A veces, la vida nos juega una mala pasada. Nos hace probar el dulce néctar del amor, para luego arrebatárnoslo como si fuera una burla. Ésta historia le pertenece a ellos, aquéllas dos almas condenadas a amarse eternamente, Ace e Isabella.
—¿Seguirás amándome en la mañana?.
—Toda la vida, mi amor...
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Capítulo 2
Las horas pasaron y ahora estaba más tranquila.
Mientras le pelaba una manzana, no pude evitar pensar en porque no me habló de su enfermedad.
—Amor mío... –Dije con suavidad, y sus preciosos ojos se posaron en los míos–. El doctor me contó algo interesante... –Murmuré y él se tensó–.
—¿Qué te contó, hermosa? –Cuestionó, tomando mis manos entre las suyas–. Dime, ¿De qué te enteraste? –Murmuró acercándome a el–.
Me acosté a su lado, acurrucándome en sus brazos.
Siempre encontraba consuelo en sus brazos, mi esposo es mi lugar seguro, mi refugio, mi paz.
—Amor mío... –Susurré, ocultando mi rostro en la curva de su cuello–. El doctor me puso al tanto de tu enfermedad. –Admití–.
Mi esposo guardó silencio, y sentí como sus brazos se sujetaban con fuerza.
—¿Por qué no me lo dijiste? –Murmuré–. ¿Tienes idea de cómo me sentí cuando el médico me dijo que tenías cáncer pulmonar? –Mi voz se cortó–.
—Lo siento... –Habló en voz baja, acariciando mi cabello–. No quería preocuparte, mi amada. Tampoco quería decepcionarte... –Murmura, acercándome aún más–. Sé cuánto deseabas que tuviéramos hijos, y yo no tuve la valentía para decirte sobre mi enfermedad. No tuve la valentía de decirte que no puedo darte hijos porque me voy a morir, cuándo me enteré ya era tarde. Ya acepté que no voy a vivir mucho, pero no puedo aceptar que no volveré a ver tu precioso rostro, ni escuchar tu hermosa risa y, lo que más me duele que es no voy a poder ver más tus hermosos ojos violetas que tanto me fascinan.
Se me forma un nudo en la garganta al escucharlo decir esas palabras.
—No digas eso, mi amor. –Murmuré, abrazándolo con fuerza–. No vas a morir, vas a vivir hasta que seamos muy, muy viejitos. Tendremos muchos hijos, y viviremos felices por la eternidad. Tú y yo. –Afirmé, a pesar del temblor en mi voz–.
Él soltó una risita suave, mientras llenaba de besos mi mejilla.
—Sí, es cierto... –Susurró, frotándo su nariz en la curva de mi cuello–. Tú y yo, por siempre jamás.
Luego de ese día, mi esposo comenzó con el tratamiento. Claro que nuestras esperanzas eran nulas debido a lo avanzada de que estaba la enfermedad. Pero, no importaba. Mi esposo iba a lograrlo. Iba a sobrevivir y seríamos felices el resto de nuestras vidas.
Estaba segura.
No pasó mucho, quizás al rededor de un mes. Tan sólo pasó un mes cuándo la enfermedad ya estaba pasándole factura.
Mi esposo había colapsado varias veces y, debido a la quimioterapia, su cuerpo se volvió más débil.
Perdió su cabello, y se veía muy delgado.
Tan vulnerable.
—Mi hermosa esposa... –Habló en un murmullo, mientras tomaba mi mano entre las suyas–.
Lo observé y sonreí.
—¿Qué ocurre, amor mío? –Acaricié en círculos el dorso de su mano, con suavidad–.
Él simplemente sonrió dulcemente y negó.
—Nada importante, sólo quería ver tu precioso rostro una última vez. –Murmuró, acariciando mi rostro–.
Instantáneamente un nudo se formó en mi garganta.
Pero no me permití estar triste.
Sonreí, porque mi esposo debía permanecer fuerte. Y, para eso, yo debía estar fuerte también.
—Sí, amor mío... Estás viendo mi precioso rostro. –Sonreí–. Y volverás a ver éste rostro mañana, y el día siguiente a ese, y el siguiente de ese. Y así sucesivamente hasta la eternidad. –Besé su mano–.
Él sonrió y asintió.
—Tienes razón, mi hermosa esposa. –Me atrajo hacia él, y depósito un suave beso en mis labios–. Te amo demasiado, ¿Sabes eso? –Preguntó, abrazándome–.
—¿Saberlo? –Sonreí–. Me lo dices todos los días. –Solté una risita, y mi esposo rió conmigo–. Pero, lamento informarte que no me amas tanto como yo a ti. –Presumí, y él enarcó una ceja–.
—¿Es así? ¿Acaso mi hermosa esposa está compitiendo conmigo? –Bromeó–.
—¡No es una competencia! –Reí, abrazándolo–. Pero si lo fuera, yo ganaría. –Declaré–.
—Ah, mi esposa es una descara. –Dijo riendo mientras me abrazaba–.
Nos quedamos en silencio un momento, simplemente llenando nuestras almas de la compañía del otro.
Mi esposo acariciaba mi cabello, mientras yo lo observaba atentamente.
Él se veía adorable.
Estaba agotado, eso era seguro. Lo supe porque poco a poco sus párpados comenzaban a cerrarse.
—Isabella... –Llamó mi nombre en apenas un susurro–.
—¿Sí? ¿Qué ocurre, amor mío? –Pregunté, con mis ojos puestos en su precioso rostro–.
—¿Seguirás amándome en la mañana? –Murmuró, abriendo sus ojos para observarme, y yo sonreí–.
—Toda la vida, mi amor. –Admití, besando cada parte de su rostro–.
Él sonrió mientras me abrazaba.
—Toda la vida... –Suspiró, repitiendo mis palabras mientras cerraba los ojos–.
Me acurruqué en sus brazos.
—Sí, cielo mío... Toda la vida... –Afirmé–. ¿Y tú? ¿Seguirás amándome en la mañana? –Cuestioné con una sonrisa, pero mi esposo no respondió–. ¿Amor mío? –Levanté la vista, para encontrarme con mi esposo con sus preciosos ojos cerrados–.
—Cariño... Despierta, mi cielo. No puedes dormir ahora, pronto tienes que ir a tratamiento. –Lo moví suavemente, pero no obtuve respuesta–.
Mi corazón comenzó a latir rápidamente.
—Amor mío... Despierta... –Lo sacudí con más fuerza y, una vez más, no hubo respuesta–.
Había pasado alrededor de un mes. Tan sólo pasó un mes désde que supe de la enfermedad de mi esposo.
Un mes désde que comenzamos con el tratamiento.
Y un sólo mes bastó, para que la enfermedad lo venciera.
Mi esposo dejó éste mundo el 21 de agosto de 2024, a los 40 años de edad.
Murió mientras dormía.