Rein Ji Won, la inalcanzable "Reina de Hielo" del Instituto Tae Son, es la heredera de un imperio empresarial, y por lo mismo un blanco constante. Su vida en la élite de Seúl es una jaula de oro, donde la desconfianza es su única aliada.
Cuando su padre Chae Ji Won regresa de un viaje de negocios que terminó en secuestro, trae consigo un inesperado "protegido": Eujin, un joven de su misma edad con una sonrisa encantadora y un aire misterioso que la intriga de inmediato. Rein cree que su padre solo está cumpliendo una promesa de gratitud. Lo que ella no sabe es que Eujin es un mercenario con habilidades letales y un contrato secreto para ser su guardaespaldas.
La misión de Eujin es clara: usar todo su encanto para acercarse a la indomable heredera, infiltrarse en su círculo y mantenerla a salvo.
En el juego del lujo, las mentiras y el peligro, las reglas se rompen.
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Capítulo 17: La Danza Oscura de la Política
...Brindis con un Diablo Menor...
La opulencia goteaba de cada rincón del bar exclusivo donde Dae Kim había invitado a Eujin. Un salón privado, con terciopelo burdeos, luces tenues y el tintineo discreto de copas de cristal, era el escenario perfecto para las conspiraciones. Eujin, a pesar de su reciente agotamiento, se sentía afilado y alerta, una daga oculta entre la seda y el brillo.
La whisky ambarino se balanceaba en su copa, un contraste con el agua que bebía habitualmente.
—El ambiente es... civilizado para hablar de destruir reputaciones, Dae —dijo Eujin, con una media sonrisa, mientras un camarero discreto servía más hielo.
Dae Kim rió, su risa era el eco del privilegio y la superficialidad.
—Mi padre dice que los mayores planes se forjan frente a la mirada pública, con el cristal más fino y el licor más caro. Así nadie sospecha que estás tramando la caída de un imperio, solo te ven celebrando. Brindemos por el plan, Eujin.
Chocaron sus copas, el sonido cristalino un preludio a la batalla.
—Hemos hecho progresos significativos, Dae —comenzó Eujin, bajando la voz—. Mi asistente, Han, es un genio. Logró encontrar un código encriptado en las viejas bases de datos de uno de los colaboradores de Eun Chaewon en un sistema de banca offshore en Suiza. Parece ser un registro secundario, un ledger oculto.
Los ojos de Dae se iluminaron con una mezcla de emoción y preocupación.
—¿Un ledger? Eso podría ser oro puro. Pruebas concretas de sus negocios ilegales. ¿Cuánto tiempo para desencriptarlo?
—Es un algoritmo de cifrado de nivel militar. Tomará algunas semanas. Pero Han es persistente. Y yo lo superviso de cerca. No dejaremos ni una piedra sin remover.
Dae suspiró, el optimismo inicial cediendo el paso a una preocupación más profunda.
—Eso es excelente, Eujin. Pero el tiempo es crucial. Chaewon está consiguiendo mucho apoyo. Su imagen pública es intachable, sus discursos resuenan con la base conservadora. Se ha posicionado como el salvador de la nación. Si esto sigue así, podría ganar las elecciones primarias, y luego la presidencia. Y una vez que esté en el poder, será intocable. Destruirá a Rein. Y me destruirá a mí en el proceso.
Eujin entendió la urgencia. El mundo de la política era una bestia hambrienta, y Eun Chaewon era su cazador más astuto.
La conversación derivó hacia temas más personales. Dae, inusualmente abierto, comenzó a desahogarse. El whisky era un catalizador para la verdad.
—Sabes, Eujin, a veces miro mi vida y me siento... incompleto —confesó Dae, su voz teñida de una melancolía que rara vez mostraba—. Salgo con modelos, sonrío a los corruptos en cada evento, hago tratos con gente que detesto. Es el precio de seguir el camino de mi padre. Pero, ¿para qué? Para un poder que no siento mío. No sé qué me hace falta.
Eujin, a pesar de su distancia emocional, sintió una punzada de empatía. Él también había vivido una vida incompleta, pero encontró su camino de vuelta a la raíz.
—Te falta algo real, Dae. Algo que no se pueda comprar, ni ganar con votos, ni seducir con dinero. Te falta un propósito más allá de la ambición. Una conexión. Como la tierra. O como una persona que te haga sentir que no tienes que fingir.
Dae lo miró fijamente, una chispa de comprensión en sus ojos empañados.
—Hablas de Rein, ¿verdad? Y tus abuelos. Tu vida en Busan. La Reina de Hielo... a mí solo me trae dolores de cabeza, y a ti te trae la paz.
—Ella me trajo la paz y el propósito. Y la familia que nunca tuve. Es lo que todos buscamos, Dae. No lo que nos dijeron que teníamos que buscar.
La conversación continuó, fluyendo entre la estrategia política y las confesiones personales, el whisky haciendo su trabajo. Eujin, a pesar de su sobriedad habitual, se permitió un par de tragos más, el calor del alcohol aflojando las tensiones de la semana.
Ambos terminaron un poco borrachos, la solemnidad del plan de Chaewon suavizada por la familiaridad inesperada. Los guardaespaldas de Dae, siempre discretos, los observaban desde la distancia.
...El Regaño Amoroso y la Declaración Borracha...
Cuando la noche terminó, Dae insistió en que sus guardias escoltaran a Eujin de vuelta a la mansión Ji Won. Era una muestra de respeto, un reconocimiento de su valor y la nueva alianza tácita.
Eujin tropezó ligeramente al entrar en su suite, el aroma a jazmín y Rein flotando en el aire. Las luces estaban tenues, y Rein estaba sentada en un sillón, con una bata de seda, esperándolo. Sus ojos oscuros, aunque suaves, destellaban con un regaño.
—¿Se puede saber dónde estabas, Eujin Min Song? Y por qué te atreves a venir a mi casa sin custodia. ¿Y borracho? ¿Qué te pasó?
Eujin se acercó a ella, sus ojos empañados por el alcohol y la emoción. Dejó caer su chaqueta en el suelo, su máscara de mercenario y ciberdefensor se desmoronó.
—Fui a tomar con Dae. Quería hablar de Chaewon. Y de la vida. Se siente solo, Rein. Como yo me sentí por mucho tiempo.
Se arrodilló frente a ella, tomando sus manos. Las palabras salieron de su corazón, sin filtro, impulsadas por el alcohol y la verdad.
—Te amo, Rein. Te amo con mi vida. Haré todo lo posible por hacerte feliz, siempre. Protegeré tu sueño, nuestro sueño, hasta el último aliento. No quiero volver a sentir la soledad. No quiero volver a sentir que no tengo nada. Tú eres todo lo que me hace feliz. Lo juro.
Rein, a pesar de su molestia inicial, sintió una profunda ternura. La vulnerabilidad de Eujin era rara y preciosa. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Eres un tonto —sonrió con ternura mientras acariciaba la mejilla de su hombre —No puedes preocuparte por Dae Kim y emborracharte. Y no puedes ir sin custodia si vas a terminar así de borracho, tienes que cuidarte, mi amor.
Ella lo ayudó a levantarse, su amor era un bálsamo.
—Ven. Necesitas una ducha fría. A ver si se te baja la ebriedad antes de dormir. No puedo tener a mi socio borracho.
Rein lo llevó al baño, lo ayudó a quitarse la ropa y ajustó la temperatura del agua. Entró con él en la ducha, el agua fría cayendo sobre sus cuerpos, una purificación, un recordatorio de que, a pesar de los demonios de su pasado y los desafíos del presente, su amor era su ancla. Se bañaron juntos, el alcohol se desvaneció, reemplazado por la intimidad y la promesa.
Se acurrucaron en la cama, la noche se hizo más suave, el futuro parecía menos aterrador.
...El Abismo de Eun Chaewon...
Mientras Eujin y Rein encontraban consuelo en el amor, el mundo oscuro de Eun Chaewon era una sinfonía de crueldad y cálculo. En un almacén abandonado en las afueras de Seúl, Chaewon estaba presidiendo una sesión de tortura.
Un hombre, uno de sus socios clave en la importación de drogas desde América Latina, estaba atado a una silla, su rostro ensangrentado, sus ojos llenos de terror. La red de tráfico del hombre había sido desmantelada recientemente por una operación encubierta de Estados Unidos, y Eun Chaewon quería asegurarse de que su nombre no figurara por ningún lado. No podía permitirse ninguna conexión, ni la más mínima sombra de sospecha.
—¿Mi nombre? ¿Se mencionó mi nombre en alguna parte? —preguntó Eun Chaewon, su voz era un murmullo frío y sin emociones. No había placer en la tortura, solo una fría necesidad.
—¡No! ¡Lo juro! ¡Mi red de contactos en el cartel es hermética! ¡Nunca usé tu nombre! —sollozó el hombre, su cuerpo temblaba.
Eun Chaewon asintió lentamente, su rostro impasible. No parecía convencido. Sacó una pistola con silenciador de la funda de su chaqueta de diseñador.
—Lástima. No puedo permitirme el más mínimo riesgo. Adiós, amigo.
El disparo fue seco, un sonido apenas audible que puso fin a la agonía del tipo. Los sicarios de Chaewon se movieron con eficiencia para deshacerse del cuerpo y limpiar la escena. Eun Chaewon se limpió las manos con un pañuelo de seda, su expresión inmutable.
Justo en ese momento, su teléfono vibró. Era uno de sus informantes más confiables, un topo dentro de los círculos políticos.
—Señor. Tengo información. El Senador Dae Kim y Eujin Min Song se han estado reuniendo. Parece que están forjando una alianza.
Los ojos de Eun Chaewon se entrecerraron. Dae Kim era su contrincante directo, un irritante en su camino hacia el poder. Pero Eujin Min Song era un misterio, una pieza impredecible que se interponía entre él y su futuro perfecto, un futuro que incluía el poder de Rein Ji Won.
—¿Eujin Min Song? ¿El perrito callejero de la señorita Ji Won? ¿Qué busca ese hombre? —preguntó Eun, su voz era un siseo helado.
—No lo sé, señor. Pero están haciendo movimientos extraños. Y los sistemas de ciberseguridad de Ji Won Global Security han sido actualizados masivamente por el señor Min Song.
Eun Chaewon sonrió, una sonrisa sin alegría, un presagio de tormenta.
—Así que el granjero está jugando a ser un espía. Y Dae Kim, el payaso, ha encontrado un aliado. Esto es interesante.
El teléfono se cortó.
La noche en Seúl seguía su curso, ajena a la oscuridad que se estaba gestando. El plan de Eun Chaewon, una telaraña de poder y venganza, estaba a punto de envolver a todos en su camino. La guerra, tanto digital como política, apenas había comenzado.