A veces, el amor llega justo cuando uno ha dejado de esperarlo.
Después de una historia marcada por el engaño y la humillación, Ángela ha aprendido a sobrevivir entre silencios y rutinas. En el elegante hotel donde trabaja, todo parece tener un orden perfecto… hasta que conoce a David Silva, un futbolista reconocido que esconde tras su sonrisa el vacío de una vida que perdió sentido.
Ella busca olvidar.
Él intenta no rendirse.
Y en medio del ruido del mundo, descubren un espacio solo suyo, donde el tiempo se detiene y los corazones se atreven a sentir otra vez.
Pero no todos los amores son bienvenidos.
Entre la diferencia de edades, los juicios y los secretos, su historia se convierte en un susurro prohibido que amenaza con romperles el alma.
Porque hay amores que nacen donde no deberían…
NovelToon tiene autorización de Angela Cardona para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
silencios que inquietan
Transcurrieron varios días desde aquel primer encuentro.
Ángela continuaba cumpliendo su trabajo a la perfección: cansada, con jornadas que parecían no tener fin, pero siempre con la motivación de seguir adelante por sus dos hijos, Dana y Joshua. Eran su fuerza, su razón, la chispa que la mantenía de pie cuando el cuerpo pedía descanso y el alma soñaba con algo más.
Mientras tanto, David recorría el país con su equipo, sumergido entre aeropuertos, hoteles y entrenamientos. En su mente se mezclaban el cansancio y las dudas: la idea de separarse de su esposa comenzaba a dejar de ser un pensamiento fugaz para convertirse en una decisión inevitable. Los problemas en casa se habían vuelto insoportables, y la reciente infidelidad de ella fue el golpe final. Aun así, seguía intentando sostener la familia por sus tres hijos varones de quince, diez y ocho años. Pero ya no sabía si lo hacía por amor… o por costumbre.
Pasaron varios días sin verse. Las agendas no coincidían.
Hasta que el equipo regresó nuevamente al hotel de concentración.
Esa noche, Ángela tenía turno nocturno.
Las habitaciones ya estaban listas; junto con sus compañeras habían organizado todo, sabiendo que los jugadores llegarían exhaustos. El ambiente del hotel se llenó de movimiento, voces, risas contenidas y el sonido de maletas rodando por los pasillos.
David, por su parte, llegó al hotel rendido. El peso de la competencia, la presión de ganar los últimos partidos para clasificar entre los ocho primeros y los problemas personales le daban vueltas en la cabeza. Entró a su habitación, dejó la maleta a un lado y se metió bajo la ducha. El agua caliente corrió por su espalda, liberando algo de la tensión acumulada.
Al salir, con una toalla alrededor de la cintura, fue hasta la nevera para buscar agua. Abrió la puerta, tomó una botella de vidrio… y en un descuido, esta se le resbaló de las manos, estallando contra el suelo.
El ruido del vidrio quebrado lo sobresaltó. Suspiró frustrado. Era un hombre ordenado, incapaz de dejar el piso en ese estado. Así que tomó el teléfono y, con voz serena, llamó a recepción.
—Buenas noches, ¿podrían enviar a alguien de limpieza a la habitación 304, por favor? Acabo de tener un pequeño accidente.
Minutos después, Ángela, que estaba tomando un breve descanso en la sala del personal, recibió la llamada del supervisor.
—Ángela, por favor, dirígete a la 304. Parece que hubo un pequeño incidente con una botella rota.
Sin pensarlo mucho, se ajustó la chaqueta del uniforme y caminó con paso firme por el pasillo. El número 304 no le decía nada, solo una tarea más en medio de tantas. Tocó suavemente la puerta.
Del otro lado, una voz profunda respondió:
—Puede pasar.
El sonido la descolocó por un instante. Esa voz… le resultaba familiar.
Abrió la puerta con cuidado y al entrar lo vio: David, recostado sobre la cama, aún con el cabello húmedo, una toalla blanca ajustada en su cintura y el cuerpo atlético ligeramente iluminado por la luz tenue de la habitación.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse.
Ángela sintió cómo un leve calor le subía al rostro, pero se obligó a mantener la compostura. Era una profesional. Nada más.
—Buenas noches —dijo con serenidad, intentando que su voz no temblara—. Me informaron que necesitaba limpieza.
—Sí —respondió él, con una media sonrisa—. Lo siento, fue un accidente con una botella de agua. No quería dejar el desorden.
Ella asintió en silencio y se inclinó para empezar a recoger los pedazos de vidrio.
El silencio llenó la habitación, solo interrumpido por el sonido de los cristales al chocar dentro del recogedor.
David la observaba. Había algo en ella que no lograba descifrar. No mostraba ni un atisbo de admiración, ni emoción por tener frente a ella a quien muchos consideraban una estrella.
Solo serenidad, concentración… y una inexplicable calma que lo descolocaba.
—Gracias por venir tan rápido —murmuró él, mientras ella terminaba de limpiar.
—Solo hago mi trabajo, señor —respondió sin levantar la vista.
Cuando terminó, dejó el recogedor a un lado y se dirigió hacia la puerta.
—Si no necesita nada más, me retiro. Que tenga buena noche.
David la siguió con la mirada.
Antes de que la puerta se cerrara, alcanzó a decir:
—Señorita… —ella se detuvo un instante, pero no se volvió—. Gracias.
Ella solo asintió y salió, dejando tras de sí un leve aroma a jabón y flores.
David quedó sentado en el borde de la cama, con la toalla aún en la cintura y la mirada perdida en el punto donde ella había estado segundos antes.
No entendía por qué aquella mujer lo dejaba pensativo, inquieto, con la sensación de que algo en ella rompía la rutina sin siquiera proponérselo.
El silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez no era de descanso… sino de curiosidad.
Y sin saberlo, ambos acababan de abrir la puerta a algo que apenas comenzaba.
Su apoyo me motiva muchísimo a seguir escribiendo y avanzando con esta historia. ¡Gracias de corazón por acompañarme en este camino! ✨