, marcaba las dos de la tarde y diez minutos. Salió fuera, el clima seguía igual de caluroso, pero era aceptable debido a la brisa. Fue avanzando con monotonía por la calle hasta vislumbrar el auto estacionado. Su brazo vibró, levantó ligeramente la manga de su camiseta y un holograma mostrando el mensaje apareció.
—Bienvenido, señor Simons—dijo la voz mecánica del auto al abrirse la puerta.
—Sí, sí, apresúrate, los chicos necesitan que vaya con ellos—dijo Simons con cansancio—. Es urgente.
Tomó asiento y cerró la puerta con fuerza; el vehículo activo el aire acondicionado.
—Traza una ruta hacía el vehículo de la SSM más cercano.
—Como usted diga, señor Simons—dijo con formalidad la voz del vehículo y avanzo rápidamente.
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Los hombres vieron llegar a su superior en el vehículo cuasi deportivo. Se estacionó detrás de la enorme Hummer de la SSM, donde había algunos oficiales durmiendo gracias a su modalidad de descanso; era un vehículo enorme y espacioso mejorado gracias a la tecnología y los conocimientos conjuntos que la máquina y humanos usaron.
—¿Qué sucede? ¿Alguna noticia?—preguntó Simons acercándose a sus hombres y viendo el sol reflejarse en sus cascos.
—Hemos encontrado a un sospechoso: Wilson Javier, trabajador de la quinta central nuclear. Tenía en su hogar un par de armas y también encontramos documentos falsos. Parece que es uno de los integrantes de esa célula terrorista conformada por ex médicos e ingenieros... Y ello...
—Solo indica que no se disolvió por completo hace diez años. Entiendo, entiendo—interrumpió Simons tocando con aire de superioridad al oficial que hablaba—. ¿Ahora dónde está?
—En la casa de allí—señaló el oficial con su dedo un hogar igual que los demás, ventanas grandes y casi ovaladas, una blancura espectacular y algunos adornos florales en el exterior—, aún le siguen interrogando algunos compañeros junto a la máquina, señor.
—Muy bien chicos, iré yo personalmente, ustedes preparen todo para irnos.
El duo se despidió y Simons volvió a tener la expresión de fastidio en su rostro. La casa era totalmente normal por fuera, nadie se imaginaría que dentro habría un hombre tan peligroso. Cruzó el umbral de la entrada y escucho bullicio y se dirigió allí, donde finalmente apareció la sala del lugar. El sujeto estaba rodeado de tres oficiales, uno apuntaba con su fusil a la cabeza, otro estaba sentado frente a él, interrogando y el último inspeccionaba aún las armas y documentos.
—¿Ese es nuestro criminal?—preguntó Simons al ver a un hombre extremadamente delgado y de mirada tonta.
—Bienvenido, señor; éste hombre es un criminal—dijo el oficial que le estaba interrogando—. La máquina fue más que suficiente para saber que mentía y encima ha analizado datos sobre él y sus relaciones con base en todos los datos guardados desde la nube y gracias a JRB... Es un miembro de la célula que supuestamente fue erradicada hace diez años.
—Lo sé, lo sé, ya me informaron de ello: la célula no ha sido exterminada aún—dijo Simons sin guardarse su frustración a causa del cansancio.
Simons tomo el lugar del interrogador y miro con una mezcolanza de enojo y cansancio al hombre frente suyo.
—¿Sabes lo que has hecho?
—No se saldrán con la suya, eso lo aseguro...
—¿Y por qué crees eso? Hace diez años tú y tus amigos fallaron.
—Confiamos en que la gente se dé cuenta de lo inhumano que es todo esto—respondió cambiando a una expresión de odio.
—¿Y crees que les dejaremos hacer ello? Estamos mejor preparados que la última vez y la máquina sabe de ustedes de sobra.
—Esa estupidez sin cuerpo se dejó llevar por el cargo que le otorgamos, no merece seguir comandando...—dijo débilmente y se intentó poner de pie.
Simons rápidamente pateó la rodilla del sujeto y éste cayó en el sofá. Sus manos estaban enrojecidas; era seguro que intentó liberarse de las esposas.
—Ella ha logrado un paraíso para nosotros, no veo ningún mal—miro a los oficiales girando su cabeza por toda la habitación—. ¿No es así, chicos?
Todos afirmaron al unisono. El hombre esposado y con el rostro inundado en odio los maldijo internamente, pese a no poder ver sus rostros, sabía que eran iguales al del hombre frente suyo.
—Ese paraíso ha tenido un enorme costo, y nosotros estamos hartos de ello... ¡No es humano!—gritó con voz áspera y se abalanzó hacía Simons.
Simons cayó abruptamente junto a la silla donde había estado sentado. El sujeto intento golpearlo aún con sus manos esposadas, pero fue detenido rápidamente y sujetado por los oficiales.
Simons tiró una risa pequeña y se levantó con total desprecio.
—¿Lo ves ahora? Esa es la naturaleza de tu gente. Vives en el pasado; eres un anciano mental.
Se dirigió al hombre que seguía perdido en las armas y documentos. Le arrebato un arma pequeña, vieja y de calibre igual de minúsculo, y muy posiblemente sin posibilidad de ser rastreada.
—Ya me aburrí. Aun si te llevará preso... Eres un miembro de esa célula de bestias, ¿sabes lo que hace la máquina con ustedes los criminales, no?—dijo comprobando el cartucho del arma y volviéndolo a colocar con sus respectivas quince balas—. ¿Hay alguna queja, chicos? Creo que tenemos información suficiente en esos documentos y quizá más si rebuscamos por la casa.
Sus hombres afirmaron con un sonido nasal.
—Bien, ¿últimas palabras?—preguntó recargando el arma estando de pie.
—Confió mi alma a Dios—respondió el hombre al sentir el frío del cañón en su frente.
Un disparo salió del cañón, la cabeza y el cuerpo del sujeto se volvieron pesados y flácidos de golpe. Los hombres de Simons le soltaron con indiferencia y los restos de humanidad del hombre fueron expelidos en un último aliento.
<<¿Dios, eh?>> se preguntó Simons y sonrió al cadáver.