La Reina Oculta

Los ojos de Rowan se entrecerraron, y por primera vez desde que Emma lo conocía, un destello de fascinación iluminó su mirada. Se inclinó ligeramente hacia ella, su voz estaba cargada de un tono grave que casi parecía contener una urgencia que no solía mostrar.

—¿Qué te dijo ese hombre, Emma?

—Que debía buscar a mi hermana, que mis padres estarían bien.

Las palabras de Emma parecieron resonar en el aire, y Rowan, al escucharlas, brilló con una intensidad que Emma jamás habría imaginado ver. Como si la revelación fuera un tesoro invaluable que acababa de ser desenterrado. El hombre no dijo nada, pero su rostro se iluminó con una sonrisa que, por un instante, la hizo sentir incómoda, como si estuviera presenciando algo demasiado personal para ser compartido. Y, de repente, lo hizo: la atracción de Rowan por esas palabras lo llevó a abrazarla con una vehemencia que la dejó sin aliento. Ella no supo cómo reaccionar ante ese impulso tan ajeno a la seriedad de su relación hasta entonces.

—Debes hacer todo lo que él te dijo, Emma. Confía. Confía ciegamente en él. Él no te mentirá.

Su voz era casi eufórica, cargada de una emoción que rara vez se había permitido mostrar. Emma se apartó con cautela, aún sin entender completamente la magnitud de su reacción, y lo miró fijamente.

—¿Sabes quién es?

Rowan asintió sin vacilar, pero la sonrisa que antes había adornado su rostro comenzó a desvanecerse. Sus ojos, ahora más serios, se encontraron con los de ella.

—Si no te lo dijo aún, es porque no es el momento de saberlo. — Hizo una pausa, como si sopesara las palabras que debía escoger, antes de suavizar su tono y continuar. —Ve y habla con los reyes, Emma. No son malas personas. Te sorprenderías si realmente los conocieras.

Ella lo observó, dudosa, y una nueva pregunta surgió de entre sus pensamientos, una que había estado rondando en su mente desde que los reyes le hablaron del Concejo:

— ¿Qué sabes sobre el Concejo?

La atmósfera se cargó de tensión al instante. Los ojos de Rowan, esta vez, mostraron algo diferente: desconfianza y odio. Como si el nombre del Concejo hubiera removido algo oscuro en su interior.

—¿Por qué preguntas eso? — preguntó Rowan, más serio de lo necesario.

Emma enderezó la postura, desafiando la incomodidad que la envolvió, y respondió con tranquilidad.

—Porque los reyes lo mencionaron. Dijeron que si ellos supieran que los príncipes me buscanban, la consecuencia sería... una sola.

Rowan suspiró profundamente, como si su pregunta hubiera añadido un peso más a una carga que ya llevaba sobre los hombros. Su mirada se desvió hacia el agua, como si intentara hallar una respuesta en su reflejo.

—El Concejo... — murmuró, pensativo —surgió al mismo tiempo que Elandor.

Emma frunció el ceño. Había escuchado sobre el Concejo en su manada, pero nunca en detalle. Solo rumores vagos. Miró a Rowan, esperando más.

—En mi manada apenas se mencionaba — explicó, sin apartar la mirada de él. —Decían que aparecieron para mantener el equilibrio entre razas, pero nunca profundizaron mucho más.

Rowan soltó una risa seca, carente de humor, y el aire se tensó aún más entre ellos.

—Eso es porque pocos realmente saben la verdad, Emma.

Su voz adquirió una gravedad aún mayor, y los músculos de su mandíbula se tensaron. La calma que siempre había rodeado a Rowan comenzó a quebrarse, revelando algo mucho más oscuro, mucho más peligroso.

—El Concejo no surgió para proteger a las razas ni para mantener la paz. No fue un acto noble ni altruista. Fue una respuesta desesperada al caos.

Emma se quedó en silencio, absorbida por sus palabras, esperando saber más. Rowan continuó, con una frialdad palpable que helaba el aire a su alrededor.

—Cuando la guerra por el poder arrasó con todo, los líderes de las razas más poderosas no se unieron por altruismo. Fue por desesperación. Temían perder lo único que les importaba: la magia, su poder. Decidieron tomar el control, no para proteger a las personas, sino para preservar lo que consideraban sagrado.

Una punzada de indignación recorrió a Emma, pero antes de que pudiera replicar, Rowan ya había continuado, con su tono incluso volviendose más duro.

—Las personas... — dijo, como si la respuesta fuera evidente — Son prescindibles, un sacrificio necesario. La magia es lo único que les importa. Las vidas, los reinos, los lazos... todo eso es secundario, prescindible. Para ellos, la magia no es un don; es un recurso que debe ser controlado, protegido y utilizado a cualquier costo.

Un escalofrío recorrió la espalda de Emma.

—¿Y Elandor? —preguntó, intentando mantener la calma, pero su voz traicionaba su creciente inquietud. —Aquí siento magia que nunca había sentido. ¿Ellos controlan Elandor?

Rowan exhaló un suspiro leve, pero su respuesta fue más rotunda.

—Elandor es un lugar diferente. No fue creado por el Concejo ni por los seres mágicos. Es un refugio puro, nacido de la magia misma, un intento de protegerse del caos, la maldad y la destrucción. Aquí, la magia es libre, salvaje y, al mismo tiempo, protegida.

Emma procesó esas palabras, asimilándolas como un concepto nuevo, que aún intentaba entender.

—Entonces, ¿el Concejo no tiene poder aquí? —continuó, sintiendo la necesidad de saber más.

—No —respondió Rowan, con una seguridad que la desconcertó, tanto como la reconfortó. —Por más que lo intentaron, nunca han podido gobernar en este lugar. Elandor es lo que ellos nunca serán: un verdadero hogar para la magia, puro, libre de maldad.

La sensación de alivio que Emma experimentó se vio empañada por un retazo de miedo que comenzó a apoderarse de ella. Si Elandor era tan seguro, ¿Porque sentía que todo su ser se tensaba al hablar de ellos?

—¿Ellos pueden entrar? — preguntó, con el corazón acelerado.

Rowan negó lentamente con la cabeza, sus ojos se encontraban fijos en ella con una mirada que buscaba ofrecer calma.

—Lo intentaron muchas veces. Pero solo uno de ellos logró entrar. Tenía un alma limpia, pero sus pensamientos se torcieron. Cuando eso ocurrió, su boca se selló y su alma fue absorbida por Elandor. Este lugar no permite traiciones, sus secretos deben permanecer ocultos, hasta que llegue el momento.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Emma. No sabía si sentir miedo o consuelo al saber que el lugar estaba tan dispuesto a proteger sus secretos. Solo una cosa era cierta: Elandor no era un refugio sencillo.

—¿Es por eso que aquí no hay tecnología? —preguntó, incapaz de evitar la curiosidad.

Rowan, con un toque de burla en su tono, respondió.

—No es necesaria, Emma. Tenemos todo lo que necesitamos.

Emma asintió lentamente, sintiendo la magnitud de todo lo que estaba aprendiendo. Pero había algo más, una inquietud persistente que no lograba despejar. Su mente seguía atrapada en la misma pregunta.

—Los reyes dijeron que si el Concejo sabe que los príncipes me buscan, la consecuencia sería una sola. ¿Por qué no pueden buscarme? —volvió a preguntar.

Antes de que Rowan pudiera dar una respuesta, un sonido claro y alegre cortó el aire. Una niña pequeña, de unos seis años, apareció de la nada, corriendo hacia ellos. Su cabello cobrizo brillaba bajo la luz, y su risa resonaba como un canto lejano.

Sin previo aviso, la niña se lanzó a los brazos de Rowan, quien la recibió con una sonrisa que sorprendió a Emma. Era una sonrisa tan pura, llena de afecto, algo que nunca había visto en él.

La niña, con ojos grandes y curiosos, miró a Emma con una inocencia que la desarmó.

—¿Quién es ella? —preguntó la niña, con la curiosidad brillando en sus ojos.

Rowan la abrazó con ternura, mientras la niña se aferraba a él.

—Ella es Emma — respondió Rowan con un tono cálido cargado de ternura.

— Me envió el Sr. Alden. Ya despertó la princesa durmiente. — informó la niña emocionada.

"¿La princesa durmiente?” pensó Emma.