En un mundo lleno de secretos familiares, traiciones y sueños rotos, Maite está a punto de enfrentar la decisión más importante de su vida. En el día de su boda, descubre que todo lo que creía saber sobre su familia era una mentira. La verdad sobre su relación con Alex, su futuro y la verdadera razón de su compromiso empiezan a salir a la luz. Maite Descubre que, aunque el amor pueda parecer eterno, las mentiras pueden destruirlo todo, Pero ¿Será el amor lo suficientemente fuerte como para sanar viejas heridas? ¿Será capaz Maite de desafiar las expectativas y construir su propio destino, o cederá ante las presiones de aquellos que la rodean? Acompaña a Maite en su viaje hacia la verdad y la libertad, en una historia llena de giros inesperados, decisiones difíciles y la búsqueda de su propio futuro.
NovelToon tiene autorización de Luisa Arango para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Mi tesoro
Cristopher
Estoy en el jardín, escapando por un momento de la sofocante atmósfera de la fiesta. Dentro, todo es ruido, sonrisas falsas y murmullos interminables. Mi presencia, como siempre, no pasó desapercibida. Alguien se dio cuenta de que estaba aquí, y pronto todos comenzaron a acercarse, queriendo impresionar o simplemente robar mi atención. No deberían haberlo notado. Solo quería verla a ella.
La había perdido de vista un momento. Un solo instante de descuido, y ya no la encontraba.
—Señor Cristopher, en unas horas tiene una cena con el abuelo Orwell —me recordó Marcelo, con su habitual precisión.
Lo observé en silencio por unos segundos antes de asentir. Pensaba marcharme cuando escuché una voz que cortó el aire, cargada de desesperación.
—¡Aléjense de mí!
El tono, los jadeos, esa voz... Era ella.
Me giro instintivamente hacia la dirección del sonido. La veo. Su figura, pequeña y delicada, se desploma lentamente, como si el peso del mundo hubiera vencido a su cuerpo. Algo frío y angustiante se apodera de mí.
—Ve por ella. No permitas que nadie la toque. Y dame las llaves —ordeno a Marcelo con una dureza que no admite réplica.
Lo observo acercarse con determinación. A lo lejos, escucho una discusión.
—¿Quién eres tú para intentar llevarte a mi mujer? —vocifera un hombre regordete, su voz impregnada de enojo y arrogancia.
—No es de tu incumbencia —responde Marcelo con calma, aunque su postura delata que está listo para actuar—. Solo te advierto: me la llevaré, así tenga que usar la fuerza.
La mujer junto al hombre interviene.
—Ella es mi hermana, señor, y este es su prometido. Por favor, váyase, o llamaré a seguridad.
Marcelo no se inmuta. Toma a Maite de la cintura con firmeza para llevársela, pero el hombre intenta detenerlo. Un solo movimiento, una patada certera al estómago, y el regordete cae al suelo, gimiendo de dolor.
Lo veo regresar con Maite en brazos, su rostro sereno y seguro. Camino hacia el auto y lo enciendo mientras Marcelo acomoda a Maite en el asiento trasero. Luego, él toma el volante y yo me muevo al asiento trasero junto a ella.
—¿A dónde, señor?
—Al hospital. Rápido.
Observo su rostro mientras el auto avanza. Incluso en este estado, su belleza es hipnótica. Sus largas pestañas descansan sobre sus mejillas, y su expresión, aunque perdida, tiene una dulzura que despierta algo profundo en mí.
De repente, abre los ojos y emite un pequeño gemido.
—Hace mucho calor —murmura, mientras intenta quitarse el vestido.
La detengo, sosteniendo sus manos con suavidad pero firmeza.
—Detente —digo con voz baja y autoritaria.
Por un momento, parece recobrar algo de cordura. Pero entonces, se lanza hacia mí, sus labios encontrando los míos en un beso que me toma por sorpresa.
El calor de su contacto despierta algo salvaje en mi interior. Devoro sus labios con hambre contenida, perdido en su sabor, en su fragilidad y fuerza. Pero cuando se separa para recuperar el aliento, aprovecho para recomponerme.
Debo mantener el control.
La veo moverse inquieta, llevando su mano hacia la parte baja de su vestido en un intento por quitárselo nuevamente. La detengo, y ella hace un pequeño berrinche, como si fuera una niña frustrada.
—¿Cuánto falta? —pregunto con voz tensa, intentando distraerme de sus movimientos y del fuego que arde dentro de mí.
—Tres cuadras, señor.
Asiento, mi atención regresando a ella. Podría ayudarla a liberar la tensión que está sintiendo, podría ceder al deseo que me consume, pero no. No así. No en este estado. No quiero que esto se asemeje a lo que pasó hace cuatro años. Quiero que sea diferente. Quiero que sea mío, completamente, no solo su cuerpo, sino también su alma.
Llegamos al hospital. Los doctores la reciben mientras yo espero fuera de la habitación.
—Señor, recuerde la cena —me dice Marcelo, intentando devolverme al protocolo de mi vida.
—Olvídala. Diles que no podré asistir. Además, ve a descansar. Me quedaré aquí esta noche. Regresa mañana.
Marcelo me observa sorprendido, pero no dice nada. Solo asiente y se marcha.
Minutos después, un doctor sale de la habitación.
—Se encuentra estable en estos momentos. Pero, señor, la próxima vez que utilicen estos trucos, sean más conscientes de la salud de la persona.
Agradezco que la haya atendido, pero ignoro sus regaños. Ingreso a la habitación en silencio.
Allí está ella, durmiendo plácidamente. Su rostro sereno es un contraste cruel con el caos que nos trajo aquí. Me acerco y susurro, dejando que mis emociones se derramen en mis palabras.
—Te prometo que nadie más volverá a tocarte, mi tesoro.