Princesa Demonio.

**Diosa Mística**: "Mi querida niña, tú eres la única a quien otorgué mi bendición. Aunque muchos la llamaron una maldición, quizá porque te di el don de la oscuridad, el más poderoso de todos. Es el don necesario para ganar mil batallas. ¿De verdad creíste que Pricilla, con su poder de luz, podría superar la guerra? Ese poder no fue mío, sino un regalo de Besalber, la diosa rival. Tú eres quien verdaderamente tiene la fuerza para vencer.

"El hombre que se hacía llamar tu padre pagará con creces por lo que te hizo. Yo estaba allí, con cada golpe que recibiste, con cada lágrima que brotó de tus ojos, aunque no pude hacer nada. ¿Sabes por qué? Porque no estábamos en sintonía; cuando eras una niña, Alejandro, bajo la influencia de Clarisa, selló tu poder para evitar que opacaras a su hija. Clarisa vio en ti un obstáculo para los planes que tenía para su hija y decidió sellar tu verdadera esencia y tu voluntad, dejándote indefensa, sensible y vulnerable."

**Lila**: "Pero ahora no puedo hacer nada… todo ha terminado."

**Mística**: "Oh, claro que puedes. Pero antes, quiero que mires en mi bola de cristal."

Me acerqué a la esfera y, a medida que observaba las imágenes que proyectaba, sentí que una furia sobrehumana crecía en mí. Vi cómo Clarisa había pagado para que quemaran la torre donde vivíamos mi madre, mi hermano y yo. Fragmentos de nuestro pasado surgían frente a mí como puñaladas. Vi cómo le daba gotas envenenadas al emperador para seducirlo, cómo humillaba a mi madre mientras ella, Clarisa, sonreía. Pricilla también usaba esas gotas para manipular a los hombres, y por eso siempre tenía tantos pretendientes. Vi cómo manipulaba a sus sirvientas para crear rumores que me ensuciaban, cómo sembraba odio contra mí.

Ahora lo veía claro. Mi vida había sido una pesadilla. Mi madre, la Diosa Mística, pasó la mano por la bola de cristal y me mostró el futuro. Bajo el reinado de Pricilla y Sebastián, el imperio se desmoronaba. Sebastián se sumía en el alcohol mientras Pricilla buscaba consuelo en otros hombres, una villana sin escrúpulos. La gente, sufriendo y muriendo de hambre, clamaba perdón por sus errores del pasado: "Perdónanos, Lila, matamos a la hija de la Diosa y ahora pagamos por ello."

Vi a mi padre, a Clarisa y a Pricilla maldiciendo mi nombre. Y luego vi a Damián, que irrumpía en el escondite de ellos y acababa con cada uno.

**Lila**: "¿Por qué…?"

**Mística**: "¿Te preguntas quién es Damián? Es el hombre que yo elegí para ti. Desde el momento en que te conoció, supo que eras la mujer que necesitaba a su lado. Él es el heredero del imperio vecino y se unió a la guerra contra Mística para vengarte. Desde hace años, soñaba contigo. Le mostré tu rostro en sueños, y desde entonces ansiaba encontrarte."

**Lila**: "No sabía…"

**Mística**: "Yo no soy una diosa que aboga por la compasión hacia los enemigos. Si los que se llaman mis hijos deben defenderse, que lo hagan con fuerza, sin miedo a nada ni a nadie. Tú eres mi digna hija, una princesa demonio. Lleva ese título con orgullo y no permitas que te lastimen. Esta vez, hazlo bien."

**Lila**: "No te decepcionaré, madre. Buscaré la justicia por todo lo que me han hecho. Aquellos que me dañaron merecen sufrir y, cuando caigan, los hundiré aún más. Iré por todos ellos."

**Mística**: "Así es. No tengas compasión. Protege a quienes no te hicieron daño, pero a los que te traicionaron, muéstrales la furia de mi verdadero linaje. Y disfruta de esta nueva oportunidad."

La luz de la esfera se apagó, y una mariposa brillante apareció frente a mí, posándose en mis manos. Sentí un temblor recorrer mi cuerpo, y, de repente, todo se volvió oscuro. Al abrir los ojos, estaba de regreso en mi habitación. Miré mis manos; parecía haber retrocedido en el tiempo. Tenía el cuerpo de una niña de doce o trece años, y comprendí que tenía una segunda oportunidad.

Corrí, descalza, hacia la habitación de mi madre. Eran las cinco de la mañana y ella dormía. Sin poder contener las lágrimas, me lancé sobre ella.

—¡Mamá, mamá, te amo! —le dije, abrazándola como si todo pudiera desvanecerse.

—Mi niña, ¿no crees que ya eres grande para esto? —dijo, riendo.

—Nunca seré lo suficientemente grande para dejar de abrazarte.

La puerta se abrió y apareció mi hermano Alexis, con su habitual expresión de escepticismo.

—¿Qué ocurre aquí? —preguntó mi hermano.

Sin pensarlo, corrí hacia él y lo llené de besos.

—¡Hermano! Te extrañé tanto.

—Lila, anoche cenamos juntos como siempre. ¿Te volviste loca?

No le presté atención. Solo quería abrazarlo y prometerle, en silencio, que esta vez protegería a mi familia. No permitiría que nada ni nadie nos lastimara.

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