Tras su muerte, Martina despierta en un cuerpo que no era el suyo y en un mundo antiguo regido por la nobleza. Ella ahora es la emperatriz, Iris Dorni, una joven desdichada de una novela trágica, en la que Iris fue obligada por sus padres a casarse con el emperador y que en su noche de bodas fue obligada a consumar la unión, esto ocasiono que ella sintiera un profundo odio por el hijo que dio a luz y finalmente, Iris murió sola sin poder olvidar su desdicha.
Pero ahora, Martina conociendo la historia está dispuesta a cambiar todo, ella conoce la verdad tras los hechos, por lo que demostrara que todo lo sucedido es por culpa de sus padres y se esforzara en ser una buena madre para su hijo y así evitar que los tres tengan una vida llena de soledad, ¿podrá esta nueva Iris cambiar su destino?
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Capítulo 17
Capítulo 17
Después de ese agradable desayuno tardío, acompañada de Marcos, estuve todo el día encerrada en el palacio donde vivía, en una pequeña biblioteca que encontré hace como una semana. Me puse a leer, como cada día, un poco sobre historia, de los libros que encontraba allí. El material que encontré hoy era sobre la creación de la y el origen de los gobernantes que hubo en el trono, de este imperio.
Cuando se hizo de noche, mi querida doncella María, fue a buscarme para que fuera a cenar, ya que al estar todo el día metida allí, no había probado bocado después del desayuno. La comida fue muy agradable, invite tanto a María como a Clarisa a que se unieran a mí en la mesa, pero por más que insistí, durante un buen rato, no logre convencerlas, así que les permití que se fueran a la cocina a cenar ellas con las demás muchachas, mientras yo terminaba de cenar sola. Después de la agradable mañana que había tenido con la compañía de Marcos, ya no se me apetecía volver a estar sola en la mesa. Eso se me hacía muy aburrido.
Al terminar la cena, subí a la habitación y me bañé, con la ayuda de Clarisa, luego de cambiarme, me metí en la cama y Clarisa salió de la habitación, deseándome las buenas noches y me dejó completamente sola. Al cabo de un rato, cuando ya no podía oír sonido alguno en el palacio, me levante. Con mucho cuidado me cambié la ropa y salí por la puerta sin hacer ni siquiera un solo ruido.
Logre salir del palacio sin ser vista y me dispuse a encontrar los calabozos, siempre cuidando de no encontrarme con nadie en el camino. Cuando por fin lo logre, gracias a que sabía por la novela, que se situaba en una parte del palacio del emperador, pasando un pequeño pasillo cercano a las puertas del salón del trono.
Al ingresar al pasillo, ese que me llevaría a los calabozos, me encontré de frente con uno de aquellos soldados que me habían llevado ante el emperador en aquel incidente con la sirvienta.
-¡Majestad! ¿Qué es lo que hace usted aquí?
Dijo el hombre completamente sorprendido. Ya que quede expuesta, decidí tratar de confiar en él, por el hecho de que me la debía por no hacer que lo castigaran la vez pasada.
-Necesito entrar en la celda de uno de los prisioneros y puesto que me la debes, me dejaras entrar y no dirás ni una palabra de que yo estuve aquí. ¿Queda claro?
-Pero.. ¡Usted no tiene permiso de estar aquí!
-¡Eso ya lo sé! Por eso no dirás nada.
-¿Pero por qué quiere ver a un prisionero?
-Porque ese maldito se atrevió a hacerle daño a mi hijo y eso no lo voy a permitir. Yo me encargaré de hacerlo pagar muy caro. Así que ahora dime. ¿En dónde está la celda del maestro Milton?
Puedo ver que el guardia se está debatiendo en sí permitirme o no la entrada, pero parece que gane porque se hace a un lado y me permite ajar las escaleras, hasta llegar a una puerta de metal. Después de abrirla, puedo ver muchas puertas, unas colocadas delante de las otras, en un largo pasillo. Me guía a una celda en específico, la cual está situada al final del lugar. He de decir que olía a los mil demonios allí bajo. Había una fuerte combinación de olores entre orina, excremento y sangre.
Al abrir la puerta de la celda, puedo ver en su interior al maestro. Estaba sentado en una silla, sus manos estaban amarradas en los descansa brazos y se podía ver que ya alguien lo había golpeado un poco.
Con una sonrisa en los labios, que estoy segura, podría helar a cualquiera le digo.
-¡Buenas noches, querido maestro!
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