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capitulo 8 Por Metiche
Al día siguiente, la doncella personal de Dahiana entró en su habitación para despertarla.
—Mi señora, su madre solicita que desayune con ella.
Nikol se sorprendió. Desde que despertó en el cuerpo de Dahiana, no había ido a buscar a su madre. Era extraño pensar que la mujer que la había parido era tan diferente a lo que había imaginado. Si la belleza que veía en su reflejo era herencia de ella, su madre debía ser impresionante.
La doncella la guió al ala oeste del palacio, y al entrar, vio a una mujer sentada a la mesa, radiante y elegante. Por las facciones, supo de inmediato que era su madre. Hizo una breve reverencia.
—Madre, espero que goce de buena salud.
Antes de que pudiera levantar la cabeza, un golpe resonó en su mejilla, dejándola aturdida.
—Eres una inútil —dijo la madre con voz llena de desprecio—. Rogándole a tu padre para que te llevara al palacio, ¿y qué conseguiste? Nada. Eres una inútil.
El dolor del golpe la hizo sentir una mezcla de rabia y asco. Pero lo peor era la indiferencia en las palabras de su madre. Nikol, ahora en el cuerpo de Dahiana, apretó los puños, conteniendo la furia.
—Usted no tiene derecho a pegarme —dijo con voz firme, sin apartar la mirada.
Su madre avanzó hacia ella, desafiándola con la mirada.
—¿Crees que gasté tantos años de mi vida para tener a una hija sin gracia? —la mirada de la madre la perforaba—. Tenías que haber conquistado a algún noble o, si fueras más valiosa, habrías sido concubina del príncipe. Pero no, eres una inútil.
Las palabras hicieron que Nikol sintiera un dolor profundo, como si la propia historia de su vida anterior se desmoronara ante ella. Ahora entiendo… nunca te quisieron. Tu vida fue una miseria. No te culpo si te suicidaste por esto. Yo siento lástima por ti… Tu madre , tu padre y tus hermanos si qu estabas sola Dahiana
Dahiana, o mejor dicho, Nikol, dio un paso adelante, los ojos desbordando una mezcla de coraje y desesperación contenida.
—Uno: no me vuelvas a tocar.
El aire estaba cargado de tensión. Con un paso firme, avanzó hacia su madre, que retrocedió, sorprendida.
—Dos: jamás me vuelvas a tocar, porque no responderé.
Entonces, empujó a su madre con fuerza, viéndola caer sobre el sofá. Sin mirar atrás, caminó rápidamente hacia la salida, apenas escuchando a la doncella que la seguía apresuradamente.
Salió del palacio, ordenó al cochero que la llevara al centro del pueblo. Necesitaba aire. Necesitaba claridad. Y necesitaba alejarse de esa vida que le había sido impuesta.
Estaba tan molesta que sentía que me llevaría el viento. Ni siquiera mi madre nunca me puso una mano encima, y esta desgraciada lo hizo.
Caminaba por el pueblo, dejando a mi doncella atrás en el condado, mientras el cochero se fue. No me importaba, prefería estar sola.
La verdad, los dulces del mercado son una delicia. Pasaba de tienda en tienda, disfrutando del bullicio. Era muy concurrido y había de todo. En medio del mercado, encontré una plaza grande con tiendas de vestidos y trajes. Entré a una herrería a comprar una navaja, pero no me la quisieron vender. Según el dueño, no era apropiado para una mujer.
Seguía caminando tranquila cuando sentí que alguien me agarraba el vestido. Me incliné hacia abajo y vi a un niño pequeño, de unos cuatro o cinco años.
—Oye, niño, ¿y tus padres? —le pregunté.
El niño me miró y respondió que se había escapado de sus hermanos.
—¿Pero por qué, acaso te hicieron algo?
Me fijé en su ropa; era un noble, no cabía duda, con bordados dorados.
—No... solo que están en una reunión y es aburrido esperarlos.
—Mmm, ok. Pero no deberías estar paseando por ahí. Tal vez te estén buscando.
El niño miró a su alrededor y, acercándose a mi oído, susurró:
—No te preocupes... tengo magia.
Y, como si fuera un gran secreto, se tapó la boca. Me dio risa, pero lo dejé seguir.
—Vamos, te invito a pasear conmigo y luego te llevo con tus hermanos.
El niño aceptó rápidamente.
—Un gusto, mi lady, me llamo Ehitan. ¿Y tú?
—El gusto es mío, mi lord, me llamo Dahiana Sherlock.
Nos miramos y nos reímos.
Pasamos la tarde caminando de tienda en tienda hasta que comenzó a oscurecer. Decidí llevar al niño con sus hermanos. Mientras caminábamos, me encontré con una escena. Sabrina, con su mirada venenosa, estaba intentando agredir a una joven de pelo rubio y rostro tierno, muy hermosa, casi adorable.
Me acerqué discretamente y escuché la pelea.
—Yo seré la futura emperatriz, y me encargaré de exiliar a tu familia... y a ti —decía Sabrina, con voz de amenaza, mientras sus dos amigas se reían.
—Por favor, señorita Rosmery, no haga nada para faltarle el respeto —imploraba la rubia, con lágrimas en los ojos.
La rubia estaba sujeta por dos doncellas.
Sabrina, con una sonrisa cruel, se acercó más.
—¿Acaso pensaste que eras competencia para mí, Alya? Tu padre solo es un perfumista y yo soy la hija de un Duque. ¿Pensaste que obtendrías el corazón del príncipe solo porque la emperatriz compra los perfumes de tu padre?
Sabrina la tomó del brazo y la sujetó con fuerza, mientras la chica, entre sollozos, le pedía que la soltara porque le estaba haciendo daño.
(“No te metas, Dahiana. Este no es tu problema. Mejor da la vuelta y vete” me repetí mentalmente.)