Amaris creció en la ciudad capital del magnífico reino de Wikos. Como mujer loba, fue entrenada para proteger su reino por sobre todas las cosas ya que su existencia era protegida por la corona
Pero su fuerza flanquea cuando conoce a Griffin, aquel que la Luna le destino. Su mate que es... un cazanova, para decirlo de esa manera
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Cazador en la Oscuridad
El aire frío de la mañana envolvía a Griffin mientras preparaba a su caballo para el largo viaje. Las riendas estaban bien atadas, y su montura, un corcel negro de pelaje brillante llamado Azrael, relinchaba impaciente. Amanecer se desvanecía detrás de él mientras cabalgaba en dirección al norte, hacia los confines oscuros del reino, donde la luz del día apenas alcanzaba y los horrores de la noche reinaban.
Había recibido su misión en el brasero sagrado, el fuego morado de Herodio le había mostrado las tierras plagadas de vampiros. Una aldea aislada, casi olvidada, asolada por criaturas nocturnas que bebían la sangre de los vivos. Griffin ya había cazado antes a estas bestias, pero cada misión era distinta. El olor a muerte, el miedo de los aldeanos, la oscuridad que se cernía sobre esos lugares… todo le recordaba la tragedia que había sufrido en su niñez, cuando los rebeldes le arrebataron a su familia.
Azrael avanzaba con paso firme por los caminos de tierra, y el paisaje iba cambiando lentamente. Al principio, los campos dorados de Amanecer se extendían en todas direcciones, los cultivos ondulaban al viento como un mar tranquilo. Pero conforme avanzaba hacia el norte, las tierras se volvían más desoladas, los árboles más retorcidos y el aire más pesado a medida que la nieve eterna tomaba poder sobre las tierras. El sol comenzaba a perder su brillo, y una neblina gris cubría el horizonte.
El viaje duraría 4 días, dos de ida, y dos de vuelta. La primera noche, Griffin acampó bajo el manto estrellado del cielo. Encendió una pequeña fogata y se sentó cerca, con la mirada fija en las llamas. Herodio, el dios de la luz y el fuego, lo había salvado cuando todo parecía perdido. Y ahora, era su apóstol, su brazo ejecutor, aquel que purgaría el mal de la tierra con la llama sagrada. Su espada descansaba junto a él, oculta bajo una envoltura simple. A simple vista, parecía una espada común, pero Griffin sabía que, en el momento en que la desenvainara, la verdad se revelaría.
Mientras las llamas danzaban, recordó su primer encuentro con Herodio. Los rebeldes habían destruido su hogar, y él, un niño huérfano, había sido encontrado por sacerdotes. Pero no fue la piedad lo que lo salvó, sino el destino. Herodio le había dado una misión, le había otorgado una razón para seguir viviendo: erradicar a las criaturas de la oscuridad que infectaban el reino.
La segunda jornada transcurrió sin complicaciones, pero el ambiente se volvía más frio. Los pueblos que pasaba eran pequeños, llenos de campesinos que lo miraban con temor o curiosidad, sabiendo que un cazador de recompensas como él no siempre significaba buenas cosas, habia idiotas que liberaban maldiciones enormes o bastardos sedientes de sangre que mataban a las multitudes, otros eran jodidamente ricos, pero todos concordaban en algo. Eran poderosos, como él. La presencia de los vampiros se sentía en el aire. Incluso Azrael, un animal entrenado para no temer la batalla estaba inquieto. Pero Griffin no dejaba que eso lo afectara. Su fe en Herodio lo guiaba. Sabía que la luz siempre prevalecería sobre la oscuridad.
En la segunda noche, Griffin llegó a la aldea marcada por el brasero sagrado. Era un lugar sombrío, con casas de madera y adobe que parecían estar a punto de desmoronarse. Las ventanas estaban selladas con tablas, y el silencio reinaba en las calles. No había risas, ni el bullicio de un pueblo vivo. Solo el viento y, de vez en cuando, el lamento de un alma perdida en la distancia.
Griffin dejó a Azrael en los establos vacíos y se dirigió hacia la taberna del pueblo, el único edificio que aún mostraba signos de actividad. Dentro, algunos aldeanos se refugiaban del horror que acechaba afuera. Sus rostros estaban marcados por el miedo y la desesperanza. En cuanto Griffin entró, todas las miradas se posaron en él. Él solo sonrío alzando las cejas mientras se acercaba al tabernero
Todo el lugar lleno de mesas con un brasero enorme estaba en silencio, los bardos apenas tocaban canciones, temerosos de que el ruido les traiga desgracia. Griffin se sentó en la barra y pidió hidromiel, dejando 2 monedas de bronce en la mesa
— ¿Qué haces aquí, viajero? — pregunto el anciano que limpiaba una taza de metal mirándolo con los ojos entrecerrados. Su armadura ligera, sus armas, todo eso mostraba que era alguien peligroso y solo los aventureros y los guardias andaban con tanto — ¿Qué buscas en esta tierra desolada?
— Busco un cuerpo que caliente mi cama y dinero para vivir como quiera — Dijo él de manera tranquila bebiendo el alcohol que calentó su cuerpo — Dime viejo ¿Hay algo aquí que valga la pena?
El anciano intercambió miradas con los demás aldeanos, que parecían al borde del pánico. Finalmente, habló en un tono bajo, como si temiera que las criaturas pudieran oírlo. Ellos no debían saber que él sabia de los vampiros, las visiones de su señor eran secretas
—Mira joven, aquí hay…Vampiros — dijo el nombre temblando como si lo seres fueran a aparecer de la nada — Viven en las ruinas del viejo monasterio, al este del pueblo. Hace años que ese lugar ha sido maldito. Nadie se atreve a acercarse.
— ¿Un monasterio? Se que los monjes guardan buenas cosas — Murmuro haciendo su acto. La arrogancia era algo que todo el mundo conocía. El parecer ignorante y soberbio mantenía a salvo su secreto y, para que negarlo, si lo era. Solo el poderoso podía ser arrogante y su señor era insuperable, mientras estuviera en su gracia, nada en este mundo podía ser rival para él
Se levantó, revisó su equipo, y cuando la luna llena estaba alta en el cielo, montó de nuevo a Azrael, cabalgando hacia las ruinas. La noche era fría, pero su corazón ardía con la determinación de su misión. No había lugar para el miedo. Sabía que su espada sagrada lo protegería.
Las ruinas del monasterio se alzaban como un esqueleto de piedra en medio de la oscuridad. Las antiguas paredes estaban cubiertas de musgo, y la estructura se veía abandonada, excepto por la energía maligna que emanaba de su interior. Griffin desmontó y avanzó a pie, con la espada aún envainada.
Cuando llegó al umbral, lo sintió: el aire se volvió más denso, y el hedor a sangre y muerte lo envolvió. Desenvainó su espada. Al contacto con el aire, la hoja comenzó a brillar con una luz dorada y cegadora, que iluminó las sombras a su alrededor. Herodio estaba con él.
Los primeros vampiros emergieron de las sombras. Eran criaturas delgadas, de piel grisácea y ojos rojos como el fuego infernal. Sus colmillos brillaban bajo la luz de la espada, y siseaban como bestias rabiosas.
El primero se lanzó hacia él con velocidad sobrehumana, pero Griffin giró sobre sus talones, y con un solo corte, la espada atravesó la carne podrida de la criatura. Al instante, su cuerpo comenzó a arder. El fuego de Herodio consumía a los no-muertos con un brillo purificador, y en cuestión de segundos, el vampiro fue reducido a cenizas.
El segundo lo atacó desde el lado izquierdo, pero la espada de Griffin destelló nuevamente. Esta vez, la luz fue tan intensa que los ojos de la criatura se quemaron al contacto. El vampiro gritó de dolor, sus manos aferrándose a su rostro antes de caer al suelo, donde fue terminado con un golpe certero.
Uno tras otro, los vampiros se abalanzaron sobre él, pero la luz de la espada los dejaba ciegos, indefensos ante los cortes mortales que seguían. La batalla fue brutal, y aunque las criaturas luchaban con desesperación, sabían que no podían vencer a Griffin mientras empuñara la espada sagrada.
La sangre negra de los vampiros manchaba el suelo a su alrededor, pero Griffin no sentía cansancio. Herodio guiaba sus movimientos, y cada golpe era certero, cada enemigo caía antes de poder siquiera tocarlo. El último vampiro, más grande que los otros, se lanzó sobre él con furia incontrolable, pero Griffin esquivó el ataque, giró sobre sus talones, y con un solo tajo, decapitó a la bestia. Su cuerpo se desplomó inerte mientras el fuego de la espada consumía sus restos.
La luz de la espada finalmente se apagó cuando el último vampiro fue reducido a cenizas. El monasterio volvió a sumergirse en la oscuridad, pero esta vez, la oscuridad era menos opresiva. Había cumplido su misión.
Busco en todo el monasterio. Los monjes solían prestar grandes sumas de dinero y cobraban altos intereses. Entre ruinas encontró un cofre lleno de monedas de oro que guardo en su bolsillo extensible. Una bolsa de cuero que habia conseguido de una bruja oscura que habia asesinado. Su magia permitía guardar todo lo que encontrara y no tuvo problemas en extenderlo hasta que todo el cofre estuvo adentro. Rebusco un poco mas encontrando collares y joyas que guardaría en su mochila para mostrar que habia conseguido ganancias
Con el amanecer aproximándose, Griffin volvió al pueblo. Los aldeanos lo recibieron con una mezcla de alivio y asombro. Volvió a entrar a la taberna pareciendo triunfal bajo la luz del amanecer que le daba las fuerzas de su señor. El anciano tabernero parecía impactado mientras dejaba un anillo de oro sobre la mesa, pidiendo su mejor hidromiel con una comida de carne cara, como alce y ternera
El hombre obedeció y al rato lo trajo, aceptando el anillo como pago mirándolo como si fuese un tesoro nacional. Después de evitar las lágrimas que querían salir, pregunto con voz temblorosa
— ¿Logro matarlos a todos, señor? — Griffin asintió sonriendo arrogante
— Claro que sí, esos imbécil nunca podrían contra alguien como yo – La arrogancia salía de sus labios con naturalidad. Alguien honorable daría sospecha, alguien arrogante provocaba rechazo y no buscaban saber mas de él y eso es lo que buscaba
El hombre asintió y la atmosfera se relajo de una manera increíble, las laudes comenzaron a sonar, las conversaciones se hicieron mas notorias y una mujer le miraba con ojos soñadores y apuntando a una habitación disponible
A la mitad del tercer día, comenzó el camino a Amanecer. El viaje de vuelta fue tranquilo, y mientras el paisaje cambiaba de nuevo, Griffin se permitió una breve sonrisa. Sabía que había hecho lo que debía. Habia ganado mucho dinero y un inicio de mañana fenomenal