Ashley Larson, una joven estadounidense que, sin saberlo, se convierte en el peón de un cruel juego de venganza orquestado por Andreas Kostas Papadopoulos, un empresario griego consumido por la obsesión y el rencor. Después de la trágica muerte de Anabel, la hermana mayor de Ashley y el amor perdido de Andreas, él trama un plan diabólico para hacerle pagar, seduciendo y casándose con Ashley, quien guarda un asombroso parecido con Anabel.
Después de medio año de matrimonio Ashley sufre un "accidente", que la hace perder su embarazo y su pierna. Lo que sumerge a Ashley en una depresión y un descenso terrible, pero después de tocar fondo solo puede subir y ella lo lograra a lo grande. Y va a vengarse del hombre que la arruino la vida.
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Capítulo 6
Durante el funeral de Anabel, la escena era un estudio de dolor y protocolo. Ashley, visiblemente desconsolada, lloraba junto a la tumba, su cuerpo tembloroso reflejando la magnitud de su pérdida. Las lágrimas fluían libremente por sus mejillas mientras se aferraba a un pañuelo, un símbolo tangible de su dolor.
Andreas, por otro lado, mantenía una compostura tranquila, su rostro una máscara de dolor reservado. Sabía que debía parecer afectado por la muerte de Anabel para no levantar sospechas. De vez en cuando, llevaba su mano a los ojos, fingiendo secarse lágrimas que no existían. “Si no muestro tristeza, empezarán a sospechar que la muerte de Anabel no significa nada para mí,” pensó, mientras “limpiaba” una lágrima inexistente de su ojo izquierdo.
En medio de la ceremonia, una figura se acercó al funeral, captando la atención de Andreas. Era Enzo Romano, el hermano menor de Constantinos Romano, el amante de Anabel.
Andreas sabía que Anabel no le había dicho nada a su hermano que ya había terminado con el, y que de hecho el padre del hijo que esperaba no era otro que Constantinos Romano, y de echo me le había dicho a casi nadie de sus amistades, por lo que muy pocos en el funeral sabían la verdad. Y el sabía que si el imbécil de Enzo decía algo todo su plan se iría directo a la mierda.
La presencia de Enzo agitó el ambiente ya tenso. Andreas lanzó una mirada rápida a William, que conversaba a un lado con su novia del momento, y le hizo una señal discreta pero urgente.
William, captando la señal, excusó a su novia y se interpuso entre Enzo y el resto de los asistentes. Enzo, con el rostro tenso y los ojos ardientes de ira, no se detuvo.
—Necesito hablar con Andreas. Nos hemos enterado de su juego sucio —espetó Enzo, su voz cargada de acusación.
—Enzo, este no es el momento ni el lugar —respondió William con firmeza, tratando de mantener la situación bajo control.
—¡Ese maldito arruinó a mi hermano! —continuó Enzo, su voz elevándose—. Llevó la compañía de Constantinos a la quiebra y luego la compró, junto con todo el patrimonio de mi hermano, por una suma ridícula.
William puso una mano en el hombro de Enzo, intentando calmarlo.
—Deberías irte, Enzo. No hay nada que ganar aquí, y tu presencia solo empeorará las cosas.
Enzo sacudió la mano de William, una mirada de desdén cruzando su rostro.
—Dile a Andreas que esto no se quedará así. Perderá más que dinero por lo que ha hecho.
Con esa amenaza final, Enzo se alejó, dejando un rastro de tensiones no resueltas y promesas de conflictos futuros. William volvió su atención a Andreas, cuyos ojos seguían la partida de Enzo con un cálculo frío. El funeral de Anabel había terminado, pero la intriga y las maquinaciones apenas comenzaban.
William suspiro. Enzo no se quedaría así, el sabía que los Romano no habían quedado muy bien después de lo que paso. Andreas había bajado a cifras ridículas el valor en el mercado de la empresa y sus números descendieron por lo que cuando el, el abogado de Constantinos le “ofreció ” venderle la empresa Andreas acepto y se adueñó de todo el patrimonio de un simple papelazo.
Para Andreas no fue difícil. Constantinos le había dicho todo lo que tenía que saber sobre su empresa. Le había tendió esa confianza. Pero Andreas también y Constantinos no la había sabido valorar ¿por qué el lo haría?
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Tras el entierro de Anabel, Ashley regresó a la villa de Andreas, agotada y todavía enjugándose las lágrimas. En sus brazos, dormía el pequeño Constantinos, ajeno al dolor y la complejidad del mundo de los adultos. Al entrar, colocó al niño con cuidado en la cuna, una estructura de madera tallada que estaba en una esquina tranquila de la habitación, antes de buscar a Andreas para hablar.
En la sala, Andreas ya había servido un whisky para sí mismo, el líquido ámbar reluciente en el cristal. A la oferta de unirse a él en la bebida, Ashley negó con la cabeza, su mente todavía nublada por el dolor y el cansancio.
—No, gracias. No creo que pueda beber ahora —dijo suavemente.
Andreas encogió de hombros y vació el vaso de un trago, sus movimientos mostrando una familiaridad con el ritual del alcohol.
—Entiendo —murmuró, sirviéndose otro.
Ashley, sentándose en uno de los sofás lujosos, le agradeció a Andreas por su hospitalidad.
—Gracias por permitirme quedarme aquí estos días. Y... sé que realmente querías a Anabel.
Andreas, con el vaso en la mano, la miró fijamente antes de asentir levemente.
—Anabel significó mucho para mí —admitió, su voz baja.
—Pero necesito volver a la universidad —continuó Ashley, entrelazando los dedos en su regazo—. Tengo que retomar mi vida, por difícil que sea.
Andreas se acercó a ella, su presencia imponente. A corta distancia, su atractivo era innegable; alto y de complexión atlética, con cabello oscuro peinado hacia atrás y ojos penetrantes que destilaban una energía sensual y un magnetismo difícil de ignorar. Su camisa, ligeramente desabotonada, revelaba un atisbo de su pecho musculoso, y cada uno de sus movimientos irradiaba una fuerza controlada y una seducción casi palpable.
—Quédate un poco más, Ashley —dijo Andreas, su voz suave pero firme—. No hay prisa por volver.
Ashley sintió la intensidad de su mirada, consciente de la cercanía y el poder que emanaba de él.
—No puedo, Andreas. Mi lugar está en la universidad, no aquí —respondió, aunque su voz vaciló ligeramente bajo su escrutinio.
—Puedo hacer que sea más fácil para ti —insistió Andreas, inclinándose hacia ella—. Quédate, y no solo me ocuparé de tus gastos aquí, sino que también pagaré tu educación cuando regreses, por el tiempo que yo decida.
La oferta dejó a Ashley momentáneamente sin palabras. La generosidad era tentadora, pero también la cadena de un compromiso no dicho, un lazo que podría atarla a Andreas y a su mundo de maneras que apenas comenzaba a entender.
—Eso es muy generoso de tu parte, Andreas —dijo finalmente, después de un largo silencio—. Aceptaré, pero solo temporalmente.
Andreas sonrió, satisfecho, su rostro iluminándose con un triunfo apenas oculto. Algo en esa sonrisa hizo que Ashley sintiera una corriente de precaución, pero la decisión estaba tomada. Se quedaría un poco más en la órbita de Andreas, navegando el delicado equilibrio entre gratitud y cautela.