«En este edificio, las paredes escuchan, los pasillos conectan y las puertas esconden más de lo que revelan.»
Marta pensaba que mudarse al tercer piso sería el comienzo de una vida tranquila junto a Ernesto, su esposo trabajador y tradicional. Pero lo que no esperaba era encontrarse rodeada de vecinos que combinan el humor más disparatado con una dosis de sensualidad que desafía su estabilidad emocional.
En el cuarto piso vive Don Pepe, un jubilado convertido en vigilante del edificio, cuyas intenciones son tan transparentes como sus comentarios, aunque su esposa, María Alejandrina, lo tiene bajo constante vigilancia. Elvira, Virginia y Rosario, son unas chicas que entre risas, coqueteos y complicidades, crean malentendidos, situaciones cómicas y encuentros cargados de deseo.
«Abriendo Placeres en el Edificio» es una comedia erótica que promete hacerte reír, sonrojar y reflexionar sobre los inesperados giros de la vida, el deseo y el amor en su forma más hilarante y provocadora.
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Un Éxito en las Redes Sociales
La tarde continuó en un caos delicioso. Elvira, siempre en su elemento, se movía por la con la confianza de una diva en su escenario, su teléfono vibrando constantemente en el mostrador con nuevas solicitudes de citas. Había encontrado el equilibrio perfecto entre un corte de pelo y un espectáculo, combinando tijeras y comentarios picantes con la destreza de una chef que mezcla ingredientes exóticos para un plato afrodisíaco.
—¡Elvira, tu transmisión es un éxito! —gritó una vecina que acababa de entrar—. ¡Hasta mi cuñada de Albacete quiere que le cortes el pelo!
—Pues que venga, cariño —respondió Elvira, guiñando un ojo mientras deslizaba las tijeras con precisión quirúrgica sobre el cabello de su cliente actual—. Pero que sepa que aquí no se corta sólo el pelo, ¡también las inhibiciones!
La risa volvió a inundar el lugar, y Don Pepe, todavía aturdido por los eventos de la tarde, decidió que era mejor retirarse antes de provocar otro incidente más. Sin embargo, al salir, no pudo evitar lanzar una última mirada furtiva hacia Virginia, quien, ajena a todo, mordisqueaba distraídamente la pajilla de su refresco, dejando entrever una sonrisa que era, al mismo tiempo, ingenua y devastadoramente seductora.
Don Pepe suspiró. La vida en el edificio nunca era aburrida, y aunque su corazón a menudo parecía en peligro de fallar, estaba seguro de que prefería mil veces morir de un infarto rodeado de risas y tangas amarillas que en la soledad de su pequeña caseta de vigilancia.
Mientras recogían los restos de una tarde de caos y risas, Rogelio se acercó a Elvira con pasos inseguros, como si cada movimiento fuera una batalla entre su orgullo herido y su torpeza natural. Aún llevaba algunos mechones de cabello pegados al cuello y una visible mancha de sudor adornaba la espalda de su camisa. Sacudió los hombros, intentando librarse de los cabellos rebeldes que se le habían quedado adheridos, pero solo logró que algunos cayeran directamente sobre sus botas desgastadas.
—Ha sido... interesante —murmuró con una mezcla de timidez y resignación, evitando mirarla directamente a los ojos mientras su mano se agitaba con torpeza para quitar los restos de pelo.
Elvira, quien en ese momento recogía las tijeras con movimientos deliberadamente lentos, levantó la mirada. Su sonrisa no podía haber sido más traviesa si lo hubiera intentado.
—¿Interesante? —repitió con una ceja arqueada, mientras sus labios carmesí dibujaban una curva que prometía problemas—. Querido, ¡has sido la estrella del show! —Agitó su teléfono frente a él, la pantalla iluminada con un aluvión de notificaciones—. ¿Te has tomado un minuto para ver cuántos comentarios tienes? Si esto fuera un concurso, ya estarías ganando por goleada.
Rogelio, completamente rojo, balbuceó algo que ni él mismo entendió mientras su mirada vagaba por el salón, buscando algún punto de escape. Sin embargo, su vista se detuvo, casi por accidente, en Marta. Ella estaba distraída, inclinándose para recoger una escoba, y los mechones de cabello que Elvira había cortado flotaban con ligereza sobre la tela de su blusa. Lo que lo dejó petrificado, sin embargo, fue cómo los pequeños fragmentos de cabello destacaban sobre la curva perfectamente delineada de sus senos, atrapando la luz de la tarde que entraba por la ventana como si alguien hubiera decidido iluminar ese momento en particular para su deleite personal.
Rogelio tragó saliva. Quería apartar la mirada, lo sabía, pero sus ojos se aferraron a esa imagen como si hubieran sido hipnotizados. Por suerte, Marta, ajena al calor que subía por el cuello de Rogelio como una marea, se irguió con la escoba en la mano, barriendo los mechones restantes con una eficiencia inocente que contrastaba brutalmente con las ideas que cruzaban la mente del pobre hombre.
—Rogelio, cielo, ¿vas a estar ahí parado todo el día o planeas ayudarme? —preguntó Elvira, cruzándose de brazos y lanzándole una mirada tan directa que parecía perforar su alma.
Rogelio parpadeó, recuperándose de su trance, y murmuró un apresurado "me tengo que ir". Antes de que pudiera dar más explicaciones, se dirigió hacia la puerta con pasos tan apresurados que tropezó con la alfombra, provocando una risa ahogada de Elvira y un leve resoplido de Marta. En un último acto de valentía, lanzó una mirada fugaz hacia Marta, quien ya había regresado a sus quehaceres sin percatarse de la revolución que había causado.
El edificio, poco a poco, volvía a la calma habitual que rara vez duraba mucho en el número 23 de la calle Velarde. Sin embargo, algo había cambiado. Las redes sociales estaban inundadas de comentarios sobre la "familia" más peculiar del barrio, y los chismes sobre la tarde en la peluquería improvisada ya circulaban como pólvora encendida. Elvira, mientras cerraba la puerta de su apartamento, no pudo evitar una sonrisa satisfecha. Sabía, con la certeza de una vidente de barrio, que aquello era solo el prólogo de muchas tardes igual de caóticas y deliciosamente memorables. Y quién sabe, tal vez la próxima estrella del show ya estuviera caminando por los pasillos del edificio, lista para ser descubierta.