En el frío norte de Suecia, Valentina Volkova, una joven rusa de 16 años con ojos de hielo y cabello dorado, se ve obligada a casarse con su padrastro, Bill Lindström, un hombre sueco de 36 años. Marcados por un pasado lleno de secretos y un presente lleno de tensiones, ambos deberán navegar entre el deber, el resentimiento y una conexión que desafía las normas. En un matrimonio tan improbable como inevitable, ¿podrá el amor surgir de las cenizas de la obligación?
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VI. På väg till tvång (En camino hacia la imposición)
El frío viento de la mañana soplaba con fuerza cuando el lujoso automóvil negro se detuvo frente al hangar privado. Valentina miró por la ventana, su rostro pálido e inexpresivo mientras el jet privado de Bill se alzaba imponente contra el cielo gris. No era la primera vez que viajaba en ese avión, pero esta ocasión se sentía completamente diferente.
Bill bajó primero, ajustándose el abrigo oscuro mientras esperaba a que ella lo siguiera. Su paciencia, ya de por sí limitada, estaba al borde del colapso.
—Vamos, Valentina. No tenemos todo el día —ordenó con su tono habitual, frío y autoritario.
Ella no respondió, pero finalmente salió del coche con pasos lentos, arrastrando su maleta como si cada movimiento fuera una carga insoportable. Cuando pasó junto a él, Bill percibió la hostilidad en su mirada, pero no dijo nada.
El despegue
El interior del avión era tan elegante como todo lo que rodeaba a Bill: asientos de cuero beige, acabados de madera oscura y un ambiente lujoso que contrastaba brutalmente con la pesadez emocional que ambos sentían. Valentina se hundió en un asiento junto a la ventana, alejándose lo más posible de Bill, quien tomó asiento frente a ella.
El motor del avión rugió al encenderse, pero el silencio entre ellos era aún más ensordecedor. Bill sacó su teléfono para revisar algunos correos, mientras Valentina clavaba la mirada en las nubes que comenzaban a formarse a medida que el avión ascendía.
Horas de tensión
El vuelo era largo, y el silencio pronto se tornó insoportable. Valentina, cansada de la tensión, decidió romperlo.
—¿Qué esperas conseguir con todo esto? —preguntó de repente, sin girarse para mirarlo.
Bill levantó la vista de su teléfono, estudiándola por un momento antes de responder.
—Espero que dejes de comportarte como una niña y aceptes la realidad.
Ella se rió, pero su risa estaba cargada de amargura.
—¿Como una niña? ¡Soy una niña, Bill! Tengo 16 años.
—Eso no cambia nada —respondió él con calma, pero su tono firme dejaba claro que no había espacio para discusiones.
Valentina finalmente lo miró, sus ojos llenos de furia.
—Por supuesto que cambia todo. Lo que estás haciendo es ilegal. Puedo denunciarte.
Bill apoyó los codos sobre sus rodillas, inclinándose hacia adelante mientras la miraba directamente a los ojos.
—Puedes intentarlo si quieres, pero no irá a ningún lado.
Ella frunció el ceño, confundida.
—¿Qué estás diciendo?
—Estoy diciendo que ya me aseguré de que eso no sea un problema. Soy tu tutor legal, Valentina. Eso me da el derecho de tomar decisiones importantes por ti.
Las palabras de Bill cayeron como un balde de agua fría. Valentina lo miró con incredulidad, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Decisiones importantes? —repitió, su voz temblando de rabia—. ¿Desde cuándo forzar a alguien a casarse cuenta como una decisión importante?
Bill soltó un suspiro, como si estuviera explicándole algo obvio a un niño.
—No lo estás viendo con claridad. Esto no es solo por mí. Es por ti, por tu futuro.
—¡No me hables de mi futuro! —gritó, levantándose del asiento—. ¡No tienes derecho a decidir nada por mí!
Bill también se puso de pie, su altura y presencia dominando el reducido espacio.
—Tengo todo el derecho, Valentina. Y más vale que lo entiendas, porque esta boda va a suceder.
Ella retrocedió un paso, como si sus palabras la hubieran golpeado físicamente.
—¿Por qué? —preguntó en un susurro—. ¿Por qué estás haciendo esto?
La mirada de Bill se suavizó ligeramente, pero su resolución permaneció firme.
—Porque es lo correcto.
Valentina lo miró como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
—¿Lo correcto para quién? Porque no es para mí.
—Es para ambos —respondió, su tono más bajo pero igual de determinado—. Te guste o no, estamos en esto juntos.
Ella apretó los puños, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos.
—Eres un monstruo, Bill.
Él no respondió de inmediato, pero sus labios se tensaron en una línea delgada.
—Piensa lo que quieras. Pero al final, harás lo que es necesario.
Un silencio insoportable
El resto del vuelo transcurrió en un silencio aún más pesado que antes. Valentina regresó a su asiento, girándose hacia la ventana para que él no pudiera ver las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Por su parte, Bill volvió a su teléfono, pero su mente estaba lejos de los correos que intentaba leer.
Sabía que estaba forzando la situación, pero también estaba convencido de que no había otra opción.
La llegada a Estocolmo
Cuando aterrizaron, el aire frío de Estocolmo los recibió con fuerza. Bill salió primero, como siempre, y Valentina lo siguió a regañadientes. El auto que los esperaba los llevó directamente a la nueva residencia que Bill había preparado para los preparativos de la boda.
Al llegar, Valentina miró la imponente mansión con una mezcla de rabia y resignación.
—¿Qué es esto? —preguntó, cruzándose de brazos.
—Nuestro hogar temporal —respondió él mientras abría la puerta principal.
—No voy a quedarme aquí —dijo con firmeza.
Bill se giró para mirarla, su paciencia al borde del límite.
—No tienes otra opción, Valentina.
Las palabras resonaron en el aire frío, y aunque no lo mostrara, Bill sabía que ambos estaban al borde de un colapso emocional.
y de paso es una maquiavélica...no, no, no aburre