Detrás de la fachada de terciopelo y luces neón de una Sex Shop, un club clandestino es gestionado por una reina de la mafia oculta. Bajo las sombras, lucha por mantener su presencia dentro de los magnates, así como sus integridad de quienes la cazan.
¿Podrá mantenerse un paso adelante de sus depredadores o caerá en su propio juego de perdición y placer?
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Declaración de Guerra
El hombre llegó hasta donde estaba Eleanor, con una seguridad inquebrantable, mientras jugaba con la pistola aún humeante en su mano. La diferencia de estatura entre él y ella era abismal, como un lobo y un conejo, aunque la joven no era precisamente una criatura indefensa.
—Bienvenido seas, Kiam—comentó con completa ironía la joven líder.
El nombre resonó en el silencio, llevando consigo un peso de historia y rencor que muchos en la sala conocían bien. Estaban bajo el ojo de todos, incluyendo Julian, quien luchaba por mantenerse al margen. Como agente de policía infiltrado, sus instintos gritaban peligro. No podía estar seguro de las intenciones de ese desconocido que parecía de todo menos amigable, pero la presencia del arma le obligaba a mantenerse en alerta máxima.
Kiam, por su parte, mantenía los ojos fijos en Eleanor. No hablaba, no expresaba nada, su respiración apenas era audible. Su rostro, bien pulido y de facciones marcadas, ocultaba bajo la sombra de su cabello unos hermosos ojos negros; el izquierdo, sin embargo, estaba adornado por una marca profunda que cruzaba la ceja y parte de la mejilla, junto a lo que parecían viejas quemaduras. A pesar de todo, conservaba una belleza peligrosa y perturbadora. Era un rostro de cicatrices, evidencia de batallas perdidas y ganadas.
—Qué mierda haces acá, maldita sabandija— espetó Eleanor con furia en un susurro gélido, acercándose un paso—Solo intenta hacer algo, y te juro que acabaré con tu otro ojo.
Era una amenaza cruda y una clara referencia a un pasado violento que ambos compartían, una historia de la que la joven no había salido ilesa. Kiam dibujó una mueca que simulaba una sonrisa, llena de resentimiento.
—Vine a reclamar lo que me pertenece por derecho— dijo en voz baja mientras ponía un cigarrillo entre sus labios. Uno de sus hombres, un mastodonte silencioso, le encendió el fuego con un rápido movimiento. Kiam succionó con fuerza y luego arrojó todo el humo directamente sobre la cara de Eleanor.
Ella tosió por el intenso olor a tabaco, su elegancia momentáneamente interrumpida.
—Hace mucho tiempo dejaste de ser un Sterling. No pretendas exigir cosas que ya no tienen nada que ver contigo.
El hombre sostuvo el cigarrillo con la boca y, con una rapidez brutal, tomó con fuerza el cuello de la mujer, alzándola ligeramente del suelo. Eleanor golpeó con rabia su musculoso brazo, buscando desesperadamente la liberación, pero su fuerza no era rival para la de él. El resto de los invitados se quedaron paralizados, aterrados por el despliegue de violencia.
—Mira, Eleanor, estoy siendo muy paciente hoy, ¿sí? Estoy de buen humor, no me arruines el ánimo— siseó Kiam, apretando su agarre—Solo sé una niña buena y vete a jugar a ser la jefa en otra parte.
—Púdrete, Kiam. Antes muerta que doblegarme—dijo con la voz apenas audible por la asfixia.
La expresión de Kiam se oscureció. Dio un último sorbo al cigarrillo antes de tirar la colilla al suelo con desprecio.
—Entonces despídete de todos aquí y ahora— comentó, apuntando el arma aún en su mano directamente sobre la frente de Eleanor.
Ella no se movía, pero sus manos sudaban frío y temblaban ligeramente. ¿Tenía miedo de morir? La respuesta era un resonante sí. No era la primera vez que se encontraba en este tipo de aprietos, pero esta rivalidad era diferente. Esta escena, Kiam apuntándola, ya la había vivido. El recuerdo del primer disparo, aquel que la sentenció a un coma de varios años, reapareció. El dolor y la impotencia regresaron con una fuerza abrumadora. Se obligó a reaccionar, a protegerse, pero la memoria traumática había paralizado su cuerpo.
La boca del cañón rugió como un león, y el tiempo pareció detenerse. Inconscientemente, Eleanor cerró los ojos, esperando el calor del impacto.
Pero nunca llegó.
Al abrirlos, se encontró con una mano fuerte que se extendía desde atrás, apretando con furia la muñeca de Kiam. Ella giró levemente su cuello para toparse con la presencia de Julian. El agente, actuando por puro instinto de servicio y su deber de prevenir un asesinato, había logrado desviar la pistola en el último microsegundo. La bala impactó contra el techo con un estruendo seco, haciendo llover polvo de yeso sobre los tres.
Julian maldijo para sus adentros. Ahora había llamado la atención de todos, pero no permitiría que su ascenso asegurado en el departamento policial se viese arruinado por la aparición de Kiam.
—No sé quién eres. Ni tampoco me importa. Pero no le pondrás un dedo encima a ella—desafió, obligando a Kiam a soltar a Eleanor mientras retenía con todas sus fuerzas la mano con el arma.
La joven se liberó y, en un movimiento cargado de la gracia y precisión de un asesino, preparó el puñal que había tomado del propio Julian. Kiam, absorto en la lucha por el arma, no se percató del momento exacto en que Eleanor lo atravesó con una estocada certera y profunda en el costado del abdomen. De su vientre empezó a brotar sangre como un manantial. Los guardaespaldas iban con todo contra ella, pero su jefe los detuvo.
—Eres una maldita oportunista—se quejó Kiam, soltando el arma al suelo.
Todos estaban en shock, incapaces de procesar la rapidez de los acontecimientos. Eleanor apartó a Julian de su camino con un empujón y se aproximó al malherido Kiam. Lo tomó por la corbata y lo acercó con una fuerza sorprendente, hasta que sus narices quedaron rozándose.
—Te quiero muerto, Kiam. Los dos no podemos vivir en el mismo mundo. Y créeme que no estoy dispuesta a dejarte las cosas fáciles. Al menos ten un poco de decencia y lárgate. Estás arruinando mi glamurosa alfombra roja. ¡Ay! No… lo olvidaba. Una bestia salvaje como tú que solo resuelve las cosas matando a los demás no puede ser decente… escúchame bien. Si tanto quieres recuperar lo que, según tú, te pertenece, ven aquí y enfréntate contra mí en el sistema de apuestas—Susurró el desafío directamente a su oído—¿O es que acaso tienes miedo?
Kiam, a pesar del dolor y la sangre, rió. Con un gesto repulsivo, sacó su lengua para lamer con frialdad el labio de Eleanor.
—Yo no tiemblo cuando me apuntan con un arma, campesina. Sé contra quién me enfrento. Yo también sé apostar. Que seas una maniática ninfómana adoradora del dinero no me va a intimidar
Eleanor lo abofeteó con un sonido seco, haciendo resonar el golpe en el silencio. Luego, con un gesto a sus hombres, exigió que Kiam fuera escoltado fuera del club para que fuera atendido, o se desangrara, le daba igual.
Cuando el portón finalmente se cerró y el último rastro de Kiam desapareció, Eleanor se enderezó. Su vestido estaba manchado de sangre, pero su dominio era absoluto. Se dirigió a la multitud, que seguía en un silencio sepulcral, y sus palabras restablecieron el orden.
—Algo mucho peor les pasará a ustedes si se atreven siquiera a pensar en hacer algo contra mí o la familia Sterling. ¡A disfrutar, pues! Ahora es que empieza la noche. ¿Dónde está la música?
Eleanor chasqueó los dedos y, como por arte de magia, la música de la fiesta regresó, alta y estridente.