Ángel de la Luna, es la mujer más hermosa que he visto en mi vida; es una niña de alta sociedad y yo solo soy su escolta personal.
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DE VUELTA AL PASADO
¿Qué clase de juego macabro trazado por el destino sería esta vez? ¿A caso las coincidencias podían volverse tan aterradoras? De ningún modo, tan solo es una concomitancia, un evento aleatorio como cualquier otro. Imposible sería para una persona de ciencia, tratar de justificar el suceso, bajo el concepto de hado.
- Angélica, él es mi hijo Alejandro, expresó Arturo, rompiendo el eterno silencio que reinaba en aquel lugar.
-Madre, él es la persona de la que te hable ayer.
Disimulando su angustia y forzando una sonrisa, saludo al joven Alejandro, sus ojos pasaron de una expresión de asombro a una sutil demostración de melancolía.- Por favor pasen a la oficina adyacente, el abogado los espera, se realizará la entrevista y posteriormente la firma de los documentos.
A solas en la oficina, se acercó a la ventana, una lágrima recorrió su rostro, las calles grises, los altos edificios, el vaivén de los autos, las personas con premura, el olor a limpio casi extasiante, el mínimo sonido que se inmiscuía por alguna rendija, todo, absolutamente todo, le parecía insípido e insignificante.
-Arturo, ¿Por qué nunca me contaste que tenías un hijo?, Sabía que tú esposa te había abandonado, pero jamás hiciste mención de Alejandro.
- No imaginé que llegarían a conocerse, no lo oculte a propósito, simplemente no se dio la oportunidad de hablar de él. Pensé que conmigo terminaría el linaje Beltrán al servicio de su familia.
-¿Cuántos años han pasado ya?
- 17 años
- Se parecen demasiado, por un momento creí que había regresado, no pude ocultar mi expresión de asombro. Arturo puedes por favor acompañar a Luna y explicarle a tu hijo, que eres mi escolta desde hace varios años, por la expresión de su rostro, diría que lo ignora completamente, solo coméntale lo necesario. Imagino que no sabe nada de lo que sucedió en el pasado.
- No Angélica, sigue siendo un secreto.
El sosiego se adueñó del lugar, podía sentir su respiración, los latidos de su corazón, el más profundo silencio que la envolvía en una soledad hiriente y dolorosa, se recostó en su silla, cerro los ojos y se dispuso a regresar al pasado, después de tantos años, necesitaba hacerlo.
Desde que tenía memoria los había visto en la casa de sus padres, los gemelos Arturo y Antonio, hijos de Joaquín Beltrán y Ana Lucía Valencia. Joaquín servía como mayordomo para Ernesto Sinclar y Analia era la cocinera de la familia.
Imposible pues, que estos chiquillos en edad de juegos e imaginación, no tuvieran sus encuentros para compartir sueños, risas y enojos; el inmenso Jardín, adornado con flores de mil colores y gigantescos árboles, sirvieron para la construcción de su mundo de fantasía. Ajenos a la comprensión de las divisiones socioeconómicas, inocentes frente a la fina línea que parte a las sociedades en clases sociales, se divertían los 3 mosqueteros.
Antonio era tan jovial y atrevido, agarraba la pequeña mano de la niña de 6 años, para salir a correr por el campo, a su vez Arturo más serio y reservado, se enojaba con ellos por no hacerle caso a sus sugerencias. Una colección gigantesca de regalos, otorgados por Antonio, eran el tesoro privado de Angélica, entre rocas, insectos y hojas, llenaban la pequeña repisa de la casita cerca de las caballerizas.
Fabricaba con la más increíble habilidad, hermosas diademas de flores para coronar a la princesa, asegurando que algún día, le haría la más preciosa del mundo, cuando ella vistiera de blanco para casarse con él -Angélica se casará conmigo- aseguraba decidido y con orgullo, un pequeño Antonio, que probablemente no comprendiera con exactitud el significado de esas palabras.
Seguramente son charadas de niños, explicaba Joaquín al escuchar las palabras de su intrépido hijo- Claro que no papá- le refutaba enojado, tanta ternura e inocencia, hacían reír a Joaquín y Analia.
Sin embargo, nadie se queda eternamente siendo niño, el tiempo sigue transcurriendo y las decisiones tomadas permanecen como una huella mnémica en cada vida. Cerca de los 15 años la intensidad de su relación de amigos se elevó, no disminuyo como se creía, por el contrario, era más evidente.
El señor de la casa, Ernesto Sinclar, advirtió con severidad a Joaquín, sobre la imperativa obligación de mantener alejados a sus hijos, de su preciosísima hija. Pero caso omiso hicieron los jovenzuelos de la advertencia, no vislumbran un futuro en que alguno de los 3 no hiciera parte, de hecho más temprano que tarde vivirían la experiencia del adiós.
Con la guitarra en la mano, sentado en la verde hierba, debajo de algún frondoso árbol de la finca, tocaba preciosos acordes, acompañados de versos de amor, para su amada Angélica y su hermano Arturo.
Los sentimientos no pueden esconderse, reprimirlos hará que exploten con mayor intensidad, le llegó la fecha perfecta, le expresaría su amor al hada de cabellos cobrizos; en complicidad con su hermano Arturo, fijaron el día y la hora en la cual se armaría de todo su coraje para poner en palabras, lo que su corazón no podía esconder más.
Entonces allí estaba ella con su vestido azul oscuro, despeinada por el viento, sus ojos de color ámbar se veían casi dorados por la luz de la tarde, Antonio sonrió y sus ojos verdes resplandecían más que nunca, tragando una bocanada de aire expreso:"lo supe desde que te vi por primera vez, la ilusión se apoderó de mi vida, he deseado con toda mi alma que te quedes conmigo, que me elijas, que me veas como yo te veo a ti, sin tan solo pudiera tenerte lo que me resta de vida, lo consideraría un milagro que los cielos me han otorgado, estoy completa y profundamente enamorado"
Indiferente a las advertencias de Ernesto Sinclair, se abalanzó como un rayo sobre los brazos de Antonio, el tiempo se detuvo mientras sus ojos se encontraban, podían haber iluminado todo el lugar, con ese brillo peculiar que tienen los enamorados.
-¡Será para siempre, bonita muchachita!, la lluvia empezaba a caer impetuosa, pero a ellos parecía no importarles, corrían de la mano por la llanura, envueltos en escandalosas risas, sus dedos se posaron suavemente sobre sus labios y con un profundo suspiro, le robo su primer beso, ese efímero momento, tan perfecto, tan extraordinario, no podía ser algo más que magia.
Nuca más en sus años venideros, Angélica, sentiría una sensación igual.
Se esforzaba día, tras día, culminaría su carrera, no importase cuantos obstáculos aparecieran en su recorrido por esta vida, ni los sacrificios por los que sus anhelos, tendrían que padecer; hablaría con don Ernesto, le pediría la mano de su hija, aunque todo el mundo estubiera en contra suya, incluido su padre y su hermano, él haría posible lo imposible, solo por estar con ella.
Las tardes sobresalian esplendorosas, bajo los arreboles en tonos rojos y naranjas y un temerario Antonio, le pedía cortésmente a la delicada muchachita, que le enseñase a bailar con galantería, un exquisito vals, ese que se convertiría en el himno del amor, para el día en que se casaran. -¿Cómo piensas retribuir a mis privadas clases?, Interrogaba felizmente a su amado,- serenatas en acorde de guitarra, besos con sabor a frutas, tal vez un ramo de tulipanes, -respondía-. Sujetaba con firmeza su cintura y sus manos se entrelazaban, dejándose guiar por el sonido de la música, danzando al compás del ritmo de su corazón. Un amor que no se podía esconder, que ardía como el fuego, imposible de apagar. Se convirtieron estos encuentros, en el mejor de los hábitos para estos vivaces novios.
No hay primaveras eternas, ni felicidad que sea constante, un maldito destino caprichoso, tejeria sus hilos, para ejecutar un sin fin de acontecimientos inevitables. Llegaban las noticias en la voz de Arturo, un pretendiente de la más alta alcurnia, arribaria mañana a la finca, para desposar a la linda señorita.