Alana se siente atrapada en una relación sin pasión con Javier. Todo cambia cuando conoce a Darían , el carismático hermano de su novio, cuya mirada intensa despierta en ella un amor inesperado. A medida que Alana se adentra en el torbellino de sus sentimientos, deberá enfrentarse a la lealtad, la traición y el dilema de seguir su corazón o proteger a aquellos que ama.
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Graduación
El día finalmente había llegado. La graduación. Lo único que había estado esperando durante semanas. Quería cerrar este capítulo de mi vida y empezar de nuevo. Todo lo que había pasado en este ultimo mes, los malentendidos, las emociones confusas… ya no podía esperar más a que todo terminara. No era exactamente el momento más emocionante para mí, pero al menos sabía que un nuevo comienzo estaba cerca.
Me levanté temprano esa mañana y me dirigí directamente al clóset para buscar algo que ponerme. Mi madre ya estaba despierta, preparándose también. Este no era el baile, solo la ceremonia para recibir nuestros certificados, así que opté por un vestido corto y sencillo. Algo elegante, pero no demasiado llamativo. Me lo puse con calma, ajustando los pequeños detalles frente al espejo mientras intentaba tranquilizar mi mente. Quería que todo pasara rápido, que el día terminara cuanto antes.
Al bajar, mi madre estaba esperándome en la sala, con una sonrisa de orgullo que me hizo sentir una punzada en el pecho. Sabía que este día era importante para ella, más que para mí, quizá. Me saludó con una cálida sonrisa y sin decir nada más, salimos hacia la escuela.
El trayecto fue tranquilo, con el suave murmullo de la radio de fondo. Yo, inmersa en mis pensamientos, no podía dejar de preguntarme cómo sería ver a Javier hoy. Sabía que estaría allí, pero lo último que quería era encontrarme con él y que se armara una situación incómoda.
Cuando llegamos a la escuela, el ambiente era una mezcla de nervios y alegría. Los estudiantes estaban por todas partes, algunos con sonrisas brillantes, otros revisando frenéticamente sus atuendos. Mi madre se dirigió a su asiento en la parte destinada para los padres, mientras yo me dirigía al grupo de mis amigos.
—¡Ahí estás! —exclamó mi amiga, abrazándome con entusiasmo—. ¡Por fin acabamos!
—Sí, ya era hora —le respondí, intentando sonreír, aunque en el fondo sentía que estaba más aliviada que feliz.
Nos ubicamos en un rincón para conversar, esperando a que comenzara la ceremonia. Todo parecía ir bien hasta que mis ojos captaron a Javier, al otro lado del lugar. Estaba con aquella chica, la misma con la que lo había visto la última vez en la escuela. Estaban rodeados de más amigos, riendo, completamente ajenos a mi presencia. Sentí un nudo en la garganta, pero me forcé a apartar la vista y a concentrarme en mi amiga.
—¿Estás bien? —me preguntó ella, notando que había perdido la concentración por un momento.
—Sí, sí, todo bien —mentí, forzando una sonrisa.
Comenzaron los discursos. Los directores, los profesores, cada uno diciendo lo típico: felicitaciones, buena suerte en el futuro, el fin de una etapa importante. Las palabras pasaban como un murmullo de fondo mientras yo miraba hacia el escenario, esperando a que empezaran a llamar nuestros nombres.
Cuando finalmente comenzó la parte de los certificados, todos estábamos más atentos. Uno por uno, los nombres fueron siendo llamados, y los estudiantes subían al escenario con una sonrisa nerviosa o una risa contenida. Cuando dijeron mi nombre, sentí el corazón acelerarse por un segundo, pero subí al escenario con una sonrisa de satisfacción. Recibí mi certificado, posé para la foto de rigor y bajé rápidamente.
Luego de que todos recibimos nuestros certificados, llegó el momento de las fotos grupales. Nos organizamos rápidamente en grupos, tomándonos fotos con amigos, con profesores, con todos aquellos que habíamos conocido a lo largo de estos años. Mis amigas y yo nos lanzamos a las cámaras con sonrisas y poses divertidas, aprovechando cada momento. Pero, aunque intentaba sonreír y disfrutar del instante, no podía dejar de sentir esa opresión en el pecho cada vez que veía a Javier cerca, riendo y bromeando con aquella chica.
—¡Vamos, tenemos que hacernos una foto con todos! —dijo mi amiga, jalándome hacia el grupo.
Asentí, sin muchas ganas, pero dejé que me arrastrara. Hicimos lo típico: las fotos con los brazos sobre los hombros de los demás, sonriendo como si no hubiera nada más en el mundo. Pero en el fondo, lo único que quería era que terminara el día.
Después de las fotos grupales, algunos de mis amigos comenzaron a hablar de la fiesta de esa noche. No era el baile oficial, pero muchos de los graduados planeaban ir a algún sitio para celebrar. Mi amiga me miró con expectación, pero sabía que no tenía intención de ir.
—¿Vas a venir a la fiesta esta noche? —preguntó ella, con una sonrisa cómplice—. ¡Tienes que venir, va a estar increíble!
Negué con la cabeza.
—Creo que no —respondí—. No estoy de humor para fiestas.
—¿Estás segura? Podríamos ir un rato, relajarnos después de todo esto.
—No, en serio. Prefiero descansar. Ha sido un día largo.
Ella suspiró, resignada, pero no insistió más. Sabía que desde todo lo que había pasado con Javier, yo no estaba en el mejor de los ánimos.
El resto de la ceremonia pasó rápidamente, y antes de darme cuenta, ya estaba despidiéndome de algunos compañeros, abrazando a aquellos que probablemente no volvería a ver después de la graduación. Mientras caminaba hacia la salida con mi madre, sentí una mezcla de alivio y tristeza. Era el fin de una etapa importante, pero también el comienzo de algo nuevo.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó mi madre mientras caminábamos hacia el auto.
—No sé… aliviada, supongo —le respondí, mirándola con una pequeña sonrisa—. Estoy lista para lo que viene.
Ella me sonrió, como si entendiera perfectamente. Sabía que no había sido un año fácil para mí, y me alegraba tenerla a mi lado en ese momento.
Llegamos a casa después de lo que me pareció un día interminable. Subí a mi habitación, me quité el vestido y me desplomé en la cama. Cerré los ojos, tratando de despejar mi mente de todo lo que había sucedido. Quería olvidar por un momento a Javier, la graduación, la incertidumbre sobre lo que vendría después.
Pero entonces, el recuerdo de ese beso con Darian apareció de nuevo en mi mente. El beso que no debería haber pasado, el beso que había estado intentando ignorar desde que ocurrió. Ahora, todo era confuso. Y aunque lo intentaba, sabía que no podía seguir evitando la realidad por mucho más tiempo.
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El peso de la noche caía lentamente sobre la ciudad mientras me levantaba de la cama sin rumbo claro. Todo dentro de mí era una tormenta de emociones que no podía controlar, y antes de darme cuenta, ya me estaba poniendo una chaqueta sin saber realmente qué estaba tratando de hacer. Era como si algo dentro de mí necesitara moverse, salir, escapar. Salí de casa con pasos rápidos y decididos, aunque no tenía ni idea de hacia dónde iba.
El aire frío de la tarde golpeaba mi rostro mientras caminaba por las calles vacías. La sensación de vacío en mi estómago me recordaba que no había cenado, pero ni eso me importaba en ese momento. Me encontré yendo en dirección a la casa de Javier, casi sin pensarlo. Algo en mi mente me impulsaba a ir allí, aunque sabía que probablemente no debería.
Cuando llegué a la esquina de su calle, me detuve. Ya era tarde, y aunque la casa de Javier estaba a la vista, algo me hizo dudar. Justo cuando iba a dar un paso más, vi algo que me hizo congelarme. En la puerta de la casa, una figura familiar. Era la chica con la que lo había visto en la graduación, la misma que me había hecho sentir incómoda y distante. Estaba parada allí, y no estaba sola por mucho tiempo.
Javier salió por la puerta poco después, luciendo relajado, sonriendo mientras hablaban de algo. Mis piernas se movieron por reflejo, y antes de que me diera cuenta, me había escondido detrás de un arbusto cercano. Sabía que lo que estaba haciendo no tenía sentido, pero en ese momento no podía evitarlo. Observé cómo se alejaban, caminando juntos, riendo como si nada en el mundo los perturbara. El eco de sus voces felices me resonaba en los oídos, y el dolor que había estado reprimiendo todo el día comenzó a brotar de nuevo.
Me di la vuelta, decidida a irme antes de que cometiera algún error, pero antes de poder dar un paso más, un brazo firme me rodeó la cintura, y una mano cubrió mi boca, ahogando el grito que iba a escapar de mis labios. El pánico me recorrió el cuerpo mientras intentaba liberarme, hasta que una voz familiar susurró cerca de mi oído.
—Tranquila, soy yo —era Darian.
Solté un suspiro aliviado mientras él me soltaba lentamente. El alivio, sin embargo, duró poco, porque la intensidad en sus ojos era desconcertante.
—¿Qué estás haciendo aquí? —me preguntó, en voz baja, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de curiosidad y algo más que no podía identificar.
No respondí de inmediato, todavía algo temblorosa por la sorpresa.
—¿Estás espiando a mi hermano? —añadió, su tono ligeramente burlón, pero también serio.
Negué con la cabeza, pero sabía que no iba a creerme.
—No estaba espiando a nadie —dije, intentando mantener la compostura—. Solo estaba… aquí, y ya me voy.
Darian se cruzó de brazos, mirándome con una expresión que me hizo sentir expuesta, como si pudiera leer cada uno de mis pensamientos.
—Claro, por eso estabas agachada detrás de un arbusto como una criminal de película mala —replicó, con una media sonrisa en sus labios.
Me irritaba su tono, pero no podía culparlo. Era evidente que me había encontrado en una situación que no tenía ninguna justificación lógica. Resoplé y traté de apartarme para irme.
—No importa lo que creas, Darian. No te debo explicaciones. No somos nada —solté con firmeza, sintiendo cómo el peso de las últimas semanas se acumulaba en mi voz.
Mis palabras parecieron golpearlo de alguna manera, porque su expresión cambió. Por un segundo, pensé que se pondría a la defensiva o que soltaría algún comentario sarcástico, pero en lugar de eso, su rostro se volvió serio, casi sombrío.
—¿Por qué has estado evitando mis mensajes? —preguntó, sin moverse—. ¿Por qué me has estado evitando a mí?
Lo miré a los ojos, intentando encontrar una respuesta que no fuera una completa mentira. No sabía cómo explicarle lo que sentía, porque ni siquiera yo lo entendía del todo. Había tantas emociones confusas atadas a Darian, a ese beso, a lo que había sucedido esa noche. Pero no podía simplemente decirle eso.
—No tengo que explicarte nada —repetí, esta vez con menos fuerza.
Él dio un paso hacia mí, más cerca de lo que me sentía cómoda. Su presencia era abrumadora, y eso me hacía sentir aún más tensa. Intenté retroceder, pero él me miraba fijamente, esperando una respuesta.
—Eres increíblemente terca —dijo, sacudiendo la cabeza como si hablara consigo mismo—. Siempre tienes que ser tan dura, ¿verdad?
—No soy terca. Solo sé lo que quiero —contesté, aunque en realidad, no estaba tan segura de eso.
—Y también sabes lo que no quieres —respondió él, su tono algo más suave ahora—. Pero aquí estás, ¿no?
Sentí cómo su mirada me atravesaba, y de alguna manera, lo que dijo tenía razón. No debería haber estado allí en absoluto, pero algo me había llevado a esa situación. Sabía que era mejor alejarme de todo lo relacionado con Darian, pero cada vez que intentaba poner distancia, parecía que acababa volviendo al mismo punto.
Decidida a no dejar que esto continuara, me giré de nuevo para irme.
—Voy a casa —dije, cortante—. Y no necesito que me acompañes.
Darian dejó escapar un suspiro pesado.
—Siempre tienes que hacerlo todo por tu cuenta, ¿verdad? —dijo, su tono mezclando exasperación y una leve sonrisa.
—No es asunto tuyo —respondí rápidamente, comenzando a caminar por la calle con pasos rápidos. Sabía que me seguiría, pero intenté ignorarlo.
—Lo sé, pero eso no significa que voy a dejar que camines sola de noche —replicó mientras me alcanzaba fácilmente—. Terca y testaruda. ¿Alguna vez dejarás de actuar como si fueras intocable?
Me detuve abruptamente, mirando hacia el cielo, como si buscara la paciencia necesaria para no responderle de manera hiriente.
—No soy intocable, solo no necesito tu compañía —le dije, pero ya sabía que no iba a ganar esta discusión.
A pesar de todo, Darian se mantenía firme a mi lado mientras caminábamos hacia mi casa. El silencio entre nosotros era denso, pero no incómodo. Era como si ambos tuviéramos tantas cosas que decir, pero ninguno quisiera ser el primero en romper esa barrera.
Cuando llegamos a mi casa, me detuve frente a la puerta, sin saber qué más decirle.
—Gracias por acompañarme, supongo —murmuré, sintiéndome incómoda al agradecerle algo tan simple.
Darian me miró fijamente, como si quisiera decir algo más, pero en lugar de eso, solo asintió.
—Cuídate. —dijo, y por un momento, sus ojos no mostraban arrogancia ni sarcasmo, solo sinceridad.
Me quedé mirándolo mientras se alejaba, preguntándome una vez más qué era lo que realmente estaba sucediendo entre nosotros. Era imposible de descifrar.