LA REINA ELARIA

El jardín estaba tranquilo esa tarde. El cielo nublado proyectaba una sombra suave sobre el césped, y la brisa ligera movía las flores que había comenzado a recoger. Había pedido ayudar a las sirvientas como excusa para distraerme, pero en realidad lo hacía porque necesitaba despejar mi mente.

Me agaché entre los rosales y comencé a recoger algunas flores, ordenándolas en pequeños ramos. Sentí una extraña calma, algo que no había experimentado desde que regresé al castillo. Las paredes, las reglas, los vestidos pesados… Todo volvía a encerrarme, como si nunca hubiera salido de allí.

Suspiré y me senté sobre la hierba, separando las flores por colores, dándome cuenta de lo aburrida que estaba. No podía evitar pensar en Kael. ¿Dónde estaría ahora? ¿Estaría buscándome? ¿O quizás ya se había olvidado de mí? Sacudí la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos.

Pero justo cuando estaba por levantarme, sentí un tirón brusco en el brazo. Un escalofrío recorrió mi espalda mientras giraba de golpe, asustada.

Mis ojos se encontraron con los suyos.

Kael.

Mi corazón comenzó a latir tan fuerte que pensé que podría escucharlo. Su expresión era intensa, sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de enojo y… ¿alivio? No lo sabía, pero su presencia me desestabilizó por completo.

—¿Qué diablos haces aquí? —dije, intentando sonar firme, aunque mi voz tembló ligeramente.

Kael no respondió de inmediato. Me observó durante unos segundos, como si estuviera analizando cada uno de mis gestos. Finalmente, soltó una pequeña risa sin humor.

—¿Eso es lo primero que me vas a decir después de lo que hiciste? —Su tono era áspero—. ¿Acaso jugaste conmigo, Elaria?

Mi estómago se encogió. Aparté la mirada y di un paso atrás, pero él no soltó mi brazo.

—Déjame ir.

—¿Por qué te fuiste así? —preguntó, ignorando mis palabras—. ¿No decías que no querías regresar aquí? ¿Que odiabas este lugar?

Sentí un nudo en la garganta. Claro que odiaba ese lugar, pero la idea de seguir con Kael, después de lo que pasó… no sabía cómo manejarlo.

—Ya no quiero estar cerca de ti. Fue un error —murmuré, logrando liberar mi brazo de su agarre.

Kael se quedó en silencio, pero sus ojos nunca se apartaron de los míos. Había algo en su mirada que me hacía sentir desnuda, como si pudiera ver a través de todas mis mentiras.

—¿Fue por el beso? —susurró, acercándose de nuevo.

Me puse rígida.

—No. Eso fue innecesario. Solo… —Me detuve. Busqué algo que pudiera decir para desviar la conversación—. Lo hice por jugar contigo.

Era una mentira.

Y lo sabía.

Kael me observó, y por un segundo pensé que iba a reírse o simplemente alejarse. Pero en lugar de eso, dio un paso hacia mí, acortando la distancia que nos separaba.

Su mano se posó suavemente en mi mejilla, y su pulgar rozó mi piel con delicadeza.

—Claro que no fue por eso —susurró.

Antes de que pudiera reaccionar, sus labios se encontraron con los míos.

El beso fue intenso, mucho más de lo que había esperado. No fue como la primera vez, torpe y sin experiencia. Esta vez Kael no se contuvo. Su mano se deslizó detrás de mi cuello, acercándome más a él, y su otra mano rodeó mi cintura.

Mi mente se quedó en blanco.

Mis manos se aferraron a su chaqueta sin darme cuenta, como si mi cuerpo tuviera miedo de que él se apartara. Pero al mismo tiempo, el miedo de que alguien nos viera me obligó a separarme.

Me alejé rápidamente, llevándome los dedos a los labios, sintiendo aún el calor de su beso.

—No deberías estar aquí… —murmuré, intentando recuperar el aliento.

Kael me observó, sus ojos clavados en los míos.

—No me importa.

Me aparté con torpeza, recogiendo las flores que habían caído.

—No debería haber pasado —dije con dificultad, sin mirarlo.

Kael se inclinó ligeramente hacia mí, sin apartarse demasiado.

—Tal vez —murmuró—. Pero pasó.

El silencio que se instaló entre nosotros fue ensordecedor. No podía soportarlo.

—Vete, Kael.

Vi cómo sus ojos se oscurecieron, pero no discutió. Dio unos pasos hacia atrás, con las manos en los bolsillos, y se preparó para marcharse.

Pero justo cuando iba a desaparecer entre los arbustos, algo dentro de mí se rebeló.

—Kael… —llamé con la voz apenas audible.

Se detuvo y giró la cabeza hacia mí.

—Te esperaré en mi cuarto, esta noche —dije rápidamente, con el corazón desbocado—. Dejaré el balcón abierto. A las diez en punto.

Sus ojos brillaron, y una sonrisa satisfecha se dibujó en su rostro.

—Ok —respondió, desapareciendo finalmente entre los arbustos del jardín.

Me quedé de pie, con el corazón latiendo con fuerza y las manos temblorosas. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué significaba todo esto?

El viento meció mi cabello mientras miraba hacia el cielo que comenzaba a oscurecerse.

Entré al castillo con pasos apresurados, casi tropezando con el dobladillo de mi vestido. Sostenía la canasta de flores contra mi pecho, tratando de calmar el torbellino de emociones que me invadía. La calidez de los labios de Kael aún persistía sobre los míos, como si el beso se hubiera quedado grabado en mi piel.

Al cruzar la puerta de la cocina, entregué la canasta a una de las sirvientas que organizaban las flores para los arreglos del salón.

—Aquí tienes —dije, con la voz un poco más aguda de lo normal.

Una de las chicas, Marina, me miró con curiosidad mientras recibía la canasta.

—¿Y tú? —preguntó con una sonrisa juguetona—. ¿De dónde vienes tan emocionada?

—¿Emocionada? ¿Yo? —intenté disimular, pero sentí cómo mis mejillas ardían—. No digas tonterías, solo recogí flores.

—Ajá, claro —replicó Marina, mirándome con suspicacia.

Ignoré su comentario y caminé directo hacia los pasillos, buscando con la mirada a alguien en particular. Cuando la vi doblar la esquina con una bandeja en las manos, la llamé con urgencia.

—¡Sara! —dije en voz baja, apresurándome hacia ella.

Sara, mi doncella y amiga más cercana, me miró con sorpresa.

—¿Qué pasa? ¿Te has caído en el jardín o por qué tienes esa cara?

—No es eso… —Tomé su brazo y la jalé suavemente hacia un rincón apartado, donde las demás sirvientas no pudieran oírnos—. Es Kael. Estába aquí.

Sus ojos se abrieron como platos.

—¿Aquí? ¿Dentro del castillo? —preguntó, casi soltando la bandeja.

—Sí. Acabo de verlo en el jardín.

Sara dejó escapar un suspiro y sacudió la cabeza con incredulidad.

—Ese tipo está loco —dijo, cruzando los brazos—. ¿Cómo puede entrar al castillo sin que nadie lo vea? Ya veo que la seguridad de tu padre es pésima.

No pude evitar sonreír ligeramente.

—No digas eso.

—Es la verdad —Sara insistió—. No sé si debería admirarlo o preocuparme por ti. Elaria, te recuerdo que tu padre mataría a cualquier hombre que encontrara aquí dentro sin permiso, especialmente uno como él. Y más quien entró a robar aqui.

—Lo sé, lo sé… —murmuré, pasando una mano nerviosa por mi cabello—. Pero, Sara… necesito que me cubras.

Sara frunció el ceño.

—¿Cubrirte?

—Sí. Kael vendrá esta noche, a mi habitación. A las diez.

Por un momento, Sara no dijo nada. Solo me miró fijamente, como si tratara de decidir si lo que había oído era real.

—Estás loca —susurró finalmente—. ¿Lo sabes, verdad?

—Lo sé.

Sara suspiró, pero en lugar de discutir, me dedicó una sonrisa resignada.

—Bien. Pero que conste que lo hago porque eres mi amiga. Aunque si algo sale mal, te juro que no me meteré en problemas por tus locuras.

—Gracias, Sara. Solo necesito que me cubras si mi padre decide venir a mi habitación.

—Está bien, pero prométeme que si escucho cualquier ruido extraño, podré entrar sin preguntar.

Sonreí y asentí.

—Trato hecho.

Sara giró sobre sus talones y retomó su camino, pero antes de desaparecer, se volvió una vez más.

—Elaria… solo ten cuidado.