Un grupo de extraños, atraídos por razones misteriosas a un pueblo olvidado en las montañas, descubre que el lugar oculta más de lo que parece. El pueblo, en apariencia inofensivo, está marcado por una tragedia oscura de la que nadie habla. Poco a poco, cada miembro del grupo comienza a experimentar visiones y fenómenos que erosionan su sentido de la realidad. Mientras luchan por descubrir si todo es producto de sus mentes o si una entidad maligna acecha, enfrentan la posibilidad de que quizá nunca podrán escapar de lo que desataron.
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Capítulo 7: Ecos de lo Prohibido
El aire en el laberinto era más pesado que antes, como si el lugar mismo hubiera absorbido los temores que Erika y Tomás enfrentaron. Los fragmentos del espejo roto permanecían en el suelo, pero ya no reflejaban nada, ni siquiera la tenue luz que aún lograba filtrarse desde alguna fuente indeterminada.
—Deberíamos seguir —dijo Tomás, su voz sonaba baja, casi susurrante—. No quiero quedarme cerca de ese espejo por más tiempo.
Erika asintió, aunque sentía que el espejo roto aún los observaba, incluso en su estado fragmentado. Se alejaron en silencio, adentrándose más en el oscuro laberinto, conscientes de que, aunque habían logrado escapar de una trampa, no estaban ni cerca de estar a salvo.
Cada paso parecía resonar en las paredes de piedra, como si el mismo laberinto estuviera amplificando sus movimientos. La oscuridad se hacía más densa a su alrededor, y el eco de sus pisadas se mezclaba con susurros lejanos que no podían identificar del todo.
—¿Lo escuchas? —preguntó Tomás, deteniéndose de repente.
Erika se quedó quieta, agudizando su oído. Al principio, solo podía escuchar el latido acelerado de su propio corazón. Pero entonces, un murmullo bajo y gutural llegó a sus oídos, casi como un canto. Las palabras eran ininteligibles, pero había algo hipnótico en ellas, algo que la empujaba a seguir avanzando hacia la fuente.
—Sí —respondió, su voz apenas un susurro—. Viene de esa dirección.
Ambos caminaron hacia el sonido, sus pasos más lentos ahora, como si algo en el aire los obligara a avanzar con cautela. El laberinto parecía transformarse a medida que se acercaban a la fuente de los murmullos. Las paredes de piedra se volvían más estrechas, y el suelo bajo sus pies parecía moverse, como si algo en las sombras los observara desde abajo.
Finalmente, llegaron a una abertura en la pared. Era un arco de piedra, antiguo y cubierto de musgo, que parecía llevar a una sala aún más oscura. El canto provenía del otro lado, más fuerte y más claro.
—No me gusta esto —dijo Tomás, mirando el umbral con desconfianza—. Lo que sea que esté ahí, no es bueno.
—Pero tenemos que seguir —replicó Erika, aunque no podía negar el nudo en su estómago. Algo en esa sala la llamaba, pero no era una llamada amigable. Era como si algo oscuro y prohibido los estuviera atrayendo, algo que debería haber permanecido oculto.
Entraron al cuarto.
La sala era diferente a cualquier otra parte del laberinto. En el centro había un altar de piedra negra, cubierto de símbolos tallados que brillaban débilmente con una luz rojiza. Alrededor del altar, docenas de espejos de diferentes tamaños colgaban de las paredes, todos alineados para reflejar el altar desde distintos ángulos. Y en el centro del altar, había un libro. Un libro grueso y antiguo, cubierto de polvo y telarañas.
El murmullo provenía del libro.
—Eso no es un buen augurio —murmuró Tomás, dando un paso hacia atrás—. No deberíamos estar aquí.
Erika, sin embargo, no pudo apartar la mirada del libro. Había algo en él que la atraía, una sensación de conocimiento prohibido que la instaba a abrirlo. Pero sabía que no debía. Todo en su ser le decía que no lo tocara, que ese libro contenía algo más allá de lo que podían comprender.
—No lo toques —advirtió Tomás, como si hubiera leído sus pensamientos.
Pero era demasiado tarde. La mano de Erika ya estaba extendida hacia el libro. Apenas lo rozó, el murmullo se convirtió en un grito ensordecedor, y los espejos alrededor de la sala comenzaron a temblar violentamente. El aire se llenó de una fuerza invisible que los empujó hacia atrás, haciendo que ambos cayeran al suelo.
El libro se abrió por sí solo.
Las páginas pasaron rápidamente, como si una fuerza invisible las hojeara, hasta que se detuvieron en una página en particular. El canto gutural se hizo más fuerte, llenando la sala con una energía oscura que vibraba en sus huesos. En la página abierta, un símbolo antiguo y retorcido comenzó a brillar en un tono rojo intenso, pulsando como un corazón latente.
—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Tomás, intentando levantarse.
Pero algo los mantenía atrapados. El altar, los espejos, el libro... todo parecía estar conectado, como si hubieran activado algún tipo de ritual oscuro al tocar el libro. Erika intentó retroceder, pero sus pies estaban pegados al suelo, como si algo invisible la estuviera sujetando.
Entonces, de los espejos comenzaron a surgir figuras. Eran sombras humanoides, deformes y retorcidas, sus rostros completamente vacíos, sin ojos ni boca. Se arrastraban fuera de los espejos, moviéndose hacia Erika y Tomás con lentitud pero con una intención clara.
—¡No, no, no! —gritó Tomás, tirando de Erika con todas sus fuerzas, pero ella no podía moverse.
Las figuras se acercaban más, sus cuerpos retorcidos moviéndose de manera antinatural. Erika intentó gritar, pero su voz no salía. Sentía una presión en su pecho, como si algo la estuviera ahogando desde adentro.
Y entonces, el símbolo en el libro brilló aún más intensamente, proyectando una luz roja sobre las figuras que avanzaban. Por un momento, las sombras se detuvieron, como si la luz las hubiera frenado. Pero no fue por mucho tiempo. La luz comenzó a desvanecerse, y las figuras retomaron su avance, más rápidas y más decididas que antes.
—¡Erika! —gritó Tomás, forcejeando—. ¡Haz algo!
Con el último vestigio de su fuerza, Erika levantó la mano hacia el libro, intentando cerrarlo. Pero el libro no se cerraba. Era como si una fuerza invisible lo mantuviera abierto, obligándolos a enfrentarse a las consecuencias de haberlo despertado.
En ese momento, una de las sombras se abalanzó sobre Tomás, y el grito que salió de su garganta fue desgarrador. La sombra lo envolvió, y su cuerpo se convulsionó antes de ser arrastrado hacia uno de los espejos.
—¡No! —gritó Erika, viendo cómo su amigo desaparecía dentro del reflejo, su imagen distorsionada y finalmente consumida por la oscuridad.
Las otras sombras se acercaron a ella, y Erika supo que su destino no sería diferente al de Tomás si no actuaba rápido.
Con un último esfuerzo, gritó a todo pulmón, poniendo todas sus fuerzas en empujar la tapa del libro. El altar tembló, y finalmente, el libro se cerró con un estruendo. El grito gutural cesó instantáneamente, y las sombras se desvanecieron en el aire, como si nunca hubieran estado allí.
Erika cayó al suelo, jadeando y temblando. La sala estaba en silencio, pero el eco del terror que acababa de experimentar permanecía grabado en su mente.
Tomás había desaparecido.
Se levantó tambaleante, mirando los espejos alrededor. Su reflejo la miraba desde cada uno de ellos, pero no había señales de Tomás. El libro y el altar seguían allí, como un recordatorio de lo que acababa de suceder.
Y entonces lo comprendió. El laberinto no solo jugaba con sus miedos, sino también con sus decisiones. Y había cometido un error que no sabía si podría enmendar.
Pero no tenía otra opción.
Erika dio un último vistazo a los espejos antes de salir de la sala. La oscuridad aún la seguía.
con tal no le pase nada
Desde el primer instante me tiene al filo de la butaca.
Solo una duda que pasa con el hermano de Erika desde el momento en en qué liberan al ser de luz deja de salir en la trama del libro.
Y que pasa con los compañeros que van con Erika a la expedición.