Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.
Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.
Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.
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Capitulo 22
Tras el escándalo del banquete, el duque no perdió tiempo. Aunque mantenía una compostura de hielo frente a los invitados y cortesanos, en su interior hervía una furia contenida. Que alguien hubiera intentado atentar contra la mesa de su familia era un insulto imperdonable. Pero más allá de la indignación, había algo que no podía dejar de rondar en su mente: su pequeña hija.
Esa niña que hasta hace poco era vista como caprichosa, engreída y vil, ahora había demostrado una lucidez y firmeza desconcertantes. Había desbaratado el veneno con tal seguridad que ni un adulto experimentado podría haberlo hecho mejor. El duque, con sus profundos ojos grises, comenzó a mirarla con otros matices: orgullo, curiosidad… y cautela.
Por esa razón, una mañana, la llamó a su despacho.
—Entra.
Ella obedeció, pequeña en apariencia pero con pasos seguros. Lo observó en silencio, estudiando el amplio escritorio de roble, los estantes repletos de libros y los mapas que colgaban de las paredes. El aire olía a tinta, cuero y a la firmeza de quien mueve los hilos del poder.
—Después de lo ocurrido en el banquete, no puedo permitir más descuidos —dijo el duque, su voz profunda resonando en la estancia—. A partir de hoy, tendrás un escolta personal.
La niña alzó la vista, arqueando apenas una ceja. “¿Un escolta? … Eso complicará mis planes de libertad. Aunque, si juego bien mis cartas, podría convertirme en una ventaja.”
El duque golpeó suavemente una campanilla, y la puerta se abrió. Entró un joven de cabello oscuro y porte impecable. Sus ojos, de un azul metálico, transmitían disciplina. Vestía el uniforme negro y plateado de la guardia ducal, con una espada al cinto que parecía extensión de su cuerpo.
—Él será tu sombra —anunció el duque—. Su nombre es Sir Adrien Veynar. Entre los cadetes, pocos han demostrado su temple. Confío en que no te defraudará.
Adrien inclinó la cabeza con respeto, pero no demasiado. Su mirada se posó en la niña con una mezcla de desconcierto y curiosidad.
—Lady… a partir de hoy, mi vida le pertenece.
Ella lo observó sin titubear, como si no fuera una niña sino alguien mucho mayor.
—Eso suena como una carga pesada, Sir Adrien. Espero que no te arrepientas.
Un leve murmullo recorrió la sala: la seriedad de su tono y la ironía sutil desconcertaron incluso al duque, que reprimió una sonrisa.
Los días siguientes, Adrien se convirtió en una sombra literal. Caminaba siempre a dos pasos detrás de ella: en los pasillos, en los jardines, incluso en la biblioteca. Su presencia era imponente, y más de un sirviente que antes se atrevía a murmurar en su contra ahora callaba ante la mirada cortante del joven caballero.
Sin embargo, la niña no estaba del todo complacida.
“¿Qué pretende mi padre? ¿Protegerme… o vigilarme? No importa. Si Adrien es leal, será mío; si no lo es, lo convertiré en pieza de mi tablero.”
Un primer roce ocurrió en el mercado, durante un paseo familiar. Un grupo de hombres sospechosos comenzó a seguirlos, ocultando cuchillos bajo sus capas. Adrien reaccionó de inmediato, empuñando su espada con una rapidez que dejó a todos boquiabiertos.
—¡Atrás, Lady! —rugió.
Pero en vez de retroceder, ella avanzó un paso, su mirada fija en los atacantes. Había algo en su porte, algo que no encajaba en el cuerpo de una niña.
—Sir Adrien, ¿acaso piensas que me ocultaré detrás de ti como una muñeca de porcelana?
Adrien la miró con desconcierto, pero obedeció cuando ella señaló con sutileza.
—Ese de la izquierda lleva un arma en la bota. El de la derecha fingirá rendirse, pero atacará después.
El caballero, sorprendido por su aguda observación, ejecutó sus movimientos con precisión quirúrgica. En cuestión de minutos, los atacantes fueron reducidos.
Adrien respiró hondo, mirándola como si viera un enigma envuelto en cuerpo de niña.
—¿Cómo… supo todo eso, Lady?
Ella sonrió apenas, con un brillo misterioso en los ojos.
—Digamos que… sé leer mejor a las personas que a los libros.
Adrien bajó la cabeza, esta vez con una reverencia verdadera, no solo por protocolo. En silencio, entendió que esa niña no era como ninguna otra, y que su juramento de lealtad se había sellado de verdad.
La noticia de que la hija del duque ahora tenía un escolta personal no tardó en propagarse por toda la mansión… y luego más allá, hasta las bocas de los nobles curiosos. Algunos lo vieron como un gesto de sobreprotección, otros como una señal clara: el duque valora a su hija más de lo que muchos creían.
Adrien, por su parte, asumió su papel con una seriedad inquebrantable. Sin embargo, pronto comprendió que aquella niña no era lo que aparentaba.
La llegada de Adrien a la vida de la pequeña duquesa no pasó desapercibida. Aunque era discreto, su sola presencia alteraba la dinámica en la mansión. Los sirvientes cuchicheaban con miedo, los hermanos la miraban con renovado interés y hasta los tutores parecían más cautos en sus clases.
Pero lo que más la intrigaba era la intención real de su padre.
“¿De verdad busca protegerme… o simplemente mantenerme bajo vigilancia?”
🌙 Una conversación inesperada
Esa misma noche, después de la cena, Adrien permaneció de pie frente a la puerta de la habitación de la niña, como una estatua de acero. La pequeña salió con un libro entre las manos.
—¿Piensas quedarte ahí toda la noche? —preguntó con un dejo de ironía.
Adrien inclinó apenas la cabeza.
—Mis órdenes son no apartarme de usted.
—Hmm… —lo miró de arriba abajo con una sonrisa astuta—. Entonces, si decido escaparme por la ventana, ¿también me seguirás?
El caballero se tensó por un instante, y aunque trató de mantener su expresión imperturbable, la niña notó la incomodidad.
—De ser necesario, saltaría detrás de usted.
Ella rió bajito, con esa risa que no pertenecía a una niña, sino a alguien mucho más madura.
—Eres interesante, Adrien. Quizá no seas solo una cadena… tal vez también seas una espada que pueda blandir.
Adrien no respondió, pero sus ojos brillaron apenas, como si reconociera la verdad detrás de sus palabras.
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Al día siguiente, en la sala de estudios, sus hermanos mayores se percataron de la novedad.
—Vaya… así que ahora tienes un guardián —comentó el primogénito, cerrando su libro con un golpe seco—. ¿Acaso eres tan débil que no puedes caminar sola?
La niña lo miró sin molestarse.
—Si soy débil o no, lo decidiré yo, no tú.
Adrien, que estaba de pie detrás de ella, frunció apenas el ceño. Reconocía en esas palabras la astucia de alguien que sabía cómo responder sin mostrarse sumisa ni altanera.
El segundo hermano, más serio, se inclinó hacia adelante y susurró:
—Ten cuidado. No todos los guardias en esta casa son lo que parecen.
La protagonista lo miró fijamente, comprendiendo que en sus palabras había más advertencia que burla.
Esa tarde, durante su paseo por los jardines, Adrien habló por primera vez sin esperar que ella lo ordenara.
—Lady, necesito hacerle una pregunta.
—Hazla.
—En el mercado, cuando señaló las armas de los hombres… ¿fue suerte, intuición o algo más?
La niña se detuvo, observando las flores del estanque iluminadas por el sol.
—Digamos que tengo ojos que otros no saben usar.
Adrien apretó los labios.
—No soy ingenuo. Usted es distinta a cualquier niña que haya conocido.
Ella volteó hacia él, con una sonrisa serena.
—Entonces… ¿qué harás con esa conclusión, Adrien?
El caballero la miró un largo rato y, finalmente, bajó la cabeza.
—Lo guardaré como un secreto. Mi espada es suya. No necesito saber más.
En ese instante, la protagonista comprendió que había ganado no solo un escolta, sino un aliado silencioso y leal, que no cuestionaría lo imposible, sino que la protegería incluso contra su propio padre si llegara el momento.