PRIMER LIBRO DE LA SAGA.
Luciana reencarna en el cuerpo de Abigail una emperatriz odiada por su esposo y maltratada por sus concubinas.
Orden de la saga
Libro número 1:
No seré la patética villana.
Libro número 2:
La Emperatriz y sus Concubinos.
Libró número 3:
La madre de los villanos.
( Para leer este libro y entender todos los personajes, hay que leer estos dos anteriores y Reencarne en la emperatriz divorciada.
Reencarne en el personaje secundario.)
Libro número 4:
Mis hijos son los villanos.
Libro número 5:
Érase una vez.
Libro número 6:
La villana contraataca.
Libró número 7:
De villana a semi diosa.
Libro extra:
Más allá del tiempo.
Libro extra 2:
La reina del Inframundo.
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Capitulo 7 MARATÓN parte 2
Luego de que el emperador huyera del palacio de la emperatriz, todos ingresaron en silencio. Se encontraban en la gran mesa del comedor, esperando a ser servidos por los sirvientes. Tanto Bastian como Gael observaban con seriedad a los futuros concubinos.
—Explícame esto de los concubinos —dijo Bastian, mirando a su hermana con el ceño fruncido—. ¿Por qué decidiste ahora tomarlos?
—Porque, como le dije a Gael, al ser abandonada por mi esposo necesito a alguien que vele por mi seguridad y me proteja.
—Nos tienes a nosotros —dijo Gael con firmeza.
—Sí… —añadió Bastian, dudoso.
—¿Hasta cuándo? Además, me gustaría tener descendencia, y eso es algo que ustedes no pueden darme.
Eso era mentira. Nunca había querido tener hijos, pero necesitaba argumentos válidos para que dejaran de interrogarla.
—Si me permiten la intromisión —intervino Calixto Ferrer con calma—, creo que la emperatriz fue bastante astuta. El rey de los mercenarios, el conde más rico en ganadería y milicia, los hijos de los duques más importantes del imperio, el hijo del líder del pueblo, el hombre más famoso entre la aristocracia por sus teatros, el mejor guerrero y tirador del emperador, el heredero del Archiducado, el hijo del ministro de guerra y el heredero del ducado sustento del imperio… pienso que su elección no fue solamente por nuestras caras bonitas.
—Exacto —sonrió ella con satisfacción—. Aparte de lo atractivos que son cada uno de ustedes, busco poder y fuerza. Pero además, inteligencia. Me gusta estar rodeada de personas cultas e interesantes.
—Interesante harén —murmuró Damon Salvatierra con tono sarcástico.
—Ahora es su última oportunidad de decidir si quieren formar parte de él o no.
—A mí no me obliga nadie, Majestad —dijo Sebastián Méndez con convicción—. Quiero entrar en su harén porque siempre me ha parecido una mujer hermosa.
—En mi caso es lo mismo —afirmó Gustavo Prieto—. Siempre la miré con respeto y admiración.
Seis más expresaron su acuerdo con palabras similares, excepto uno.
—¿Y tú? —preguntó la emperatriz, dirigiéndose al único que permanecía en silencio.
—No la voy a adular, Majestad. Sí, es hermosa y puede tener muchas virtudes. Pero el motivo por el cual estoy aquí es para vengarme del emperador.
El silencio llenó la sala. Todos esperaban una explicación hasta que la voz de Abigaíl rompió la tensión.
—¿Venganza? Bueno, tenemos una meta en común. ¿Cuál sería tu motivo?
Al ver que él la miraba fijamente sin responder, continuó con tono sereno.
—Tranquilo, no es como si fuera a correr a contárselo. El motivo de mi venganza es la humillación. Sé que las concubinas son legales, pero el muy desgraciado me obligó a convivir con ellas. Me redujo a nada. Al ver que no tenía valor ni como esposa ni como emperatriz, ellas me robaron a todos mis empleados, dejándome en la ruina. Jamás se interesó por mí, pero permitió que me maltrataran, me humillaran… incluso intentaron asesinarme. El último intento casi me mata. No, mejor dicho, morí. La emperatriz inútil que conocieron ya no existe. Esa Abigaíl que esperaba a que viniera a salvarla se murió. Ya no espero a nadie. Puedo defenderme sola, pero igual los necesito a ustedes. Quiero verlo humillado, arrastrado, pidiéndome clemencia. Y ahí, justo ahí, estaré satisfecha.
—Vaya, Abi... me pareció estar escuchando a tu madre —comentó Luna con una mezcla de admiración y tristeza.
—Solo Dios sabe qué tanto te hizo ese bastardo para que terminaras con tanto odio hacia él —murmuró Bastian.
—Sedujo a mi hermana, la embarazó y, cuando la guerra estalló y tuvo que aliarse con su imperio, la abandonó. Murió de angustia con su hijo en el vientre. No tengo rencor hacia ustedes, es evidente que lo odian tanto o más que yo. Pero quiero humillarlo, y esta es mi oportunidad. Así que acepto su propuesta, Majestad.
—Lamento lo de tu hermana. No debió ser fácil para ti. Pero si algo puedo prometerte, es que lo veremos humillado juntos.
—¿No temes que los empleados hablen de tus planes, o incluso alguno de nosotros? —preguntó Sebastián con desconfianza.
—No. Los empleados son de confianza. Mis hermanos los trajeron de su imperio. Y ustedes, bueno… cada uno por una u otra razón odia a Steven, ¿cierto?
—Vuelvo y repito: astuta —intervino Calixto nuevamente, con una sonrisa ladeada.
—Gracias. Me gusta que halaguen mi inteligencia. Bueno, disfruten de su comida.
Después de eso, se limitaron a comer. Gael y Bastian aún no estaban convencidos de que su hermana tuviera tantos concubinos, pero al conocer quiénes eran, comprendieron que había sido una jugada estratégica. No eran simples hombres; cada uno había sido escogido con cuidado, y eso los tenía impresionados.
Más tarde, tras despedirse, cada concubino se retiró a su residencia. La emperatriz se dirigió a su despacho y ordenó a Milton enviar cartas a los herreros, carpinteros y albañiles de la ciudad para que ayudaran a sus soldados a edificar el nuevo cuartel. También pidió los materiales necesarios para la construcción.
Mientras revisaba las cuentas y presupuestos, llamaron a la puerta.
—Adelante.
—Emperatriz, el emperador pregunta si puede pasar a hablar con usted.
—Ah… —suspiró con resignación—. Hazlo pasar.
—Como diga, Majestad.
El soldado se retiró y entró Steven, frunciendo el ceño.
—¿No crees que estás yendo demasiado lejos? ¿Ahora también tengo que pedir audiencia?
—Por supuesto, Majestad. Yo, a diferencia de sus concubinas, que no saben hacer otra cosa que gastar, sí trabajo y administro las finanzas del imperio.
—Es suficiente. ¿Qué quieres? ¡No logro descifrar qué es lo que buscas!
—Yo no quiero nada de usted, emperador. Se lo dije el otro día: la Abigaíl que conocía está muerta. Ya no lo necesito, ya no me interesa. Puede retirarse y seguir su camino, que yo seguiré el mío. Haga lo que ha hecho durante años: olvídese de que existo. No quiero tener ninguna relación con usted.
Steven dio la vuelta al escritorio que los separaba y acortó la distancia entre ambos.
—Si querías mi atención, aquí la tienes. Soy todo tuyo por hoy, pero...
No alcanzó a terminar la frase, porque ella estalló en carcajadas.
—Ja, ja, ja… perdón, no pude evitarlo. ¿Qué decías? Ja, ja, ja… ya, ya me calmo.
—¿De qué te ríes?
—De tu patético intento de seducción.
Steven la miró con el ceño más fruncido aún, sin entender lo que pasaba, hasta que ella lo empujó contra el escritorio.
Se levantó de su asiento, se acercó a su oído y, deslizando la mano por su pecho hasta llegar a su entrepierna, susurró:
—Cariño, para seducir a alguien hay que tener delicadeza, sensualidad... saber qué puntos tocar.
Le acarició con sutileza por encima de la tela y luego se alejó, volviendo a sentarse con elegancia.
—Tú no sabes hacerlo. No provocas ni el más mínimo mal pensamiento. Ahora, si no te importa, tengo que seguir revisando estos papeles.
Steven quedó atónito, sin saber cómo reaccionar. Lo que acababa de ocurrir era más humillante que todo lo que le había hecho pasar esa mañana.
—Tú… ¿cómo te atreves?
—Guardias.
—El emperador ya se va. Acompáñenlo a la salida.
Los soldados se acercaron a él con decisión.
—Ni se les ocurra tocarme. ¡Soy su emperador y me deben respeto!
—No, nuestro emperador es Bastian Ajax, emperador de Barcella. Solo seguimos órdenes de nuestro emperador… o de la familia imperial Ajax.
—Ya los escuchaste. ¿Te retiras por tu cuenta o te sacan ellos? Tú decides.
—Me voy. Pero no te olvides, esposa mía: mañana es nuestra noche del mes juntos. Y planeo cobrarme esto que acabas de hacer —dijo con una sonrisa burlona.
Ella arqueó una ceja, sin inmutarse.
—Estaré esperando ansiosa. Pero déjeme decirle algo, Majestad: el que ríe último, ríe mejor. No cante victoria antes de tiempo.