Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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El Precio del Intento
Los giros incesantes de la silla comenzaron a marear a Balvin, mientras la luz de la lámpara de techo giraba ante sus ojos, creando un ciclo interminable de destellos. El ruido constante del mecanismo irritaba a Agustín, quien, aún con el teléfono en mano, frunció el ceño.
—No tiene marcas... descarto la idea. Vínculos con algún príncipe... Por Lucifer, esto es más complicado de lo que pensé —dijo Agustín con un suspiro antes de detenerse bruscamente. Miró hacia atrás y vio que el brazo de Agustín sujetaba el respaldo con una mano firme. El silencio que siguió entre ellos se prolongó, mientras Balvin evitaba el contacto visual, dirigiendo su mirada hacia la puerta. Unos segundos después, un golpe suave resonó.
La asistente entró con su habitual sigilo, trayendo otra ronda de café. Con movimientos cuidadosos, recogió las tazas vacías, sin atreverse a más que un fugaz vistazo al semidesnudo Balvin. Salió del despacho con la misma discreción, dejando tras de sí una atmósfera densa.
Agustín suspiró, observando a Balvin con una mezcla de exasperación y desaprobación.
—¿Qué haces perdiendo el tiempo? Sigue buscando —espetó Balvin, su voz cargada de impaciencia.
—Podrías ayudar, o al menos no interrumpir —replicó Agustín, en un tono que reflejaba más cansancio que reproche, mientras se incorporaba lentamente y se apoyaba en el respaldo de la silla. Su figura imponente intentaba dominar la situación, pero intimidar a un ser como Balvin era inútil. Ni siquiera los demonios arcaicos habían logrado doblegarlo.
—Continúa, por favor —ordenó Balvin con firmeza. Se levantó de la silla y, al pasar, empujó ligeramente el hombro de Agustín. Luego se dirigió hacia el escritorio mientras Agustín encendía otro puro.
—Recuérdame, ¿por qué es relevante buscar información de mis tatarabuelos? —preguntó Agustín, exhalando una nube de humo. Había pasado años ocultando los secretos de su familia y la idea de desenterrar el pasado le resultaba incómoda.
Balvin rodó los ojos, irritado por la falta de colaboración. Con un gesto rápido, hizo que la silla volviera a su posición y se dejó caer en ella, agotado.
—Mencionaste que un antepasado tuyo hablaba de humanos con poderes mentales. Si provienes de un linaje tan extraordinario, este problema tendría más sentido —explicó Balvin con un dejo de impaciencia.
—¿Y si no es el caso...? —replicó Agustín, con una sonrisa desafiante.
—Aun así tendrías que acompañarme al Limbo —dijo Balvin, masajeándose las sienes como si el peso del asunto lo estuviera consumiendo.
—No me estás entendiendo. Ir al Limbo, donde quiera que quede, no es lo que me preocupa... —comenzó Agustín, con un tono más sombrío.
El puño de Balvin golpeó el escritorio con fuerza, interrumpiéndolo bruscamente.
—¡Entonces sé claro, humano! —gritó Balvin, la frustración agrietando su compostura habitual. Pero antes de que pudiera reaccionar, Agustín ya estaba frente a él, su expresión grave. Balvin sintió un nudo en la garganta; la fría mirada de Agustín lo hizo dudar por un momento.
—Si ya llegamos a un acuerdo, espero que seas igual de claro y no te dejes llevar por tu orgullo. No toleraré que ocultes información, Balvin —la advertencia de Agustín fue tajante.
Balvin tomó aire, controlando su ira mientras una sonrisa ladeada curvaba sus labios. Alzó el mentón, desafiando con una ceja al hombre frente a él.
—¿Me estás amenazando? —murmuró Balvin, cruzando los brazos.
Agustín no parpadeó. —Llámalo como quieras. Solo asegúrate de recordar bien lo que te estoy diciendo.
Sin agregar más, Agustín se dio la vuelta y volvió a revisar los archivos de sus antepasados. Balvin lo siguió con la mirada, fingiendo desinterés mientras hojeaba algunos documentos. Pero, en realidad, estaba concentrado en otra cosa: la extraña sensación en su caparazón cada vez que se acercaba demasiado a Agustín.
‘Tengo suficiente magna para ir y volver del Limbo’, pensó Balvin, mirando a Agustín hablar por teléfono. ‘Si quiero llevarlo conmigo, tendré que recolectar más. El problema es que este humano presiente la actividad de mi caparazón y lo invoca. Quizás no debí recolectar tan cerca de él.’
Balvin se puso de pie, atrayendo la atención de Agustín. Balvin suspiró mientras se dirigía hacia la ventana.
—No dejes de buscar. Recuerda, tiene que ser algún sucesor mínimamente fuera de lo común —dijo Balvin con seriedad. A punto de volverse espectro, Agustín lo sujetó de la muñeca. Se miraron en silencio.
—¿Qué? —preguntó Balvin, zafándose tranquilamente. Agustín tardó en hablar, aunque no iba a decirle que temía que desapareciera por quién sabe cuántos días. Finalmente, se calmó.
—¿A dónde crees que vas? ¿Piensas irte solo? —aunque la voz de Agustín sonó demandante, Balvin reflexionó sobre lo que dijo. Más aún, sobre la relación que le convenía tener con él a partir de ahora.
La respuesta era la misma: llevarse bien y mantener al humano informado, pero sin comprometer su propia posición. Balvin reprimió su ira y mostró autocontrol, girándose hacia Agustín.
—Tenemos que ir juntos al Limbo. Para llevarte conmigo necesito estar fuerte y recargado —afirmó. Agustín lo pensó un momento.
—¿Magna… humano?
—Sí, mucha más —dijo Balvin, conteniendo una risa ante la pregunta y el gesto curioso de Agustín. —No es difícil encontrar grandes candidatos como tú. Volveré para el alba.
Ante la expresión de Agustín, Balvin repitió, por si no lo había entendido.
—Tengo un lugar donde recargarme sin problemas. No necesito tu ayuda.
Balvin se dio la vuelta, pero Agustín fue más rápido al hablar.
—¿De verdad? Porque tengo una oferta que podría interesarte —dijo Agustín, mirando de lado. —¿Qué tal si usas a alguien más para recargarte? Alguien que pueda ofrecerte una fuente constante de energía. Como yo, por ejemplo.
Balvin frunció el ceño, girándose.
—No te he pedido que te ofrezcas. Ya tuve suficientes problemas la última vez.
—Lo sé, por eso me ofrezco. Mi energía es diferente a la de otros, y creo que es justo lo que necesitas. Además, no me arrepiento de lo que ocurrió antes —Agustín se acercó más.
—¿Y qué te hace pensar que confío en ti después de lo que pasó? —dijo Balvin con desconfianza.
—Es pragmatismo. Estás demasiado cerca del límite como para rechazar una oferta que podría resolver tu problema. Además, tal vez descubramos algo nuevo.
—No sugieres esto solo por mí. ¿Qué esperas obtener de esto?
Agustín dio otro paso, su mirada intensa.
—Tengo mis razones. Pero quizás también quiera entender por qué todo se complica cuando estás cerca.
Balvin suspiró, resignado.
—Muy bien. Hagámoslo. Pero si esto sale mal, no me hago responsable de lo que te pase.
—No te preocupes. Esto será diferente.
Balvin se acercó al rostro de Agustín.
—Te estoy dando una oportunidad. No la desperdicies.
—No lo haré —afirmó Agustín.
Balvin, aunque desconfiado, pensó que tal vez descubrirían algo más si repetían lo de aquella noche. Agustín le lanzó su chaqueta, y Balvin la atrapó en el aire, mirando al humano listo para salir.
—Vamos. Iremos a mi departamento.
Salieron de la oficina, rodeados por guardaespaldas de trajes negros, profesionales y discretos. Desde el pasillo hasta el ascensor, la seguridad era indiscutible. La secretaria los acompañó hasta la salida, asegurando que enviaría toda la información de la familia de Agustín a su departamento.
Balvin no estaba sorprendido por su entorno. Ya había estudiado lo suficiente sobre Agustín en la academia. Casi treinta años, hijo único, culto, inteligente. Proveniente de una familia mafiosa con más de seis generaciones. Líder de un grupo criminal en Las Vegas y CEO de algunos negocios heredados de su fallecido padre. Amante conocido por sus fetiches y fiestas nocturnas, entre otras facetas.
Subieron a un auto negro polarizado, donde el chofer, como los demás, solo saludó. Agustín dio la orden y el auto arrancó.
— Entonces, cuéntame más sobre el Magna y el caparazón. Nunca llegué a entender del todo cómo funcionan.
Balvin miró al chofer y luego a Agustín, ajustándose la camisa que le apretaba ligeramente. — El Magna es la energía sexual de la que nos alimentamos los Incubus. Es… esencial para nosotros. Nos da fuerza y mantiene nuestro caparazón en óptimas condiciones.
— ¿El caparazón? —preguntó Agustín mientras encendía un puro—. Me dijiste que es una réplica física exacta de tu cuerpo espectral. ¿Cómo se materializa exactamente?
— Correcto. El caparazón es una forma tangible de nuestro ser espectral. Al hacer contacto con el Magna y sincronizarse con el humano, se crea un enlace. En ese momento, un brazalete, que es parte del caparazón, aparece en la muñeca del humano, y otro en la mía. Estos brazaletes actúan como conductos, permitiendo que la energía vital fluya hacia el caparazón, lo que permite que se materialice.
Agustín lo observó con suma atención, y la intensidad de su mirada comenzó a inquietar a Balvin, quien notó cómo los ojos de Agustín recorrían su cuerpo, desde los labios hasta los muslos. En otra circunstancia, Balvin quizá habría disfrutado la atención, pero el recuerdo de la última vez que se enredaron juntos lo hizo desviar la vista hacia la ventana.
— ¿Y qué sucede durante el acto? —preguntó Agustín, exhalando humo lentamente—. ¿Cómo se recolecta el Magna?
— Durante el acto —respondió Balvin, sin dejar de mirar hacia afuera—, el caparazón absorbe todo el Magna generado. El humano queda en perfectas condiciones después, limpio y recargado. Al finalizar, retiro el brazalete y llevo el Magna al Limbo. Si se hace bien, es un proceso bastante eficiente.
Agustín lo miró con una expresión inquisitiva. — ¿Y no te preocupa que el enlace pueda volverse demasiado fuerte? No es común que un humano mantenga su energía vital intacta después de algo así.
— La compatibilidad es clave —explicó Balvin, volviendo a mirarlo—. Si no hay un equilibrio adecuado, puede haber problemas. Pero, si el enlace se establece correctamente, no debería haber riesgo. Aunque, claro, nunca se puede estar completamente seguro.
Agustín sonrió, jugando con el puro entre sus dedos. — Parece que estás confiado en que esta vez lo haremos bien. Espero que tengas razón.
Balvin arqueó una ceja, manteniendo su tono serio. — No tengo dudas sobre eso. Lo único que me preocupa es tu habilidad para mantener las cosas bajo control. No quiero sorpresas desagradables.
Agustín soltó una ligera risa, provocativa. — Créeme, tengo todo bajo control. Solo asegúrate de que tu parte del trato sea igual de eficiente.
— Lo será —respondió Balvin con firmeza—. Ahora, será mejor que vayamos antes de que sea demasiado tarde.
El auto se detuvo y Agustín lo miró fijamente antes de salir. Balvin, lejos de caer en sus provocaciones, intentaba mantenerse impasible. O al menos, eso pensaba.
Una vez en el dormitorio, Balvin no perdió el tiempo en desvestirse, tirando de Agustín, quien lo miraba con una sonrisa astuta. Las caricias y besos que siguieron fueron como una locura desatada para ambos. Cuando sus bocas se separaron brevemente, Balvin sintió una irritación familiar; odiaba lo bien que Agustín lo hacía sentir, tanto que nublaba su juicio.
— ¿Te vas a preparar solo o esta vez necesitarás mi ayuda? —preguntó Balvin, deslizando sus manos dentro del bóxer de Agustín, masajeando sus glúteos.
Agustín soltó una risa burlona antes de voltearlo y besarle la nuca. — Creo que no estamos entendiendo bien las cosas.
— ¿Eh? —Balvin parpadeó, confundido.
— Esa pregunta —susurró Agustín, con una sonrisa insinuante—. Soy yo quien debería hacerla.
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