Bajo la lluvia es una historia de romance y pasión que surge de un encuentro inesperado. Mariana, marcada por un pasado complicado, conoce a Samuel, un hombre enigmático que despierta en ella emociones olvidadas. Sin embargo, cuando su exnovio reaparece, el amor se ve amenazado por los fantasmas del pasado. Entre secretos, deseo y decisiones, ambos deberán enfrentar lo que realmente significa arriesgarse por amor.
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cap:8
El ambiente en el apartamento de Mariana y Samuel estaba cargado de una tensión que parecía tangible. Ninguno de los dos había hablado mucho desde que Pablo mostró la foto. Aunque ambos intentaban aparentar calma, las emociones reprimidas comenzaban a acumularse como un volcán a punto de estallar.
Samuel estaba en la cocina, preparando café, mientras Mariana lo observaba desde el sofá. Finalmente, decidió romper el silencio.
—¿Vas a seguir sin hablarme? —preguntó, cruzándose de brazos.
Samuel dejó la cuchara sobre la encimera con más fuerza de la necesaria y se volvió hacia ella.
—No es que no quiera hablar, Mariana. Es que no sé qué decirte.
—¿Qué tal un "te creo"? —respondió ella con ironía, alzando una ceja.
Él suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—No es tan simple. Aparece este tipo con una foto de tu pasado, insinúa cosas que no entiendo del todo, y tú… tú no me contaste nada.
—¡Porque no tenía por qué contártelo! —exclamó Mariana, levantándose del sofá. Su voz subió un tono, y su frustración era evidente—. Es algo que no tiene importancia ahora.
Samuel la miró con una mezcla de incredulidad y enojo.
—¿De verdad crees que no importa? Mariana, este hombre claramente está dispuesto a usar cualquier cosa para meterse entre nosotros. Si no puedo confiar en que me digas todo, ¿cómo vamos a enfrentarlo juntos?
Mariana se cruzó de brazos, sintiendo cómo la rabia comenzaba a tomar control de ella.
—¿"Todo", Samuel? ¿De verdad esperas que te cuente cada detalle de mi vida antes de ti? Porque si ese es el caso, espero que tú estés listo para hacer lo mismo.
—Eso no es lo mismo y lo sabes.
—¡Claro que lo es! —replicó ella, dando un paso hacia él—. Yo no he hecho nada que deba justificarme. Tú eres el que está dejando que las palabras de un manipulador te envenenen.
Samuel apretó los labios, su mirada oscureciéndose.
—No es solo Pablo. Es cómo reaccionas, cómo escondes las cosas. Me hace preguntarme qué más podría haber que no sé.
Ese comentario fue como una bofetada para Mariana.
—¿En serio me estás acusando de algo ahora? ¿Después de todo lo que hemos pasado juntos?
Samuel se quedó en silencio por un momento, pero su expresión seguía siendo dura.
—No es una acusación. Es una pregunta.
Mariana rió, pero era una risa amarga, llena de incredulidad.
—Esto es ridículo. No puedo creer que estés haciendo esto.
—Y yo no puedo creer que no veas cómo esto afecta nuestra relación —dijo él, alzando la voz por primera vez—. ¿Qué esperas que haga, Mariana? ¿Ignorar todo y fingir que no hay problemas?
—¡No hay problemas! —gritó ella—. Al menos no los había hasta que empezaste a dudar de mí.
Samuel la miró, sus ojos llenos de algo que no podía definir del todo: dolor, rabia, decepción.
—Quizá el problema es que confié demasiado rápido.
Esas palabras golpearon a Mariana como un balde de agua fría. Sintió que el suelo bajo sus pies se tambaleaba.
—¿Eso es lo que piensas? —susurró, su voz quebrándose—. ¿Que fue un error confiar en mí?
Samuel pareció darse cuenta de lo que había dicho, pero no se retractó. En cambio, apartó la mirada y se cruzó de brazos.
—No sé qué pensar ahora.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Mariana lo miró por un momento, esperando que dijera algo más, algo que pudiera reparar el daño, pero él no lo hizo.
Finalmente, ella negó con la cabeza, su rostro endureciéndose.
—¿Sabes qué, Samuel? Si no puedes confiar en mí, entonces quizá no deberías estar aquí.
Él la miró, sorprendido, pero también herido.
—¿Eso es lo que quieres?
—No —respondió ella, con lágrimas acumulándose en sus ojos—. Pero tampoco puedo estar con alguien que me ve como si estuviera esperando el momento para traicionarlo.
Samuel respiró profundamente, como si estuviera intentando calmarse, pero no dijo nada. En lugar de eso, caminó hacia la puerta, tomó su chaqueta y se detuvo antes de salir.
—Voy a necesitar tiempo para pensar.
Y con esas palabras, se fue, dejando a Mariana sola en el apartamento, con el corazón roto y las manos temblando.
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Horas después, Mariana seguía sentada en el sofá, mirando la puerta cerrada. No podía evitar preguntarse si esta pelea sería el principio del fin para ellos. Pero en el fondo, sabía que no podía dejar que Pablo se saliera con la suya.
Tomó su teléfono y marcó un número. Cuando la llamada se conectó, su voz era firme.
—Pablo, esto tiene que parar. Voy a encontrar la manera de detenerte, y créeme, no voy a rendirme hasta hacerlo.
Del otro lado de la línea, Pablo rió suavemente.
—Estaré esperando, Mariana. Pero recuerda: yo siempre gano.