Dante, el Capo de la 'Ndrangheta, es un hombre de objetivos. Se plantea uno, lo consigue y sigue por el siguiente. Todo es fácil para él hasta que se cruza con Francisca Guzmán, la líder de El Cártel de Sinaloa, quien le hará cuestionarse todo, incluso su cordura. Esa mujer es su droga personal y no sabe si vencer la adicción o dejarse llevar por ella aunque lo lleve al mismo infierno.
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Hogar
Dante
–¿Todo bien entonces? –le pregunto a mi hermano mientras me coloco la chaqueta de cuero.
–Sí. Todo progresando según lo acordado. Gabriele está satisfecho.
Me río. –Si mi amigo está satisfecho eso quiere decir que todo va mejor de lo planeado.
–Deberías llamarlo, últimamente lo he visto estresado.
–Lo haré. Está preocupado por la hermosa Sofía y el parto de mi ahijado.
–Nona le dijo que todo iba a estar bien la última vez que estuvo en la casa. Eso pareció tranquilizarlo.
–Nuestra nona siempre ha tenido cierto poder sobre Gabriele.
–Y sobre nosotros –agrega mi hermano con diversión.
Sonrío. Es verdad, nona siempre ha hecho lo que ha querido con nosotros.
–Probaremos dos meses el trato con Sinaloa. Si funciona formalizaremos el negocio.
–Esas son buenas noticias.
–Lo son. No le digas a Gabriele, tiene mucho sobre sus hombros en este momento. Si pregunta le dices que las negociaciones continúan.
–Asumo que la 'Ndrangheta asumirá los costos de los primeros dos meses de prueba.
–Asumes bien.
–¿Estás seguro de esto?
–En toda inversión hay un riesgo, Stefano, y estoy dispuesto a pagarlo. Si todo sale bien le diremos a Gabriele y repartiremos las ganancias de los dos meses de prueba.
–Que generoso –se burla mi hermano.
–Un regalo para mi ahijado.
–Entonces, ¿ya vienes de regreso?
–No. Tengo cosas que vigilar, más bien personas, así que no me iré aún.
Stefano ríe. –Bueno, hermano, tú sigue divirtiéndote mientras yo me ocupo de todo. Te mereces un descanso. Hablamos.
–Hablamos –digo antes de cortar.
Tomo mis cosas y subo a mi moto. Hoy necesito una distracción.
Manejo hacia el estadio Tomateros, ya que el dueño del hotel me dijo que cerca de ese lugar hay mucho bares y clubs. Mi objetivo es encontrar una hermosa mujer con quién entretenerme por esta noche.
Desacelero cuando llego al estadio y comienzo a pasearme por las calles lentamente hasta que encuentro un Bar que llama mi atención. La música se escucha desde afuera y puedo ver a varias personas bailando.
Entro y recorro el lugar buscando a la elegida para esta noche. Hay muchas mujeres hermosas en este país, es esa una de las razones por las que me gusta venir de vacaciones aquí. Además, las mujeres latinas son más deliciosas y más libres.
Son mi tipo de mujer.
Camino hacia una chica que está al lado del bar, que llamó mi atención. Espero que no esté acompañada.
Un grito seguido de muchas risas llama mi atención y volteo hacia una pequeña multitud rodeando varias mesas.
Mi boca cae abierta al ver a Francisca bailando sobre la mesa de una forma tan deliciosa que mi cuerpo reacciona de inmediato ante lo que mis ojos ven. Comienza a gatear hacia un hombre, que está bebiendo una cerveza, le quita el botellín y lanza el líquido sobre ella, desde la altura de su cuello. La cerveza pasa por sus pechos y su blusa se pega a ellos, dejándome ver la forma de éstos y a sus puntas apuñalando la tela de la blusa.
Maldita sea.
Camino hacia la mesa y veo a Inés aplaudiéndole a su hermana. De inmediato me doy cuenta que ambas bebieron. Los ojos marrones de ambas están desenfocados. Inés le pasa un chupito a Fran, de lo que asumo es tequila. Francisca lo pone en la mesa y lo recoge con sus labios. Deja caer su cabeza hacia atrás, tomándose el líquido.
–Más –pide y la multitud le aplaude, sobre todo los hombres, que no apartan los ojos de sus pechos.
Miro a mi alrededor buscando al pelele de su prometido. Si Fran fuera mía no la dejaría dar estos espectáculos delante de todos. No dejaría que todos vieran lo que es un privilegio solo para mis ojos.
La música cambia a una melodía más sensual. Fran se acaricia levantando su blusa dejando a la vista su vientre. Comienzo a sudar al ver su perfecto ombligo, tiene una forma ovalada alargada y a su lado derecho hay un adorable lunar, como marcando el lugar donde hay que besarla para hacerla llegar al clímax.
Sus ojos marrones se fijan en los míos y me regala una pequeña sonrisa antes de seguir meneándose delante de toda esta gente.
–Permiso –digo y comienzo a avanzar para intentar llegar a ella. Si su prometido no hace algo, lo haré yo–. Salgan de mi camino –siseo cuando no me dejan avanzar.
Varios me contestan con groserías, haciéndome enojar. Saco el arma y disparo al techo, provocando un griterío seguido de un silencio sepulcral.
–Todos fuera –ordeno ya enojado.
Todos retroceden dejándome un paso libre hacia la mesa. Guardo el arma y tomo a Fran de su cintura y la bajo de la mesa.
–Hola, tú –susurra y deja caer su rostro contra mi pecho–. He tenido la mejor noche de mi vida.
–Mi hermana no conoce su límite con el alcohol –señala Inés, quien parece que tampoco lo conoce ya que se tropieza caminando hacia mí–. No nos divertíamos así desde hace años.
Le quito el chupito que tiene en su mano. –Eres muy joven para beber –digo con malhumor–. ¿Dónde mierda está el prometido de tu hermana?
Inés ríe. –No lo sé, mi hermana lo despachó hoy. Creo que tuvieron una pelea –dice poniendo su dedo índice en sus labios, indicando que es un secreto–. Pero el imbécil siempre vuelve. Es como si tuviera a mi hermana bajo un hechizo –me cuenta en un susurro tan alto que estoy segura que todos pueden oírla.
La gente nos mira desde el otro lado del bar y hablan a toda velocidad, apuntándonos. Tengo que sacarla de aquí.
–Vamos.
–No –dice y comienza a moverse contra mi cuerpo–. Quiero bailar. Baila conmigo, Dante –pide y se gira meneando su trasero contra mí–. ¿Ya estás duro para mí? –pregunta con una sonrisa.
–Llama a un taxi –le exijo a Inés–. Ahora –agrego cuando abre la boca con ganas de negarse.
Tomo a mi nueva socia por la cintura y la obligo a mirarme a los ojos.
–¿Cuánto bebiste?
–Muy poco, apenas estoy comenzando –dice y toma mi rostro con sus preciosas manos.
Cojo su mano y la quito de mi rostro. –No me toques con la argolla de otro hombre en tu mano –mascullo molesto.
Fran mete su dedo anular en su boca y saca la argolla con sus dientes. Gruño al ver eso, imaginando como se sentiría su boca alrededor de la parte favorita de mi cuerpo.
Guarda el anillo en el bolsillo de sus jeans.
–¿Está bien así, papichulo? –pregunta acariciando mis brazos–. ¿Cuántas mujeres se han sostenido de estos brazos mientras las follas?
Me acerco a su oído. –Prefiero que las mujeres con las que follo muerdan la almohada mientras sus manos están amarradas a su espalda.
Fran suspira suavecito y luego sus ojos se cierran y cae hacia mi cuerpo, completamente dormida.
La tomo en mis brazos y ordeno su hermoso cabello. El olor a caramelo resalta por sobre el olor a cerveza y no puedo evitar pasar mi nariz por su mejilla y cuello.
–El taxi ya llegó –dice Inés antes de correr hacia la calle.
La sigo y la encuentro vomitando sobre la calzada.
Cuatro hombres armados se acercan a mí, apuntándome.
–¿Señorita Inés? –preguntan.
–Está bien, chicos, es nuestro amigo.
Por lo menos Fran no es tan irresponsable, trajo seguridad con ellas. Me tranquilizo y me subo al taxi con ellas. Más tarde volveré por mi moto.
Sus guardias rápidamente se suben a sus autos y nos siguen.
Inés, que se sentó al lado del chofer, se gira para hablar conmigo.
–Mi hermana nunca ha tenido un momento para ella. Siempre se ocupó de papá y de mí después que mamá perdió su cabeza, y creo que se perdió muchas cosas, como divertirse. No la juzgues, es la primera vez que hace algo así.
–¿Tu mamá perdió su cabeza? –pregunto sin entender.
–Tiene Alzheimer. Enfermó cinco años después que yo nací.
–Comprendo.
–Ha sido mi hermana quien me ha cuidado siempre, y creo que merece un descanso de tantas responsabilidades. ¿No lo crees tú? –pregunta antes de volver a girarse.
Acaricio el contorno de su rostro con mi nudillo y sonrío cuando arruga su nariz de la forma más tierna y sexy que he visto nunca. Es preciosa. Es una lástima que pertenezca a otro hombre, porque si estuviera libre no dudaría en tenerla. No dudaría en tomar el peso que tiene sobre sus hombros y cargarlo yo para que se sienta libre. No dudaría en hacerla sonreír cada día porque tiene una sonrisa tan hermosa, que mataría por verla más seguido. No dudaría en hacerla mía cada día y cada noche.
Suspiro. Imagino que llegué muy tarde a su vida. Solo espero que ese pelele sepa agradecer el regalo que es una mujer como Fran.
Pasa su nariz por mi cuello y respira con fuerza.
–Mi hogar –susurra dormida.
El taxi se detiene frente a la hacienda. Saco doscientos dólares y le pago al chofer antes de bajarme.
Los guardias se acercan a nosotros de inmediato y lideran el camino. Inés se ve mejor después de haber vomitado. Por lo menos sus ojos están enfocados nuevamente.
Despide a los guardias en la puerta y me pide que la acompañe. La sigo por un largo pasillo.
–Esta es la habitación de mi hermana –dice antes de salir disparada en la dirección contraria–. Necesito un baño urgente –agrega mirando con asco su ropa.
Me siento en la cama con Fran todavía en mis brazos. Miro su blusa mojada y debato conmigo si es mejor dejársela puesta o sacársela. Decido que debo sacársela, puede resfriarse si la dejo con la ropa mojada.
La siento sobre la cama y le quito la blusa.
–¿Qué haces? –pregunta en un susurro cuando despierta.
–Tienes la blusa mojada –le explico–. ¿Necesitas ir al baño?
–Tengo sueño –responde–. Quédate conmigo.
–Soy Dante –le aclaro. Seguramente piensa que soy su prometido.
–Lo sé –responde sorprendiéndome–. No quiero estar sola.
–No puedo.
–¿Por qué? –pregunta arrugando su ceño.
–Porque te deseo demasiado para quedarme.
Fran sonríe y se levanta tambaleante. Toma mi rostro en sus manos, esta vez sin esa estúpida baratija.
–¿Tienes miedo? –pregunta bajando mi rostro al suyo.
–No le tengo miedo a nada –miento.
Fran pasa su lengua por sus labios y suspira antes de morder su labio inferior.
–¿Puedo besarte? –pregunta sin dejar de mirar mis labios.
–No soy yo quien no es libre, nena.
–Hoy me siento libre –dice antes de besarme.
Enredo mis manos en su espeso cabello y le devuelvo el beso. Abro su boca con mi lengua, desesperado por probar su sabor. Gruño cuando puedo probarla y sentir su sabor en mis papilas gustativas. Debajo del sabor a tequila y cerveza hay un sabor dulce, a café con miel. Mi sabor favorito en todo el mundo.
Fran gime en mi boca cuando mis dedos comienzan a desabrochar su brasier blanco. Lo hago y paso mis manos por su espalda desnuda, presionándola contra mí. Solloza al sentir la evidencia de cuánto la deseo contra su vientre.
Muerde mi labio inferior con fuerza y luego besa mi barbilla.
–¿Dónde has estado todo este tiempo? –pregunta antes de girarse y empujarme contra la cama.
Me siento y ella se sube a horcadas en mi cuerpo.
–Te he estado buscando por cada rincón de este puto mundo –contesto sin pensar–. Llegué a pensar que no existías –agrego mientras beso su largo y hermoso cuello. Gruño al sentir el delicioso sabor de su piel trigueña en mi boca.
–Siempre estuve aquí –susurra apoyando su cabeza en la mía–. Te demoraste demasiado en encontrarme.
–Lo siento, pero ya estoy aquí, nena y no me iré a ningún lado –juro. No hay fuerza humana que me haga separarme de esta hermosa mujer–. ¿Fran? –la llamo cuando después de varios segundos no dice nada y no se mueve.
Me alejo un poco y gruño. Se quedó dormida nuevamente. Yo y mi maldita suerte.
Destapo la cama y la acuesto, no sin antes abrochar su brasier. Quisiera quitarlo para poder verla, pero no lo hago. Quiero que sea ella quien lo haga, quien se denude para mí.
Y lo hará, de eso estoy seguro.