NovelToon NovelToon
Yo Te Elegí.

Yo Te Elegí.

Status: En proceso
Genre:Amor a primera vista
Popularitas:3.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Mel G.

Romina, una chica que no conoce el significado de amistad y familia, empieza a conocerlo a través de algunas personas que llegan a su vida. Pero cuando todo realmente cambia, es cuando conoce a Víctor, al hermano de la chica que comienza a ser su amiga, pero lo conoce, en un secuestrado, dirigido por el.

NovelToon tiene autorización de Mel G. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

PROMETIDOS

...Victor:...

Después de salir de la oficina de mi hermana no imaginé nunca lo que iba a a pasar.

El beso me cayó encima como una tormenta sin aviso.

No fue dulce. No fue sutil.

Fue rabia.

Y fuego.

Y algo más que no supe identificar pero que me tomó por completo.

Ni siquiera alcancé a procesar su súplica —“Finge. Eres mi prometido. Ya.”— cuando sus labios se estrellaron contra los míos como si su vida dependiera de ello. Y quizá, de alguna forma, dependía. No de mí. De lo que yo representaba en ese momento.

Refugio.

Excusa.

Escudo.

Lo primero que pensé fue que estaba loca. Que había perdido por completo la cabeza.

Lo segundo… fue que tenía un sabor increíble. Como café fuerte y veneno dulce. Como una guerra que no pedí, pero que quería pelear.

Y entonces, cuando sus padres llegaron, entendí.

El tono de su voz. Su respiración agitada. La forma en que se aferraba a mí como si fuéramos de verdad.

“Mi prometido.”

Casi me reí. Casi. Pero lo que vi en sus ojos me detuvo. Estaban rotos. Enfadados. Orgullosos. Heridos.

Así que interpreté el papel. Mejor de lo que esperaba.

Pero mientras sus padres discutían, mientras ella soltaba frases como cuchillas, lo único en lo que yo podía pensar era en el calor que su cuerpo había dejado en el mío. En cómo aún sentía sus labios.

Y eso… eso era un problema.

Cuando ella tiró de mi mano para alejarse, no me resistí. Solo caminé a su lado, en silencio, dejándola respirar.

Hasta que llegamos al estacionamiento, y por fin habló.

—Lo siento —murmuró, sin mirarme—. Solo… no podía escucharlos ni un minuto más.

—¿Qué fue eso, Romina? —pregunté, deteniéndome a su lado. No de forma hostil. Solo… confundido.

Ella respiró hondo. Cerró los ojos un instante.

—Me obligaron a sentarme con ellos en mi oficina, como si tuviera diez años. Me hablaron de un matrimonio arreglado, de herencia, de vergüenza. Como si mi vida fuera un maldito contrato. —Se pasó las manos por el rostro, exasperada—. Y cuando vi tu cara… supe que ibas a ser útil.

—Vaya —solté, irónico—. Qué honor.

Ella me miró de reojo y luego rió.

Una risa seca. Dolida. Pero real.

—Sí. Me usaste. Lo sé. Pero gracias por no arruinarlo —dijo al fin.

—No tenía opción. Besaste como una mujer a punto de estallar. Me habría arriesgado a una bofetada si te rechazaba.

Ella se encogió de hombros.

—Te fue bien.

Hubo un silencio.

La vi diferente.

No como la mujer desafiante, ni como la mujer que me hizo perder el equilibrio la primera vez que la vi. Ahora era algo más… más humana. Más frágil bajo la máscara. Y me gustó más así.

No lo dije.

Solo saqué las llaves del auto y le abrí la puerta del copiloto.

—Sube. Vamos a comer.

—¿Qué?

—No te voy a dejar sola. No después de eso. Además… —la miré de reojo— tengo preguntas. Muchas.

Ella vaciló un segundo. Luego subió.

En el auto, el silencio se sintió cómodo. Me limité a conducir, sin decir nada. Ella se quedó mirando por la ventana, como si necesitara reconstruirse.

La llevé a un lugar discreto. No de lujo. Ni ostentoso. Solo un rincón tranquilo donde pudiera comer algo caliente sin estar rodeada de los suyos.

Nos sentamos frente a frente. Y después de que pidió un café —negro, sin azúcar, como imaginé— me apoyó los codos en la mesa y me sostuvo la mirada.

—No pienso casarme con nadie —dijo de golpe.

—Ni aunque tenga una empresa con tu nombre en letras doradas en la entrada.

—Ni aunque me ofrezcan un trono.

—Bien —respondí, sin pensarlo mucho—. Me gustan las reinas que no necesitan coronas ajenas.

Ella bajó la mirada, y por un instante, pareció… conmovida.

—¿Por qué no me preguntaste qué demonios hacía besándote?

—Porque algo en tu cara me lo gritó sin palabras —dije. Y entonces, me incliné un poco hacia ella—. Pero si quieres, puedes contarme ahora.

Ella suspiró. Luego se encogió de hombros con una resignación pesada.

—Fue un impulso. Un arrebato. No sé qué fue peor: besar a un casi desconocido o darles a mis padres justo lo que no esperaban.

—Tal vez fue lo mejor que podías hacer —respondí, sin bromear.

—¿Tú crees?

—Creo que necesitas una tregua. Y alguien que no te juzgue por no querer cargar el apellido como una cruz.

Romina sonrió, apenas. Una curva tenue, cansada, pero agradecida.

—Gracias… Víctor.

—De nada. Prometida.

Ella soltó una carcajada esta vez. Y por un segundo… la mujer fuerte volvió.

Pero yo… aún pensaba en ese beso.

Y no podía evitar preguntarme si lo volvería a hacer. Solo por impulso. O por algo más.

Después de casi una hora.

El café humeaba frente a mí, pero no lo toqué.

Romina removía su taza con una cucharilla que no necesitaba. Nerviosa, aunque fingiera estar relajada. Su perfume aún me confundía. Su beso seguía en mi boca, como si me lo hubiera tatuado.

La observé sin apuro, hasta que ella levantó la mirada.

—¿Qué? —dijo.

Apoyé los codos sobre la mesa y entrelacé los dedos, sin dejar de mirarla.

—Sabes que esa mentira no va a durar mucho, ¿verdad?

Ella bufó. Luego suspiró, como si soltar la verdad le diera un poco de paz.

—Lo sé. Solo necesitaba una salida rápida.

—Tus padres no son estúpidos.

—No. Son peores que eso.

Me reí por lo bajo. Esa mujer sabía exactamente cómo herir con palabras. Pero también sabía defenderse como nadie. La vi llevarse la taza a los labios, pero no bebió. Solo se tapaba con ella.

—Así que… ¿me vas a vender como tu prometido hasta que se te ocurra un plan mejor?

—No es un mal papel para ti —dijo con sarcasmo, alzando una ceja—. Te queda bien el traje de héroe.

Me incliné hacia ella, más cerca de lo prudente.

—No soy un héroe, Romina.

—Lo sé. Por eso te lo pedí a ti.

Sus ojos se suavizaron apenas, como si acabara de revelarme algo más profundo de lo que pretendía.

Me senté de nuevo y respiré hondo.

—Bueno… si vamos a hacer esta mentira, hagámosla bien.

Ella entrecerró los ojos.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que si vas a presentarme como tu prometido, al menos deberías saber qué me gusta desayunar. Dónde crecí. Qué maldito vino prefiero. —Incliné la cabeza—. Y tú también deberías saber cómo me gusta que me abraces frente a tus padres. Porque si alguien se atreve a preguntar, vamos a darles una actuación que no olviden.

La boca de Romina se curvó en una sonrisa peligrosa.

—¿Estás proponiéndome que ensayemos?

—Estoy proponiendo que lo hagamos creíble.

—¿Incluye dormir juntos también? —preguntó con malicia, aunque su mirada se desvió hacia la ventana.

No respondí de inmediato. La idea flotó en el aire como un trueno antes de la tormenta.

—Solo si lo piden tus padres —dije al fin, con una sonrisa ladeada.

Ella rió por primera vez. De verdad. Sin ironía, sin defensas. Y esa risa fue más adictiva que el beso.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó luego, más seria—. Puedo arreglármelas sola. Siempre lo he hecho.

—Sí, lo sé. Pero no tienes que hacerlo sola esta vez.

Me tomó unos segundos darme cuenta de lo que acababa de decir.

Romina parpadeó.

No lo esperaba. Ni yo lo esperaba.

Pero no se alejó.

Solo asintió.

—Está bien. Entonces ensayemos.

...****************...

...Romina:...

La campanilla sobre la puerta sonó con ese cling refinado que anunciaba lujo… y mentira. Entramos juntos, fingiendo lo que aún no comprendíamos del todo. Yo iba un paso detrás, pero no por sumisión: simplemente intentaba no pensar demasiado en lo absurdo de todo esto.

—Bienvenidos a Vellamo Jewelry, ¿en qué puedo ayudarles?

Una mujer de sonrisa perfecta se acercó apenas cruzamos. Víctor la miró con esa mezcla de frialdad y carisma que usaba para imponerse sin decir mucho.

—Buscamos un anillo de compromiso. Algo elegante, sobrio… pero que no pase desapercibido.

Le lancé una mirada.

—¿No que esto era solo una farsa? ¿Ahora también necesitas que brille con elegancia?

Él se inclinó apenas hacia mí, lo justo para que solo yo lo escuchara:

—Si vamos a mentir… que la mentira sea hermosa.

Quise rodar los ojos. Pero terminé sonriendo. Maldita sea.

Nos llevaron a un mostrador. Bandejas llenas de luces atrapadas en metal. Víctor eligió uno y me lo ofreció.

—¿Y este?

—Demasiado delicado.

—¿Este otro?

—Demasiado recargado.

Me miró de lado. —Eres complicada.

—No. Tengo buen gusto. Tú deberías agradecerlo.

Y entonces, lo vi. Un anillo con un zafiro profundo en el centro, rodeado de pequeños diamantes. Fino. Intenso. Como algo que no pide permiso.

—Ese —dije.

Víctor lo tomó sin vacilar.

—Dame tu mano.

—¿Vamos a ensayar ahora también?

—Claro. ¿Qué clase de prometido sería si no supiera ponerte el anillo?

Suspiré, pero le tendí la mano izquierda. Víctor la sostuvo con firmeza. Casi con reverencia. Y entonces noté algo.

Su otra mano… tenía solo cuatro dedos.

Me quedé helada.

La imagen me golpeó como un flashback involuntario: yo con Elena, méses atrás atrás. Recuerdo perfectamente ese día. Estábamos en su casa. Ella recibió un paquete. Lo abrió sin saber que dentro había… eso. Aunque la caja parecia elegante, un dedo amputado, había salido volando cuando ella soltó la caja. Grité. Ella se desmoronó.

La conexión fue instantánea. Ese era su dedo. No lo había relacionado hasta ahora. Hasta ahora que me había percatado.

No dije nada. Ni lo miré diferente.

Pero algo dentro de mí se tensó.

Él colocó el anillo en mi dedo con lentitud. Casi con ceremonia. Me miró mientras lo hacía.

Y por un segundo, no hubo mentira.

Solo una conexión muda entre dos personas rotas… fingiendo que no lo estaban.

—Perfecto —murmuró—. Ya casi pareces mía.

—Casi —le recordé con una sonrisa—. No te emociones.

La joyera aplaudió suavemente, como si fuera parte de una escena de película romántica y no de esta novela torcida.

—Es perfecto para usted. Tiene unas manos elegantes. Y la piedra… refleja carácter.

—Sí —susurró Víctor, sin soltarme la mano—. Es lo primero que pensé cuando la vi.

¿Lo decía por el anillo… o por mí?

No supe qué responder.

Él pagó sin vacilar. Como si el precio no importara. Como si nada le costara, aunque sabía que eso no era cierto.

Salimos de la tienda con el sol tiñendo el cielo de naranja. El anillo brillaba en mi mano. Y la ausencia en la suya… seguía pesando en mi pecho.

—Bien —dije, con tono ligero mientras me ajustaba el bolso—. Ya tenemos el accesorio. Solo falta el show.

Víctor sostuvo la puerta para mí.

—No te preocupes, Corjan. Si vamos a hacer esto… lo haremos bien.

Y no supe si eso me emocionaba… o me aterraba.

...****************...

...Victor:...

Nunca me había gustado fingir.

Pero ahí estaba yo, frente a la casa Corjan, con Romina del brazo, interpretando el papel de prometido devoto. Luces encendidas, cortinas apenas movidas. Sabía que nos estaban mirando. Y Romina también.

—Ahí están —murmuró ella, sin detenerse.

Asentí con un gesto seco, midiendo cada paso como si estuviéramos cruzando un campo minado.

La mansión era elegante, sí. Pero no tenía calor. No el que uno asocia con el hogar. Era una jaula dorada. Perfecta para alguien como ella.

Al mirarla, tan firme, tan decidida… no vi fragilidad. Vi fuego.

—¿Lista para seguir actuando? —pregunté, con la voz baja, solo para ella.

Romina no me miró de inmediato. Pero cuando lo hizo, sus ojos verdes tenían esa chispa que comenzaba a ser peligrosa. Para ella. Para mí.

—No hay opción —dijo con un suspiro—. Si me ven bajar sola, empezará el sermón. Si me ven contigo, al menos fingirán estar satisfechos.

—Entonces vamos a fingir bien —respondí, un poco más serio de lo que esperaba.

Dimos unos pasos más y justo cuando estábamos por llegar a la puerta principal, ella se detuvo.

—Nos están mirando —dijo, sin siquiera voltear hacia la ventana.

Yo también lo sentí. Esos ojos que juzgan, que evalúan cada gesto. Lo conozco bien. También crecí con ellos.

—Lo sé —contesté.

No vi venir lo que hizo después.

Me tomó del rostro con una seguridad que no esperé. No pidió permiso. No dudó. Me besó.

Y juro por lo más sagrado… que por un momento olvidé que era una farsa.

No fue un roce. Fue un beso real. Cálido. Profundo. Medido y, aun así, desbordado. Como si necesitara aferrarse a algo real entre tantas máscaras. Y lo hizo conmigo.

Podría haberme echado atrás. Podría haberla empujado con una frase cínica, con alguna broma. Pero no lo hice. La tomé por la cintura, y respondí con la misma intensidad.

No sé cuánto duró. Pero cuando se apartó, sentí que faltaba algo. Como si me hubiera dejado sin aire. Estaba empezando a perder control.

—Gracias por seguirme la corriente —susurró, la voz apenas temblando.

No dije nada. Solo me pasé la mano por la barba, tratando de recomponerme.

—Deberías advertirme la próxima vez que vas a usarme de escudo —le solté, sin poder evitar una sonrisa ladeada.

Ella giró apenas el rostro, suficiente para lanzarme una mirada de esas que derriban imperios.

—Lo haré. O no. ¿A quién no le gusta improvisar?

Y con eso, se adelantó hacia la puerta. Erguida, perfecta, encantadora. Una actriz nata. Una mujer difícil de olvidar.

Respiré hondo, me acomodé el saco y caminé tras ella.

Sí. Nunca me gustó fingir.

Pero esto… esto empezaba a gustarme demasiado.

Victor Lujan.

1
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play