LA CAMA DE MI JEFE

—¡Gracias por haber venido a mi casa! —Dice él.

Insistió en venir a dejarme a mi departamento. Nos estábamos despidiendo, su madre se había quedado en el hospital.

—Claro. Fue un gusto.

—El licuado te quedó delicioso.

—Que bueno saberlo.

Desabroche el cinturón de seguridad.

—¿Volverás el día de mañana? —El quiere afianzar algo que yo aún no soy capaz de descifrar.

—No. No puedo.

—¿Y al día siguiente?

—No puedo. Si quieres tú...

—¿Te gustan las apuestas? —Me interrumpe él.

—No me gustan —y mis motivos son duros.

—¿Estarías dispuesto a apostar conmigo?

—No lo sé.

—Hagamos esto —dice y me mira con firmeza—. Si el bebé de mi hermana es niño, dejaré de molestarte. Pero, si el bebé de mi hermana es niño, entonces deberás estar disponible para hacer lo que pido.

Sus palabras me causaron cierta gracia e incomodidad. ¿Qué le pasaba a este hombre como para sentirse con el derecho de decidir por mí? ¿Apostar? ¿En serio? ¡Esto precia absurdo!

—No haré una apuesta contigo.

—¿Por qué no?

—No estoy dispuesto.

—¿Tienes miedo de que yo gane? —El tono de su voz sonaba altivo.

—No te tengo miedo. ¡Ya te vi desnudo! No causas terror en mí, al contrario, siento que estás tratando de afianzar algo de lo que tú si tienes miedo.

—¿Y de que tendría miedo?

—De la vulnerabilidad que dices que yo provoco en ti —soy muy franco con mis palabras.

—Eres muy sincero —dice Adrik.

—A veces suelo ser sincero.

—Y eso me gusta. Por eso quiero apostar contigo.

No dudo en abrir la puerta y bajar de su vehículo. Sonrío ampliamente para demostrarle que me siento tranquilo y despreocupado por lo que hemos conversado.

—¡No apostaré contigo!

—Claro que sí.

—Quisieras que sí, pero no.

—Ya lo verás.

—Como sea.

—¡Y ganare! Siempre gano.

—Justo ahora no parece que estés ganando. Conmigo no.

🩶🩶🩶

Son las siete de la tarde. Cierro mi laptop. Voy a la cocina, quiero prepararme la cena. ¡Y entonces surge un antojo en mí! Apago la estufa, guardo los ingredientes que ya había comenzado a sacar y salgo de mi departamento.

Bajo las escaleras, el viento es agradable y salgo del edificio. Camino por la banqueta, doblo en la esquina de la cuadra y avanzo hasta llegar al parque. ¡Veo el puesto de elotes y esquites!

—Me das un tostiesquite, por favor —le pido al señor.

—Claro. En un momento.

—Mejor que sean dos.

—Salen dos tostiesquites —dice él.

Abre dos paquetes de Tostitos sabor salsa verde. Agrega los granos de elote sazonados con mantequilla y chile de árbol. Vierte queso amarillo, salchichas en cubitos, queso, jugo de limón y salsa macha. ¡Se me hace agua la boca!

—¡Muchas gracias! —Le digo al vendedor.

—Para servirte. Buena tarde.

Comienzo a caminar para volver a mi departamento. No aguanto el antojo y comienzo a comerme mi cena. No me tardo mucho en doblar en la esquina de la calle que conduce a la entrada de mi edificio. Saco las llaves de mi bolsillo, alzo la vista y entonces...

—¡Hola! —Su voz me captura.

—Hola.

—¿Cómo estás?

—Muy bien.

—Me da gusto saberlo.

¿A que ha venido?

—¿Cómo estás tú? ¿Cómo está tu hermana?

—Bien. Todo bien. Mis sobrinos nacieron.

—¡Que padre! Muchas felicidades.

—Vine a verte.

—Ya me di cuenta.

Me detengo frente a él, sus ojos brillan cuando me mira y sus brazos se aproximan a abrazarme. Fue con su abrazo y su aroma, que me cayó el veinte. ¿A que se refería con que sus sobrinos habían nacido? ¿No solo se trataba de un bebé?

—Adivina algo.

—¿Qué debo adivinar? —Le cuestiono.

Sus brazos me sueltan, vuelvo a acomodarme y quiero entrar al edificio. Inserto la llave.

—¿Recuerdas lo que hablamos hace rato?

—No. Dijimos muchas cosas. ¿Qué debo recordar?

—Sobre la apuesta.

—Te dije que no iba a apostar contigo.

Percibo que se esta riendo de mí. Su barba hace que sus labios resalten con mucha intensidad.

—Sí, eso lo sé.

—¿Y por qué insistes mucho?

—Es que estoy aprendiendo a rogar.

—¿Cómo es eso? No te estoy...

—Regularmente siempre me ruegan a mí, pero esta vez es diferente. Eres un muchacho muy firme en lo que dices —me dice él.

Sus palabras me hacen sonreír.

—Pues claro que debo ser firme. La vida me ha enseñado ha no titubear con lo que quiero.

Sus ojos se clavan en mis pupilas.

—Mi hermana tuvo gemelos —dice con franqueza.

—¿Gemelos?

—Sí. Bueno. Cuates. Un niño y una niña.

—¡Que padre! ¡Felicidades!

—¡Gracias! No te preocupes por la apuesta, quedamos empatados.

—¿Sigues con lo de la apuesta?

—Sí. Es que, de verdad quiero que me ayudes con…

—¡Eres muy intenso conmigo! No puedo entender del todo porque razón estás tan seguro de que yo puedo ayudarte a sentirte menos vulnerable.

Me mira a los ojos, esta vez no quiero invitarlo a pasar a mi departamento.

—Tal vez no me entiendes, pero espero que pronto lo hagas. Yo tampoco lo entiendo y por eso estoy aquí. ¿Crees que soy molesto?

—Creo que eres intenso. No nos conocemos mucho y aún así me tratas como si nos conociéramos de toda la vida. Te doy gracias por el trabajo que me has dado, pero por favor, no seas tan insistente conmigo. ¡No me gusta!

Y de repente comenzó a lloviznar. Mi celular empezó a timbrar y el auto de Julio se estacionó frente de mi edificio.

Adrik dirige su atención al auto de mi amigo.

—¿Tienes planes con tu amigo? —Me pregunta el hombre intenso.

—Mmmm. No lo sé. Seguro viene a visitarme.

Julio baja de su auto, sonríe cuando me ve y cancela la llamada telefónica.

—¡Que gusto verte! —Él está muy emocionado—. ¿Me compraste un esquite?

—No. Pero si quieres te comparto un poco —le digo.

Julio se detiene frente a nosotros y dirige su vista a Adrik.

—¡Que sorpresa que estes de visita aquí! —Le dice Julio.

—No te sorprendas. Ya sabias que vendría —le responde Adrik.

¿A que se refería con que Julio ya sabía?

—¡Tienes razón! ¿Y por qué no entramos a tu departamento, Nam?

—Vamos —me atrevo a invitarlos.

—Yo tengo que irme —dice Adrik.

Su mirada tenía desilusión y parecía que la llovizna lo hacía ver como un hombre herido. ¿Por qué ese semblante? ¿Por qué tantas preguntas relacionadas a este hombre me bombardeaban?

—¿Te vas? —Le pregunto.

—Yo me adelanto, tengo una urgencia —dice Julio y desaparece de allí.

Las gotas de llovizna eran suaves y muy refrescantes. Nuestros ojos seguían tocándose y mi corazón sentía muchas cosas que aún no lograba entender.

—Adrik, ¿tú…?

—Ya no seré más insistente contigo —dice con seguridad—. Perdón por ser tan intenso contigo.

—No es necesario que tú…

—Gracias por ser sincero conmigo. Prometo no…

—¿Por qué no me dejas terminar de hablar? Siento que te estás adelantando y aún no termino —soy directo con mi voz.

La llovizna no nos da miedo y es como si su caricia fuera algo muy necesario para este momento.

—Te escucho.

—Sé que tú y yo no nos conocemos. Agradezco tu amabilidad e interés, creo que eres un hombre interesante y perteneces a un mundo distinto al mío. Cuando digo que eres intenso, me refiero a como es que me has estado tratando estos días. Esa cercanía que a veces hemos tenido, yo, de verdad, no sé cómo sentirme al respecto porque yo mismo me prometí que no iba a… —me quedo callado, mi alma se siente nerviosa —. Bueno, yo… tengo pasado y eso me detiene. Tal vez tú te sientes vulnerable por mi culpa, pero yo estoy destruido y no hace mucho que por fin pude sanar. ¡Me he vuelto frio! Pero también soy sensible y tú eres un hombre que solo piensa en sí mismo y me da miedo que tal vez creas que yo puedo darte seguridad a costa de mi propia catástrofe. ¡Y no quiero eso! No otra vez.

Sus ojos me examinan con atención y medita en mis palabras.

—¿Cuál es tu pasado? —Se anima a preguntarme.