Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capítulo 13: Los demonios del apellido Zhao
La mañana estaba gris. El cielo de Shanghái amanecía cubierto por una capa densa de nubes, como si el sol se negara a salir del todo. El aire era húmedo y helado, típico de finales de otoño: ese frío que se colaba por la ropa y obligaba a encender calefactores en todas las oficinas de la ciudad.
En el despacho de Zhao Lian, el aire olía a cuero, tabaco y café recién hecho. Sobre la mesa se extendían informes, contratos y carpetas con sellos oficiales. Todo estaba ordenado al milímetro, como siempre. Lian revisaba los documentos en silencio, con la mirada fija y los dedos tamborileando contra la mesa de madera oscura.
La puerta se abrió tras un golpe seco.
El asistente apenas alcanzó a anunciarlo:
—Joven maestro, el señor Zhao Rui ha venido a verlo.
Lian levantó los ojos despacio, sin sorpresa.
—Déjalo pasar.
Zhao Rui entró con paso seguro, impecable en un traje azul marino a medida. En contraste con Lian, que vestía negro sobrio, Rui proyectaba elegancia llamativa, casi teatral. Llevaba en la mano un maletín de piel y en la otra, un cigarro que aún no encendía.
Los dos hermanos compartían la misma sangre, pero a simple vista parecían opuestos. Lian, con su aura fría, militar, el porte de alguien que había sobrevivido a la guerra corporativa y a algo más violento todavía. Rui, con una sonrisa torcida, el aire calculador de un hombre que prefería las intrigas financieras antes que ensuciarse las manos.
—Hermano —saludó Rui, inclinando apenas la cabeza con un gesto que no escondía el veneno—. Qué ocupado se te ve últimamente.
Lian lo observó en silencio unos segundos. No se levantó, ni sonrió. Solo encendió un cigarro y lo sostuvo entre los labios, exhalando despacio antes de hablar.
—No creí que tendrías el descaro de presentarte aquí.
Rui sonrió más, acomodándose frente al escritorio sin esperar invitación.
—Solo vengo a conversar. ¿O acaso tengo que pedir cita para ver a mi propio hermano?
—Tú y yo no conversamos —respondió Lian, grave, con ese tono bajo que hacía vibrar el aire—. Tú vienes a husmear.
El silencio cayó pesado entre los dos. El tic-tac del reloj de pared marcaba el ritmo de la tensión. Rui abrió el maletín con calma y sacó unos papeles. Los deslizó sobre el escritorio, sin apartar la mirada de Lian.
—Proveedores, contratos de seguridad, licitaciones. ¿Te suenan? —preguntó con falsa cordialidad—. Digamos que algunas cosas han llegado a mis manos.
Lian no bajó la vista. No necesitaba mirar los papeles para saber qué contenían. Lo que le interesaba estaba en los ojos de Rui.
—¿Buscas provocarme? —dijo al fin, soltando el cigarro en el cenicero—. Porque si es así, te falta valor para admitir lo que haces a escondidas.
Rui rio bajo, un sonido áspero que no tenía nada de humor.
—Siempre tan directo. No todos somos brutos, Lian. Hay batallas que se ganan con un arma más poderosa que las balas: la información.
Los labios de Lian se curvaron en una mueca apenas perceptible.
—Y las guerras se pierden cuando subestimas al enemigo.
La voz grave, el brillo oscuro en sus ojos, la calma peligrosa de un depredador que no necesita gritar para imponer miedo. Rui lo supo: Lian estaba midiendo cada movimiento, cada palabra, como quien decide si dispara ahora o espera a tener al rival de rodillas.
El aire entre los dos era puro filo.
Cuando Rui salió del despacho, el aire seguía cargado con su perfume caro y esa arrogancia disfrazada de cordialidad. Lian no se movió de inmediato; permaneció de pie tras el escritorio, con la espalda recta, procesando lo que acababa de ocurrir.
Su secretario entró en cuanto la puerta se cerró. Era un hombre de confianza, uno de los pocos que conocía de cerca los enredos de la familia.
—Joven maestro —dijo con cautela—, parece evidente que el señor Rui intenta usar la empresa familiar para socavar su posición.
Lian alzó apenas la mirada, sus ojos oscuros, serenos.
—Evidente… pero predecible. Rui cree que esa compañía lo hace poderoso.
—¿No deberíamos responder en la junta? —preguntó el secretario.
Lian negó despacio, sin perder la calma.
—No. Si peleo en el mismo tablero que él, me arrastro a su terreno. Y yo no juego en terreno ajeno.
El secretario frunció el ceño.
—Entonces… ¿qué piensa hacer?
Lian caminó hacia la ventana. La ciudad, envuelta en neblina, se extendía a sus pies como un tablero infinito de acero y concreto.
—Rui solo conoce el negocio familiar: bienes raíces, licitaciones menores, proveedores locales… Su mundo es pequeño. Cree que con unos papeles filtrados puede hacerme sangrar.
Se giró, con una media sonrisa helada.
—Lo que no entiende es que mi verdadero poder no está en esas oficinas… sino en mi propia empresa.
El secretario asintió de inmediato, comprendiendo. Lian no solo dirigía los negocios Zhao; había fundado y levantado su propio conglomerado de seguridad y tecnología militar, con contratos internacionales, alianzas con gobiernos extranjeros y proyectos que ninguno de sus hermanos podía tocar.
—Elija: ¿quiere que mueva los contactos en el ministerio de defensa o en la bolsa internacional? —preguntó el secretario con seriedad.
Lian lo observó con esa mirada que no admitía errores.
—En ambos. Rui quiere demostrarle a los inversores que soy débil en la empresa familiar… bien. Yo voy a demostrarles que incluso si esta empresa se hundiera mañana, yo seguiría siendo intocable.
Guardó silencio unos segundos más, midiendo cada palabra.
—Prepara una reunión discreta con nuestros aliados en Pekín. Y asegúrate de que la prensa reciba una “filtración accidental”: un adelanto de nuestro próximo proyecto armamentístico.
El secretario lo miró sorprendido.
—Eso desviará toda la atención de las filtraciones de Rui…
—Exacto. —Lian volvió a su escritorio y tomó los papeles que Rui había dejado, sin siquiera mirarlos—. Cuando intentes derribar a alguien, nunca uses tu mano. Haz que el mundo entero se encargue de aplastarlo por ti.
El asistente bajó la cabeza, reconociendo esa mezcla letal de frialdad y genialidad.
En silencio, Lian dejó los documentos sobre la mesa y los deslizó hacia el cesto metálico. No valía la pena leerlos. No le interesaba lo que Rui había robado.
Rui había declarado la guerra.
Y Lian… lo dejaría jugar.
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(POV: Yuwei)
Me desperté casi a las diez, con la cabeza doliéndome como si un martillo me golpeara desde dentro. La boca seca, los ojos pesados. Todo me daba vueltas.
Me quedé mirando el techo unos segundos, intentando ordenar mis recuerdos de anoche.
El restaurante, el licor, sus manos sujetándome cuando ya no podía caminar recto… y después… su cama, su cuerpo encima del mío, sus labios tan cerca que pensé que esta vez sí…
Me mordí el labio, frustrada.
¿Por qué siempre era así? A veces me besaba con una posesividad que me dejaba temblando, me hacía sentir suya sin siquiera decirlo. Pero justo cuando yo intentaba dar un paso más, cuando creía que ya lo había atrapado, se apartaba. Como si fuera contradictorio, como si él también peleara contra algo dentro de sí.
—Maldito tío… —murmuré, enterrando la cara en la almohada.
En mi vida anterior, jamás lo miré así. Para mí solo era el hombre que me adoptó, el que me controlaba, el que me cortaba la libertad. Lo veía como una jaula con traje, como alguien que estaba empeñado en arruinarme la vida.
Ahora… ahora era distinto.
Quizás porque dejé de estar cegada por Yifan, porque ya no tragaba sus mentiras ni sus promesas baratas. Quizás porque por fin abrí los ojos y entendí que ese hombre —mi “salvador” de antes— nunca fue más que un traidor.
Y fue entonces cuando lo vi realmente a él.
El hombre que siempre estuvo detrás, cuidando cada uno de mis pasos, aunque yo me rebelara como una idiota. El hombre que no me soltó ni siquiera cuando lo traicioné una y otra vez.
Y ahora… lo veía diferente. Con otra luz. Y esa luz me estaba quemando.
Me pasé una mano por la cara.
—Qué ridículo, Yuwei… —me dije a mí misma.
Pero era la verdad. Lo deseaba. No era solo atracción, no era solo curiosidad. Era algo más fuerte, un anhelo que no me dejaba respirar.
Lo peor era esa frustración: creer que podía tenerlo, que con una sonrisa provocadora bastaría… y encontrarme con que no era tan fácil.
Con que él no me daba toda su confianza.
Con que todavía me veía como esa niña que un día eligió a otro hombre antes que a él.
Me dolía. Me hervía por dentro.
Cerré los ojos, apretando los puños contra las sábanas.
—Esta vez no voy a rendirme —susurré, con la voz ronca de la resaca.
Porque si en mi otra vida fui una ciega idiota, en esta quería abrirle los ojos a él.
Quería que dejara de verme como su sobrina, como la niña que crio.
Quería que me viera como lo que soy ahora: la única mujer que no piensa volver a escapar de él.