Acron Griffindoh y Cory Freud eran vecinos y fueron compañeros de escuela hasta que un meteorito oscureció el cielo y destruyó su mundo. Obligados a reclutarse a las fuerzas sobrevivientes, fueron asignados a diferentes bases y, a pesar de ser de géneros opuestos, uno alfa y otro omega, entrenaron hasta convertirse en líderes: Acron, un Alfa despiadado, y Cory, un Omega inteligente y ágil.
Cuando sus caminos se cruzan nuevamente en un mundo devastado, lo que empieza como un enfrentamiento se convierte en una lucha por sobrevivir, donde ambos se salvan y, en el proceso, se enamoran. Entre el deber y el peligro, deberán decidir si su amor puede sobrevivir en un planeta que ya no tiene lugar para los sueños, sino que está lleno de escasez y muertes.
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Soledad y entrega.
Pero lo que más le dolía era la distancia con la hermana de Acron, Sigrid . Había sido la única en la que Cory había encontrado consuelo después de la destrucción del mundo, y a pesar de la lejanía, se habían apoyado mutuamente. Sigrid era como una hermana para él, y su ausencia ahora solo aumentaba la soledad que sentía. Sin Sigrid, sin su madre, sin su hermano Ethan, sin Acron… Cory sentía que todo se volvía más oscuro cada día.
Una tarde, después de varias horas de trabajo un guardia general, alto, de rostro impasible, se acerca lentamente. Sigrid se sobresalta, guardando el bolígrafo en su bolsillo.
—Sigrid —dice él, con su tono frío y autoritario—. ¿Sabes que no se permite la comunicación directa sin autorización ni dentro ni fuera? Estás cruzando una línea muy delgada, a Xion no le va a gustar. Puede pensar que quieren armar un motín.
Sigrid lo mira, su corazón comienza a latir con fuerza. Sabe que está en una posición vulnerable, pero no está dispuesta a rendirse. El Omega de su hermano, Acron, está en cautiverio y ella solo no quiere perder contacto con Acron. No puede quedarse quieta mientras su amigo, y su hermano, sufren en silencio.
—Solo quiero enviarle una carta a Acron —dice con voz firme, pero sus palabras salen entrecortadas—. Necesito que sepa lo que está pasando con Cory. No puede seguir ignorando que está aislado, sólo. Si alguien puede hacer algo es él.
El guardia la observa por un momento, su mirada calculadora. Luego, de manera inesperada, da un paso hacia ella, bloqueando la puerta del despacho con su cuerpo. Sigrid siente una presión en el pecho, pero no retrocede.
—Sé lo que quieres, pero las reglas son claras —dice el guardia, con su voz ahora más baja, casi un susurro—. La comunicación no autorizada tiene consecuencias. Si realmente quieres enviarle esa carta… habrá un precio.
Sigrid frunce el ceño, desconcertada.
—¿Un precio? —repite, incrédula, sin poder comprender lo que está insinuando.
El guardia sonríe, y en sus ojos hay una oscuridad que Sigrid no había visto antes.
—Sí, un precio. Si quieres algo a cambio, si quieres que tu mensaje llegue a Acron, tendrás que pagar. Y el pago, Sigrid, es tu cuerpo. Porque no tienes dinero, ni otra cosa para canjear y asegurar que le llegue a salvó ese mensaje y encima que yo guarde silencio.
El aire parece volverse espeso. Sigrid siente que el suelo bajo sus pies comienza a desmoronarse. No puede creer lo que está oyendo, pero las palabras son claras y directas. Sabe que este hombre tiene poder, y que si se niega, su carta nunca llegará a su hermano.
Por un momento, se queda en silencio, luchando contra el nudo en su garganta. Su cuerpo tiembla, y la indignación se mezcla con la impotencia. ¿Qué opciones le quedan? No puede dejar que Cory siga sufriendo sin que Acron sepa. No puede fallar en su promesa de cuidar de él. ¿Pero dar su virginidad a un extraño no sería llegar al límite?
—Está bien —responde, su voz apenas un susurro, pero firme—. Haz lo que quieras. Solo quiero que mi hermano sepa la verdad.
El guardia asiente, satisfecho. Pero Sigrid no puede evitar sentir un escalofrío recorriéndole la espalda. Sabe que lo que acaba de aceptar cambiará algo dentro de ella. No por el acto en sí, sino por lo que está dispuesta a hacer para salvar a Cory, para hacerle llegar la verdad a Acron.
Cuando todo termine, cuando la carta esté en manos de su hermano, Sigrid sabe que nunca podrá olvidar lo que hizo para conseguirlo. Pero por ahora, no puede permitirse pensar en las consecuencias. Solo puede pensar en Cory, en lo que él está sufriendo, en lo que Acron necesita saber.
El guardia observa a Sigrid mientras se queda en silencio, como si esperara que ella cambie de opinión. Pero Sigrid, aunque sus manos tiemblan y su estómago se retuerce, no retrocede. Sabe que, por más que la situación sea un abismo del que no puede salir fácilmente, tiene que hacerlo por Cory, por Acron, por todos los que están atrapados en este sistema.
—Hazlo —le dice, con voz baja, sin apartar la mirada de su rostro.
El guardia sonríe con una sonrisa que no llega a sus ojos. Cierra la puerta detrás de ellos, dejando a Sigrid con un sentimiento de claustrofobia, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Un escalofrío la recorre, pero se obliga a respirar con calma. No hay marcha atrás.
El tiempo parece ralentizarse mientras el guardia se acerca a ella. Las palabras que antes le parecían tan sencillas ahora son un peso que la aplasta. Un precio por la carta. Un precio por liberar a Cory.
Mientras el guardia la toma del brazo y la lleva a una habitación cercana, Sigrid se siente como si su vida hubiera dado un giro hacia algo que jamás imaginó. Pero la realidad es esa. La base está llena de reglas no escritas, de poderosos que hacen lo que desean, de almas rotas que sacrifican lo que pueden para sobrevivir. Y ella, aunque repudia lo que está a punto de hacer, sabe que si no lo hace, Cory no recibirá ayuda, Acron nunca sabrá lo que está pasando. Y eso la destroza.
La habitación es pequeña, sin ventanas. Solo una luz amarilla que parpadea débilmente en el techo. Sigrid siente la pesadez del aire, como si el cuarto la estuviera devorando. El guardia la empuja suavemente hacia la silla en el centro de la sala, y ella, sin decir palabra, se sienta.
—Tienes una oportunidad, Sigrid —dice el guardia, su tono más frío que antes—Si te portas bien te trataré bien. Pronto seré ascendido y si me obedeces disfrutarás de privilegios a mi lado mejores que este favor que te haré. Me llamo Dencer.
Sigrid apretó los ojos cuando él quitó su cinturón bajando sus pantalones, quitó cada botón despacio descubriendo su pecho desnudo, se acerca y prueba con sus labios haciéndola extramecer, esa es su primera vez con un hombre.
Él le abre las piernas y se arrodilla para verla más cerca, sin decir nada la besa, el intenta introducir sus dedos pero se le hace difícil.
—¿Eres virgen?
Sigrid se llama ambas manos a la boca.
—Si.
—Esto es genial, no recuerdo la última vez que probé una chica Omega virgen.
Sigrid se sentía atrapada en esa pequeña habitación, rodeada por el silencio y el tenue parpadeo de la luz amarilla. La incertidumbre la invadía, pero trataba de mantener la compostura, aunque su corazón latía con fuerza.
Dencer, que había estado observándola desde que llegó a la base, dio un paso adelante, su expresión menos fría de lo habitual. El no quería intimidarla, pero ya desea tenerla bajo su cuerpo.
—No tienes que temer, Sigrid —dijo suavemente, su voz mucho más cálida que antes—. No quiero hacerte daño.
Ella levantó la mirada, sorprendida por el cambio en su tono. Él se mantuvo arrodillado frente a ella, quitándose los guantes que llevaba puestos, y extendió una mano hacia la suya. Al principio, Sigrid dudó, pero finalmente permitió que sus dedos se entrelazaran.
—Eres diferente a cualquiera que haya conocido aquí —confesó Dencer, mirándola con una mezcla de admiración y vulnerabilidad—. Desde que llegaste, no puedo dejar de pensar en ti.
Sigrid sintió cómo sus mejillas se encendían. Nadie le había hablado de esa manera antes.
—No entiendo por qué dices eso, solo toma lo que quieres de mi y cumple tu palabra—susurró ella, intentando apartar la mirada, pero él la detuvo suavemente, acariciando su mejilla con el dorso de su mano.
—Porque es verdad. Eres fuerte, valiente, y... hermosa.
Dencer estaba emocionado. Sigrid sintió un nudo en el estómago, pero no era miedo, era algo completamente nuevo. Cuando él acercó sus labios a los de ella, lo hizo con una delicadeza que nunca habría esperado. El beso fue suave, lleno de ternura, y Sigrid sintió que el mundo desaparecía por un instante.
Cuando se separaron, Dencer la miró con una leve sonrisa.
—No quiero que pienses que esto es algo forzado. Quiero que sea tu elección. Entregaré la carta si así lo quieres, antes solo quería molestarte.
Sigrid lo observó durante unos segundos, tratando de procesar todo lo que estaba sintiendo. Finalmente, asintió, permitiendo que esa conexión, tan inesperada como reconfortante, creciera entre ellos.
—Si no me tomas tú lo hará otro. Ya que estás tan sorprendido como yo, te permito tomar mi virginidad, pero en el futuro quiero que me ayudes a reunirme con mi hermano.
—Si eso es lo que quieres moveré mis hilos.
Y si más palabras él la levanta de la silla y toma asiento bajando su cremallera ella desnuda se sienta sobre él y la besa.
—Te va a doler, pero si eres paciente el dolor se volverá un placer exquisito, te lo prometo.
Luego de besarla nuevamente, él alinea su virilidad y se hunde en ella de repente cuando la sostuvo de las caderas e hizo que se sentara sobre su virilidad erguida, Sigrid sintió como se hizo camino dentro de ella.
—¡Ahh!...duele...
—Tranquila, no me voy a mover—le dice besándola apasionadamente.
El dolor inicial hizo que Sigrid apretara los ojos y apoyara su frente en el hombro de Dencer. Él la rodeó con sus brazos, acariciando su espalda desnuda en un intento de calmarla.
—Respira profundo —le susurró, sus labios rozando su oído—. Estoy aquí contigo. Tómate tu tiempo.
Sigrid inhaló temblorosamente, tratando de acostumbrarse a la sensación. No esperaba que fuera tan intenso, pero las caricias de Dencer y la paciencia en sus movimientos comenzaron a relajarla. Él mantenía sus manos firmemente en su cintura, guiándola sin prisa.
—Eso es... poco a poco —la animó, mirándola con suavidad. Sus ojos, que antes parecían fríos e impenetrables, ahora reflejaban algo completamente diferente: ternura.
Ella levantó la cabeza y lo miró directamente. Había algo tranquilizador en su presencia, algo que la hacía sentir segura a pesar de lo extraño de la situación. Decidida, comenzó a moverse despacio, tanteando la forma en que sus cuerpos se acoplaban.
Dencer dejó escapar un gemido bajo, cerrando los ojos por un momento mientras sus manos se aferraban con más fuerza a las caderas de Sigrid.
—Eso está bien... —murmuró con voz ronca mientras dejaba salir sus feromonas para excitarla más—. Lo estás haciendo bien.
A medida que el dolor disminuía, Sigrid comenzó a experimentar algo nuevo, una calidez que se extendía desde su vientre hacia el resto de su cuerpo. Cada movimiento la hacía sentir más conectada con él, como si sus almas estuvieran entrelazándose junto con sus cuerpos.
—¿Así se siente siempre? —preguntó en un susurro, con las mejillas sonrojadas.
Dencer sonrió, acariciándole el rostro con una mano mientras la otra seguía sosteniéndola.
—Cuando es real, sí. Cuando ambos quieren... puede ser incluso mejor.
Sigrid se dejó llevar por las palabras y la conexión que se estaba formando entre ellos. Los movimientos se hicieron más fluidos, más naturales, y el dolor desapareció por completo, dejando lugar a una sensación que nunca había imaginado.
—¿Te gusta?—le pregunta cuando la escucha jadeando y gimiendo de placer.
—Si...se siente extraño.
—No te detengas, déjalo salir cuando sientas que aumente.
Cuando finalmente todo terminó, Dencer la abrazó contra su pecho, acariciando su cabello mientras ambos trataban de recuperar el aliento.
—Cumpliré mi promesa —le dijo, su voz baja y seria—. Te ayudaré a reunirte con tu hermano, cueste lo que cueste.
Sigrid asintió, sintiendo que, aunque la situación había sido inesperada, ahora confiaba en él más de lo que habría creído posible.