PRIMER LIBRO DE LA SAGA.
Luciana reencarna en el cuerpo de Abigail una emperatriz odiada por su esposo y maltratada por sus concubinas.
Orden de la saga
Libro número 1:
No seré la patética villana.
Libro número 2:
La Emperatriz y sus Concubinos.
Libró número 3:
La madre de los villanos.
( Para leer este libro y entender todos los personajes, hay que leer estos dos anteriores y Reencarne en la emperatriz divorciada.
Reencarne en el personaje secundario.)
Libro número 4:
Mis hijos son los villanos.
Libro número 5:
Érase una vez.
Libro número 6:
La villana contraataca.
Libró número 7:
De villana a semi diosa.
Libro extra:
Más allá del tiempo.
Libro extra 2:
La reina del Inframundo.
NovelToon tiene autorización de abbylu para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 8 Maratón parte 3
En todo el imperio ya se sabía que la emperatriz se había rebelado tras sobrevivir a un intento de envenenamiento. La aristocracia no hablaba de otra cosa. Mientras tanto, las concubinas del harén hervían de rabia. No entendían por qué tanto alboroto, aunque sus familiares ya les habían advertido que no se metieran con la emperatriz por el momento. El emperador mismo había sido claro: si alguna osaba atentar contra ella, no intervendría y permitiría que Abigaíl hiciera lo que quisiera. Al enterarse de esto, su furia aumentó aún más.
Después de salir de su oficina, el emperador no tuvo más remedio que dirigirse al harén para resolver el problema. Sin embargo, se reservó todo para el día siguiente: era la noche mensual destinada a compartir con las concubinas para buscar descendencia.
A la mañana siguiente, Abigaíl se levantó al alba, como era su costumbre. Se vistió con pantalones de hombre y una camisa que había mandado a hacer especialmente para ella. Unos días antes, había enviado a su doncella con sus medidas, ya que no tenía ropa propia y confiaba en el buen gusto de Norma. Solo hizo un pedido especial: dos pares de pantalones y camisas que le permitieran entrenar con libertad, sin enredos de faldas.
Salió de su habitación y se dirigió a la entrada del palacio para estirar. Iba a correr un poco para fortalecer los músculos. Al llegar, se encontró con su hermano Gael, que también parecía recién levantado.
—¿Hermano, qué haces levantado tan temprano?
Él la miró de arriba a abajo, frunciendo el ceño.
—Lo mismo pregunto. ¿Y qué son esas fachas, Abigaíl?
—¿Qué tienen? Es mi ropa de ejercicio. Este cuerpo está flaco, sin una gota de musculatura. Necesito entrenarlo. ¿Corres conmigo?
—Estás bien así como estás. Eres hermosa.
—No hago ejercicio por estética, lo hago por autodefensa. Necesito un cuerpo fuerte para poder defenderme. No siempre estarán para protegerme. Quiero ser autosuficiente si me atacan.
Gael bajó la mirada. No sabía cuánto había sufrido su hermana, pero estaba seguro de que los intentos de asesinato la habían dejado marcada. No dijo nada sobre eso, solo respondió:
—Está bien. ¿Quieres que yo te entrene?
—¿Harías eso por mí?
—Por supuesto.
—Entonces vamos, ¿qué esperas?
No necesitaba realmente que le enseñaran a pelear. Desde niña había aprendido diversos estilos de combate, pero no le venía mal un compañero de entrenamiento. Por eso se mostró emocionada y aceptó.
Dieron veinte vueltas completas alrededor del palacio. Abigaíl aún tenía energía mientras que Gael, en la última vuelta, apenas podía mantenerse en pie.
—Uf, eso estuvo bueno. Descansamos cinco minutos, tomamos agua y seguimos.
—Espera… no puedo más. Mis piernas, las siento como gelatina.
—Ja, ja, ja… flojito. Si me vas a entrenar, al menos síguele el ritmo a tu discípula.
—En combate o con espada, no corriendo. La próxima calientas tú sola.
Se tumbó en el césped, rendido.
—Está bien, te dejo diez minutos.
Él no respondió, simplemente se quedó desparramado en el pasto.
Pasado el tiempo, Abigaíl lo animó de nuevo.
—Vamos, que se nos va el tiempo y tenemos que volver para el desayuno.
—Está bien…
Se dirigieron al campo de entrenamiento del emperador, ya que el de la emperatriz estaba siendo reacondicionado. Al llegar, algunos soldados ya estaban practicando.
—Vaya, sí que aprovechan la mañana.
—Hmm… no entiendo qué tanto miran.
—No les tomes importancia. Bueno, ¿qué me enseñarás primero?
Los soldados la observaban con curiosidad. No podían creer que la emperatriz estuviera allí y, menos aún, vestida de esa manera.
—Primero te enseñaré a disparar con arco y flecha. Es lo más sencillo.
—Ya lo sé. Fui campeona dos años seguidos en… —se detuvo a tiempo, dándose cuenta de que estaba por decir algo indebido—. Aquí mismo, en este imperio.
—Ja, ja… hermana, no hace falta que mientas. Sé que tú…
—No miento. Y te lo demostraré.
Sonrió, decidida, y se acercó junto a Gael a un grupo de soldados que practicaban con arcos.
—Soldado, ¿me prestaría su arco?
—Claro, majestad.
Tomó el arco, apuntó al blanco y disparó. Dio en el centro exacto. Todos quedaron sorprendidos.
—Te lo dije, hermano.
—Suerte de principiante.
—¿Eso crees? Veamos si no perdí el toque.
Tomó tres flechas, las tensó al mismo tiempo y disparó. Cada una salió en una dirección distinta, pero todas dieron en diferentes blancos. Los soldados no podían creerlo.
—¿Y ahora qué dices?
—¿Emperatriz, cómo hizo eso?
—Enséñeme, por favor.
—Luego, ahora estoy entrenando con mi hermano.
—¿Cómo hiciste eso?
—Suerte de principiante. Bueno, como el arco ya lo domino, pasemos a la espada.
Gael le enseñó los movimientos básicos, pero rápidamente notó que ya sabía bastante. Cuando era Luciana, su padre le había contratado un instructor de esgrima. No era lo mismo que el combate militar, pero la base estaba.
—Bueno, tendrás una lucha de práctica conmigo.
Tomó la espada como se le había indicado y empezó a atacar con cuidado, sin intención de herirlo. Rápidamente se trabaron en combate real, intercambiando golpes con destreza. Los soldados dejaron su entrenamiento para observar.
El capitán de la división, al notar la multitud, se acercó.
—¿Soldado, qué sucede?
—No lo sé, capitán. La emperatriz llegó con su hermano y se pusieron a entrenar desde temprano.
El capitán abrió los ojos, incrédulo, al ver a la emperatriz peleando y vestida de hombre.
—¡ALTO! ¿Qué significa esto, majestad? Este no es lugar para mujeres.
Los hermanos detuvieron el combate. Gael intentó intervenir, pero Abigaíl lo detuvo con un gesto.
—¿Y por qué no? ¿Me cree demasiado débil para entrenar aquí?
—Ja, ja, ja… aquí no encontrará concubinos, si eso es lo que busca. Aquí se viene a entrenar. Somos leales al emperador.
El tono con el que lo dijo estaba cargado de desprecio. No era solo por la presencia de Abigaíl, sino porque él era hermano de Maribel, una de las concubinas. Prefería verla a ella como emperatriz.
—Maldita sabandija… ¿cómo te atreves?
—Tranquilo, hermano. Le daré una lección.
—Pero…
—Confía en mí. ¿Cómo te llamas?
—Aurelio Castillo, capitán de la segunda división del ejército imperial.
—Ya entiendo. ¿Eres familiar de la concubina Maribel?
—Sí, soy su hermano. ¿Cuál sería el problema?
—Eso mismo me pregunto, porque parece que tú tienes un problema conmigo.
—No sé de qué me habla.
—Perfecto. Entonces quiero una pelea. Aquí y ahora.
—¿Hermana, qué haces?
—Tranquilo, Gael. No te preocupes. Saldré sin un rasguño.
—¿Pero qué pasa si…?
—No pasará nada. Y quiero que no te metas. Esta será mi pelea. Y si me lastima, no tomarás represalias.
—Hermana…
—Promételo. Si no, nunca me respetarán.
—Está bien. Lo prometo.
—Ya lo escuchaste. ¿Aceptas el combate?
—Sí. Pero no me culpes por ser rudo. Esto no es un juego de muñecas.
—No lo haré. Lo mismo digo… si terminas con uno o dos brazos menos.
Sonrió con un toque siniestro. Aurelio, confiado, creyó que solo trataba de intimidarlo.
—Que empiece el combate. Nadie interviene.
—¡Sí, capitán!