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Mariá: Entre Dos Amores

Mariá: Entre Dos Amores

Status: Terminada
Genre:Romance / Fantasía / Comedia / Hombre lobo / Romance paranormal / Harén Inverso / Completas
Popularitas:38
Nilai: 5
nombre de autor: FABIANA DANTAS

MonteSereno es un pequeño pueblo rodeado de montañas, tradiciones y secretos. Mariá creció bajo la mirada severa de un padre que, además de alcalde, es el símbolo máximo de la moral y de la fe local. En casa, la obediencia es la regla. Pero Mariá siempre vio el mundo con ojos diferentes — una sensibilidad que desafía todo lo que le enseñaron como “correcto”.

La llegada de los hermanos Kael y Dylan sacude las estructuras del pueblo… y las de ella. Kael, apasionado por los autos y el trabajo manual, inaugura un taller que rápidamente se convierte en la comidilla entre los habitantes. Dylan, en cambio, con su aire de CEO y su control férreo, dirige los negocios de la familia con frialdad y encanto. Nadie imagina el secreto que ambos cargan: un linaje ancestral de hombres lobo que viven silenciosamente entre los humanos.

Pero cuando los dos lobos eligen a Mariá como compañera, ella se ve dividida entre la intensidad de Kael y el magnetismo de Dylan. Mariá se encuentra entre dos mundos — y entre dos amores que pueden salvarla… o destruirla para siempre.

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Capítulo 7

Mariá

Las palmas, las risas, las miradas brillantes... Todo debería calentarme, hacerme sonreír aún más. Y, por algunos instantes, lo hace. Mi corazón se aprieta, y las lágrimas simplemente comienzan a caer. Ni siquiera sé explicar el motivo. Solo... siento.

Es la cosa más linda, más verdadera que presencio. La forma en que hablan, la simplicidad, el coraje, la forma en que acogen a ese chico...

Pero, de repente, todo comienza a quedar sofocado. Las voces, los sonidos, las luces... todo desaparece, como si me estuvieran arrancando de aquí, empujando lejos de esta realidad que, por algunos minutos, me pareció perfecta.

Y lo estoy realmente. Mi madre agarra mi muñeca con fuerza y me jala, apresurada.

—Vamos, Mariá. — Su voz suena dura, afilada.

—Pero... ¿por qué? ¿Ya? — Intento resistir, trabando los pies en el suelo. — Yo... yo solo quería...

Mi padre, que sigue algunos pasos adelante, se gira abruptamente. Sus ojos me taladran como láminas. Es esa mirada. Esa mirada que conozco desde que tengo uso de razón. La mirada que no acepta ser desafiada.

—Esos Moraes son dos mocosos alborotadores. Vinieron para acá para perturbar el orden. — Su voz está cargada de rabia. — Y están muy engañados si creen que van a hacer eso en MonteSereno. Y tú, Mariá, te vas a quedar bien lejos de ellos. Mañana mismo hablo con el pastor, con el consejo, con quien sea necesario. Este negocio de ellos no dura. No mientras yo esté aquí.

Siento mi pecho cerrarse, mi corazón dispararse.

—Papá... ellos no son así. El señor debería al menos...

Ni siquiera termino. Su mirada me calla. Una mirada que pesa, que amenaza, que sofoca.

Trago saliva, siento las manos temblar. Mi madre aprieta aún más mi muñeca, como si quisiera arrancar mi voluntad a la fuerza.

Él se gira y se va caminando, decidido, y mi madre me arrastra junto.

Pero mis ojos... ah, ellos no obedecen. Se vuelven, desesperados, buscando. Y ahí están ellos.

Kael y Dylan.

Sonriendo, conversando, llenos de vida, llenos de esperanza... ni siquiera imaginan que una tempestad se forma justo encima de ellos.

Mi pecho se aprieta tanto que parece que va a estallar. Mi corazón late fuerte, acelerado, como si quisiera salir por la boca. Yo no puedo... no puedo dejar que esto suceda.

Y entonces, lo veo.

Léo.

Allí, algunos pasos adelante, conversando animado con su padre. La forma en que ese hombre lo abraza, con tanto orgullo, me hace sonreír en medio de las lágrimas. Es lindo. Es correcto. Él tiene algo que puede llamar victoria.

Y es ahí que me doy cuenta: él es la clave.

Mientras mi madre me jala, el padre de Léo se distrae ajustando algo. Es la brecha perfecta.

Mientras pasamos, susurro urgente:

—Avisa a los dos... mi padre quiere arruinar todo. Por favor... avisa.

Léo se congela. Sus ojos se agrandan, la sonrisa desaparece. Él me mira, atónito, como quien no sabe si escuchó bien. Yo apenas bajo la cabeza, y sigo.

Mi cuerpo es arrastrado, pero mi mente... mi mente implora.

“Por favor, Dios... que él haya entendido...”

Miro una última vez hacia atrás. Veo a Léo parado, mirándome. Y, además de él, los hermanos... tan felices, tan ajenos a lo que se aproxima.

Una lágrima caliente cae. Cierro los ojos, aprieto los puños, intentando contener el nudo que sube en la garganta.

—Si tú no puedes ser feliz, Mariá... — me susurro a mí misma, casi sin voz — ... que al menos los otros lo sean.

Y así dejo que mi cuerpo sea llevado. Pero mi alma... mi alma se queda.

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