En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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Corazón helado
El viento golpea mi rostro mientras Einar y yo galopamos a toda velocidad, compartiendo un solo caballo. Mi corazón late con fuerza, una mezcla de miedo y determinación. No puedo creer que estemos haciendo esto, pero al mismo tiempo no hay nada más que desee.
Einar va detrás de mí, su brazo fuerte envuelto alrededor de mi cintura, manteniéndome firme mientras atravesamos el bosque. La densa maleza intenta detenernos, pero el caballo sigue adelante, guiado por el instinto y la urgencia de escapar.
—¿Crees que logramos salir sin que nos vieran? —pregunto, mirando brevemente sobre mi hombro hacia él.
—Con suerte, tendremos algo de tiempo antes de que se den cuenta —responde Einar, su voz calmada pero con un trasfondo de tensión.
Pero la suerte no está de nuestro lado. A lo lejos, el sonido de cascos resonando en la tierra me hace girar de inmediato.
—Nos han visto… —murmuro, con mi garganta apretándose.
Einar maldice en voz baja y tira de las riendas para empujar al caballo más rápido.
—No te preocupes, Leif. Pase lo que pase, no te dejaré.
Me aferro a su brazo, asintiendo, aunque el terror comienza a apoderarse de mí.
Los gritos de los caballeros se acercan. Puedo escuchar el choque de sus armas mientras galopan detrás de nosotros. Sus sombras alargadas danzan en los árboles, y el rugido de la persecución retumba en mis oídos.
—¡Por aquí! —grita Einar, desviando al caballo hacia un sendero oculto. Pero no es suficiente.
Una flecha silba en el aire y pasa a centímetros de mi rostro. Grito y me agacho, y Einar se inclina hacia delante para cubrirme.
—¡Están demasiado cerca! —digo con pánico.
De repente, siento que Einar se estremece detrás de mí.
—¿Einar?
—Estoy bien —responde con un gruñido, pero cuando giro la cabeza, veo la sangre manchando su brazo.
—¡Estás herido!
—No importa ahora. Sigue adelante—me dice al dejarme las riendas.
Pero no podemos seguir por mucho tiempo. Una segunda flecha alcanza al caballo en la pata trasera, y el animal relincha, perdiendo el equilibrio. Einar y yo caemos al suelo con fuerza, el impacto dejándome sin aliento.
—¡Leif! —Einar me ayuda a levantarme, ignorando su propia herida—. Corre.
—No voy a dejarte.
Antes de que podamos reaccionar, los caballeros nos rodean, espadas y lanzas apuntando hacia nosotros. Einar se coloca frente a mí, protegiéndome con su cuerpo.
—No se acerquen —gruñe, sus orejas de lobo alzadas y su postura desafiante.
Entre los caballeros, una figura destaca. Astrid. Su cabello dorado brilla bajo el sol, y sus ojos verdes están llenos de furia.
—Leif, regresa conmigo —exige, bajándose de su caballo con elegancia pero con determinación en cada paso—. La ceremonia está a punto de comenzar.
—No voy a casarme contigo —respondo, levantándome con dificultad y enfrentándola.
Astrid se detiene, con su mirada endureciéndose, mientras ordena a sus caballeros atrapar a Einer, él lucha con cinco a la vez hasta ser dominado, ponen un lazo en su cuello con su pecho sobre la nieve inmovilizado. Yo intenté luchar pero nadie se atreve a ponerme un dedo encima, solo se apartan pero vuelven a rodearme.
—No tienes opción. Esto no es solo por ti. Es por el reino.
Saco una daga de mi cintura, el frío metal temblando en mi mano, y la coloco contra mi propio cuello.
—Si me obligas, acabaré con esto aquí y ahora.
El gaspo de los presentes es audible, incluso entre los caballeros más endurecidos. Astrid da un paso hacia atrás, sorprendida.
—Leif, no seas insensato.
—No me digas qué hacer. Estoy harto de que todos decidan mi destino —grito, con lágrimas en los ojos—. No me importa el reino si eso significa perderme a mí mismo.
En ese momento, llegan mis padres. Mi madre, vestida con un manto púrpura, y mi padre, con una expresión severa que podría partir piedra. Ambos desmontan de sus caballos y caminan hacia mí. Se acercan un poco más a mí y pueden oler la impregnación de las feromonas de Einer, pero no dicen nada.
—Baja esa daga, Leif —ordena mi padre, su voz fría como el hielo—. No te atrevas a deshonrarnos de esta manera.
—Si hago esto, será mi decisión, no la de ustedes.
—Si te quitas la vida —dice mi padre, con su tono peligroso—, Einar correrá con la misma suerte. ¿De verdad quieres que él pague por tu egoísmo?
El arma tiembla en mi mano, mi determinación tambaleándose.
—Si tanto lo amas, no hagas que lo eliminemos.
—Padre, no…
—Prometo que no lo mataremos —dice finalmente, aunque sus ojos muestran algo más oscuro—. Pero eso depende de ti.
Las lágrimas caen por mi rostro mientras miro a Einar, que me observa con preocupación y amor. Sé que mi padre cumple sus promesas, pero siempre hay un costo.
—Leif… —susurra Einar, con su voz temblorosa.
Finalmente, dejo caer la daga al suelo, el sonido metálico resonando como una sentencia.
—Haré lo que quieran —digo, aunque mi corazón se rompe en pedazos—. Pero no lo lastimen.
Astrid sonríe triunfante, y mis padres asienten satisfechos. Pero en mi interior, sé que esto no ha terminado. No mientras mi corazón siga latiendo por Einar.