Alexandre Monteiro es un empresario brillante e influyente en el mundo de la tecnología, conocido tanto por su mente afilada como por mantener el corazón blindado contra cualquier tipo de afecto. Pero todo cambia con la llegada de Clara Amorim, la nueva directora de creación, quien despierta en él emociones que jamás creyó ser capaz de sentir.
Lo que comenzó como una sola noche de entrega se transforma en algo imposible de contener. Cada encuentro entre ellos parece un reencuentro, como si sus cuerpos y almas se pertenecieran desde mucho antes de conocerse. Sin oficializar nunca nada más allá del deseo, se pierden el uno en el otro, noche tras noche, hasta que el destino decide entrelazar sus caminos de forma definitiva.
Clara queda embarazada.
Pero Alexandre es estéril.
Consumido por la desconfianza, él cree que ella pudo haber planeado el llamado “golpe del embarazo”. Pero pronto se da cuenta de que sus acusaciones no solo hirieron a Clara, sino también todo lo verdadero que existía entre ellos.
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Capítulo 13
...Clara Amorim...
Mi proyecto fue un éxito. Y aunque había dimitido de la empresa, me sentía feliz por ello. Era gratificante saber que todas las noches en vela, todos los bocetos garabateados y todos los detalles revisados habían merecido la pena.
Monteiro Tech estaba de nuevo en el TOP 1. Alexandre y Luíza debían de estar jodidamente felices por ello, ambos tan orgullosos como competitivos.
Hace tres días, Alexandre me envió un mensaje. No respondí. No porque no quisiera. Sino porque, francamente, no sabía qué decirle al hombre que consiguió hacerme sentir como... una puta.
Mamá entró en mi habitación interrumpiendo mis pensamientos, con esa manera que sólo ella tenía de aligerarlo todo.
- ¿Tienes hambre ahí dentro? - preguntó con una sonrisa\, sosteniendo un enorme bol de helado. - He traído esto para endulzar la vida.
- Gracias\, mamá. Te quiero.
- Yo también te quiero\, hija mía. Os quiero a las dos. - dijo\, pasándome ligeramente la mano por el vientre.
Suspiré, hundiendo la cuchara en el helado.
- Mamá... necesito conseguir un trabajo. - dije\, sintiendo que se me oprimía el pecho. - No puedo estarme quieta. Tengo dinero ahorrado\, pero quería ahorrar para el futuro... Necesito trabajar para no volverme loca aquí dentro.
Me miró, con esos ojos marrones tan llenos de paciencia y fuerza.
- ¿Y dónde vas a trabajar\, Clara? - preguntó en voz baja. - Eres licenciada en diseño de productos\, hija. Lo tuyo es crear\, inventar. ¿En qué vas a trabajar?
- No sé... - Me encogí de hombros\, un poco avergonzada. - Podría\, no sé... ayudar a los ancianos a cruzar la calle\, cualquier cosa... Sólo quiero salir de casa\, mamá.
Respiró hondo y sacudió la cabeza con una sonrisa contenida.
- De acuerdo. Ya que tienes tantas ganas de salir de casa\, ve al supermercado y coge un cartón de nata que se les olvidó entregar.
- ¡Qué bueno! - Puse los ojos en blanco\, pero acabé riéndome. - Dame la llave del coche y la dirección.
Mamá me dio las llaves y me pasó una mano cariñosa por el pelo.
- Y no tardará mucho. Pronto el teléfono empezará a sonar con gente pidiendo mis dulces.
- No pasa nada\, señora Mirian. - Dije\, recogiendo mi bolso.
Ya no sabía cómo caminar por Itapema sin perderme. La ciudad había crecido y cambiado y yo parecía un turista siguiendo el GPS.
Después de dar unas cuantas vueltas, llegué al supermercado, compré el cartón de nata que me había pedido mamá y lo dejé en el maletero.
De vuelta, aparqué delante de una panadería con el escaparate más bonito que había visto nunca. Pasteles, sueños, panes... todos frescos y perfumados, que me hacían la boca agua con solo mirarlos.
Entré y respiré hondo, oliendo la masa recién horneada.
- Buenos días\, señorita. ¿Qué desea? - preguntó el empleado con una sonrisa.
- Hmmm... ¿me das tres cruasanes y un sueño para llevar\, por favor? - pregunté\, incapaz de resistirme.
- Por supuesto. Los cruasanes están calientes\, acaban de salir del horno"\, dijo orgulloso mientras lo envolvía todo.
Cogí la bolsa con el nombre de la tienda, les di las gracias y pagué antes de marcharme. Cuando llegué a mi coche, algo me llamó la atención desde el otro lado de la calle.
Una enorme valla publicitaria iluminaba la fachada de un edificio. El nombre de Monteiro Tech brillaba en letras enormes. Y justo en el centro, junto a la foto de Tonix, había dos imágenes más pequeñas.
El primero fue Alexander. Estaba serio, con su habitual postura impecable.
Y el segundo... era mío.
Por un momento, sentí que el corazón me daba un vuelco. No me lo esperaba. Pensé que Luíza, con su sed de control, nunca me daría crédito. Pensé que, después de todo lo que Alexandre y yo habíamos pasado, mi nombre sería engullido por la empresa y yo sería una empleada olvidada más.
Pero no.
Ahí estaba:
Clara Amorim
Creador de Tonix, la innovación que volvió a conectar el mundo.
Apreté la bolsa contra mi pecho, sintiendo cómo se me oprimía el pecho y se me hacía un nudo de lágrimas en la garganta. Aunque estaba lejos, aunque estaba herida... una parte de mí seguía sintiéndose orgullosa de lo que habíamos creado juntos.
...[...]...
Rebuscando en los cajones de mi armario, encontré un montón de cosas de cuando era adolescente. Viejas cartas, diarios garabateados, fotos amarillentas. Y entre todo eso, había una cajita con un lazo blanco arrugado.
En cuanto mis ojos se posaron en él, sentí una punzada en el pecho. Recordé exactamente lo que guardaba allí.
Lo abrí despacio, como si el mero hecho de tocar aquel pasado ya fuera suficientemente doloroso. Dentro había un viejo test de embarazo, un par de zapatitos blancos y un osito de peluche con forma de jirafa.
Cuando tenía diecisiete años, me quedé embarazada. Estaba en el último curso de secundaria.
Por aquel entonces, empecé a salir con un chico mayor que yo, que ya estaba en la universidad y jugaba al fútbol en el campo del colegio donde yo estudiaba. Salimos durante tres meses hasta que, en un momento de ingenuidad e ilusión, le entregué mi virginidad. No era muy cariñoso. Pero en aquel momento yo era tan inocente que preferí creer que él había hecho lo mejor que podía.
Unas semanas más tarde, descubrí que estaba embarazada. La primera persona a la que se lo conté fue Sarah. Tenía miedo de lo que dijeran mis padres, pero antes de hablar con ellos, tuve que decírselo al padre del bebé. Fue entonces cuando descubrí que me engañaba con una profesora de la universidad.
No quería al niño. Me dijo que "encontrara la manera", como si nada. Me sugirió que lo sacara.
Pero yo nunca haría eso.
Cuando se lo conté a mis padres, se sintieron decepcionados, por supuesto. Lloraron mucho. Pero no me dieron la espalda. Me apoyaron. Me apoyaron. Me enseñaron a ser fuerte.
Dos meses después, perdí a mi bebé. Un aborto espontáneo.
El recuerdo seguía doliendo. A veces sentía como si aquella niña de diecisiete años siguiera aquí dentro de mí, asustada, insegura, intentando ser fuerte.
Sentí que una lágrima se deslizaba por mi mejilla. Cerré la caja con cuidado y la volví a guardar en el cajón.
Sé que Dios tiene un propósito increíble para mi vida. Siempre lo ha tenido. Así que he decidido dejar que se ocupe de todos los detalles. Si él quiere que sea así, que así sea.
Alfi se metió en la cama y se acurrucó a mi lado, como si comprendiera que necesitaba compañía. Aquel vago ni siquiera quería saber nada de su catre en el piso de abajo.
Le acaricié las orejas y respiré hondo, sintiendo que mi corazón se calmaba un poco.
- ¿Qué te parece\, Alfi? - pregunté frotándole las orejas. - Tengo que empezar la atención prenatal\, conseguir un trabajo y... -solté un pesado suspiro-. - No sé qué voy a hacer\, Alfi.
Se limitó a mirarme con esos ojos grandes y cariñosos, como diciendo que todo iría bien.
Sabía que tenía que empezar la atención prenatal de inmediato. La última vez que vi a Estela fue cuando me enteré de que estaba embarazada, y me remitió a la Dra. Maya Franklin, especialista en obstetricia y pediatría.
Incluso llamé a la consulta. Pero la secretaria me explicó que la doctora estaba de viaje en Estados Unidos y que en cuanto volviera me pondría en la agenda. Incluso me volvió a llamar para concertar una cita, pero mientras tanto yo ya había viajado a Itapema... y la clínica de Maya estaba en Florianópolis.
Hundí la cara entre las manos. Mi cabeza parecía un torbellino. Tenía que tomar decisiones, pero cada una de ellas me parecía un paso incierto en un camino que no veía claro.
Alfi apoyó el hocico en mi pierna, emitiendo un suave quejido como si quisiera consolarme. Le pasé la mano por la cabeza y respiré hondo, tratando de encontrar un poco de valor en medio del caos.