Sofia acaba de divorciarse luego de un matrimonio tranquilo en el que la falta de comunicación entres ella y su exesposo Erik los llevo al divorcio. En esta etapa de su vida ella decide renacer y hacer todas esas cosas que nunca hizo por lo que primero empieza con un nuevo trabajo.
Alessandro es el nuevo jefe de Sofia, el ayuda a la mujer a mejorar cada día mientras que poco a poco se va acercando a ella con el fin de no dejarla jamás.
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capitulo 18
Sofia:
Siento el momento exacto en que todo se congela para Alessandro y su cuerpo se vuelve rígido.
Sin estar muy segura a cómo proceder, me muevo hacia su frente y tomo su cara entre mis manos, espero a que sus ojos desorbitados den con los míos y entonces lo beso.
Por un momento no responde y desespero, sé que no está bien, pero supongo que distraerlo sería lo mejor. Lo peor es que no lo estoy logrando, eso pienso hasta que su agarre se hace notar en mi cintura y su boca devora la mía. Ahora la que está sin aliento soy yo, pero bien gustosa.
Apoyo mis manos en sus formido pecho y me aparto lentamente, su cálida mirada sigue mis movimientos. Le sonrío tratando de adivinar si esta mejor y cuando me devuelve la sonrisa siento un enjambre de mariposas en mi estómago. Es eso o de pronto me dio gases.
Mariposas, seguro que es eso, no me gustaría estar pedorreándome en frente de semejante hombretón todo sexi y yo de guarra.
—¿Qué te parece si mejor vamos a un almacén? Hay una verdulería y carnicería a unas cuadras de aquí que tiene buenas ofertas, además de que todo es bien fresco —propongo.
—Pero necesitas cosas que hay aquí... —murmura tomando mis manos, enfocando su mirada en la mía.
—Cosas que puedo conseguir en el almacén y hay menos gente que aquí —mencionó.
—¿Segura? —pregunta.
—Si, ya acordamos paso a paso y este lugar seria la prueba final, no lo pensé antes, pero creo que es mejor comenzar con algo menos concurrido —le sonrío para trasmitirle confianza y mira sobre mi hombro, un escalofrió recorre su cuerpo, tomo nuevamente su cara para que me vea a mi—. Vemos —el asiente y volvemos nuestros pasos para dirigirnos a la verdulería que había mencionado.
Al llegar el calvario de la gente regateando precios es de otro planeta. Me quedo boquiabierta cuando veo una abuelita enfundar su puño en frente del vendedor retándolo a un precio más acorde a sus bolsillos.
—Creo que definitivamente no encontraremos un lugar tranquilo en kilómetros —murmuro viendo como dos mujeres se pelean por una sandia.
—¿Segura que esto es legal? —pregunta el sorprendido al igual que yo.
—Te prometo que sí, no recuerdo que se arme este tipo de enfrentamientos —murmuro para que solo el me escuche.
—Bien, ¿Tomamos una cesta? —lo veo adentrarse a la batalla campal y yo lo sigo inmediatamente, si necesita que lo proteja con todo mi ser pues lo hare.
—Bien...
Entramos y mientras elegimos nuestras frutas y verduras nadie se percata de mi presencia, pero si la de mi gruñón, con semejante tamaño es inevitable que pase desapercibido. Las mujeres que pelean por la sandía dejan su lucha para echarle una buena ojeada y enseguida me interpongo en su campo visual, las miro mal. Descaradas desubicadas mirando lo que es mío.
Para mi completo asombro el comienza a discutir del mismo modo que la anciana con el vendedor por un precio mejor por lo que ha cargado. No tengo la menor idea de en qué momento a elegido todo lo que tiene dentro de la cesta. Supongo que ser su escudera me lleva a evaluar su alrededor y no ver lo que hace.
Lo mejor de todo es como sonríe feliz cuando voltea con la compra ya lista. Señalo la carnicería y mir hacia donde indico para que en dos pasos suyos y cuatro míos estar frente al mostrador eligiendo la mejor pieza de carne magra.
Mi gruñón vuelve a discutir con el carnicero mientras yo espanto las moscas que estudia su mercancía trasera como si estuviera a la venta. Inmediatamente me coloco detrás de el para nuevamente tratar de proteger la retaguardia de mi enorme gruñón.
Todas las moscas se sonrojan al mismo tiempo y cuando volteo lentamente me encuentro con la mirada de mi gruñón.
—¿Listo? —pregunto amablemente, tratando de que solo se enfoque en mí.
Su sonrisa genuina le cubre toda la cara mientras asiente. Como si se tratara de una procesión, se abre un camino entre las personas para dejarnos pasar mientras Alessandro parlotea como niño en juguetería.
—Hace más de diez años que no compraba nada —dice causando nuevamente una fuerte impresión en mi—. Se sintió bien, ¿Dónde vamos ahora? —pregunta y solo puedo responder igual de emocionada que el al poder ser parte de este gran salto suyo.
—El almacén está en la esquina, necesito comprar algunas cosas de higiene personal —murmuro.
—Bien, supongo que ahí no podremos discutir los precios —dice cargando con las bolsas de frutas, verduras y carne fresca.
—No, pero podemos elegir las mejores opciones —digo, lo miro—. Lo llevaste bien.
—Supongo que ver a esas mujeres discutir me hizo sentir un poco de confianza —admite y carga con todas las bolsas en una sola mano para envolverme por los hombros con la libre—. Que estes aquí también ayuda —finaliza y planta un beso en mi cabeza que me hace sentir un calor en las mejillas.
Pasamos el resto del día entre mi casa y la suya, después de todo él se merecía mi ayuda luego de que me diera la suya. La única diferencia radicaba en que su departamento este muchísimo mejor ordenado que el mío y al final del día solo nos acurrucamos en el sillón de su sala para ver unas películas.
—¿Quieres quedarte? —pregunto cuando los créditos de la última película cubren la pantalla de mi sala.
—En otro momento —dice y reprimo un puchero.
Paso a paso, debo recordármelo a cada momento.
Lo acompaño hasta la puerta de mi casa y cuando me toma de la cintura de forma sorpresiva, suelto un gritito de júbilo que rápidamente es silenciado por sus suabes labios.
El beso me roba el aliento como cada vez que lo hace en tan poco tiempo y cuando por fin me suelta es evidente la excitación que surca nuestros cuerpos. Muerdo mis labios para no volverme una vulgar mujer al sentir su grosor rozar mi vientre.
—¿Que harás mañana? —pregunto.
—Pasare el día en familia —besa mis labios nuevamente y siento la necesidad urgente de verlo hacer esas cosas que prometió.
—¿Por la noche podremos ver una película o dar un paseo? —pregunto sintiendo la urgencia que provoca su pronta ausencia.
—Un paseo estaría bien —dice y se aleja de mi pero no sin antes besar mis manos—. Ocho de la noche, paso por ti —acaricia mi mano y yo le devuelvo la sonrisa—. Ponte algo cómodo —demanda.
—¿Cómodo como qué?
—Zapatillas, ropa holgada, solo daremos un paseo por la costanera —aclara y yo asiento.
Me quedo un momento viendo sus pasos desaparecer en la noche y cuando ya estoy metida en mi cama me cuesta creer el día que he tenido, eso sin mencionar la semana que ha pasado.
Bendito Dios regreso tu inspiración y t reseteaste después con esos días d bloqueos q tuviste felicidades